Reflexión decembrina…por Aída María Holguín
Como suele suceder, la esencia de la temporada decembrina (representada por la navidad y la inminente despedida el año) nos lleva a entrar en una etapa de reflexión. En mi caso, esta etapa reflexiva ha girado en torno al servicio público al que -desde diferentes trincheras- he dedicado gran parte de mi vida.
Así es, en los últimos días han venido a mi mente algunos hechos que me llevaron a recordar que hace 4 años (en un momento en el que mi salida del servicio público era solo cuestión esperar la notificación correspondiente) varias personas -con un tono de preocupación- me preguntaron “¿y ahora qué vas a hacer?”. Sin titubear, siempre respondí: pues trabajar, como siempre lo he hecho.
Es lógico -hasta cierto punto- que cuando una gran parte de la vida laboral se ha desarrollado en el sector gubernamental (independientemente del orden o nivel del que se trate), haya quienes piensan que después de eso ya no hay nada más que hacer, que cuando uno sale de “ahí” el mundo se acaba, pero lo cierto es que -al igual que como sucede en el sector privado- cuando la relación laboral en el gobierno llega a su fin (por los motivos que sean), el mundo no llega a su fin.
El caso es que cuando respondía a la primera pregunta, inmediatamente después venían otros dos cuestionamientos: ¿pero de qué? ¿en dónde? Ante tales preguntas, mi respuesta siempre fue la misma: En lo laboral, he decidido dedicarme a la docencia.
Retomando los tres cuestionamientos (independientemente de mis respuestas), me quedaba (y me sigue quedando) claro que éstos -consciente o inconscientemente- se relacionan directamente con la noción del pleno empleo que, en México, queda en solo en eso. En teoría que no se lleva cabalmente al ámbito de la práctica porque no hay equilibrio entre la demanda y la oferta de trabajo, y porque -además- no hay libertad para escoger empleo (como lo establece la OIT).
Aún y cuando se desconozca la teoría que sustenta la idea (solo la idea) de que en México hay pleno empleo, el pleno conocimiento -en la práctica- de la ausencia de la también denominada “ocupación plena” justifica -hasta cierto punto- la angustia de quienes piensan que después de trabajar en gobierno ya no hay nada más, que ya todo acabó… ¡consummatum est!
Es necesario aclarar que si bien es cierto que trabajar en gobierno no lo es todo, y que -orgullosamente- confieso que clase de sentimientos se experimentan cuando se acaba “el hueso”; también es cierto que, para quienes san desarrollado su función en estricto apego al fin social y de servicio de ésta, el trabajo en el servicio público se percibe como “un todo”. Entonces, cuando esa etapa llega a su fin (y lo sé muy bien) es terriblemente doloroso (no por uno, sino por lo que se pudo seguir haciendo por los demás).
Pero bueno, volviendo a la reflexión que en esta ocasión nos ocupa, es necesario comprender que cuando ya no hay oportunidad de trabajar en el sector gubernamental -y eso del pleno empleo queda solo en teoría-, siempre existen otras formas de servir a la sociedad y, por consiguiente, de sentirse pleno -personal y profesionalmente- en otros trabajos y en otras trincheras.
En mi caso, he encontrado en la docencia la manera de seguir sirviendo a la sociedad. Hoy, al cumplir más de tres años desempeñando tan una labor tan noble -pero que implica grandes responsabilidades- en una trinchera llamada Universidad Regional del Norte (y durante 2 años también desde la UNEA), sigo teniendo la oportunidad -asistida por el pleno respeto a la libertad de cátedra- de servir y de ayudar (junto con otros compañeros docentes) a formar chihuahuenses críticos e interesados en los asuntos de interés público, a quienes también se les muestra el mundo del “ser” y el mundo del “deber ser” de las acciones individuales, del servicio público, y del ejercicio de la profesión (cualquiera que ésta sea).
Sigo pues trabajando como siempre lo he hecho. Convencida de que servir a la sociedad es una obligación moral de todo ciudadano, y que es una actividad que puede cumplirse desde cualquier trinchera; sin que esto signifique que trabajar en el sector gubernamental no sea -por su propia esencia- el mejor lugar para lograr el bien común a través del correcto cumplimiento del deber.
En esta ocasión concluyo con lo dicho alguna vez por médico, teólogo, filósofo y musicólogo francés, ganador del Premio Nobel de la Paz, Albert Schweitzer: “No hay mayor religión que el servicio a los demás. Trabajar por el bienestar común es el mejor credo.”
Aída María Holguín Baeza
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