La Constitución, un siglo después. ..por Aída Holguín
La Constitución, un siglo después.
Han pasado 100 años desde que el Congreso Constituyente promulgó el instrumento supremo de ordenamiento jurídico del Estado mexicano que, hasta la fecha, fija las normas generales de convivencia social y de la vida institucional del país; es decir, la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos.
Si bien es cierto que la Carta Magna de 1917 (una de las más longevas del mundo) no fue el primer (ni el único) documento constitutivo que existido en la historia de México, también es cierto que -por sus contenidos y estructuración- sí fue la primera Constitución que sirvió como un verdadero eje articulador del desarrollo de la Nación que, en su momento, fue referente a nivel mundial por ser la primera Constitución del mundo que reconoció los derechos sociales de los individuos. Se trataba pues, de un documento ajustado a las demandas de la sociedad del siglo XX.
Sin duda alguna, legado de los Constituyentes de 1917 tiene un valor incalculable, mismo que -en términos generales- está representado por los principios de libertad y democracia plasmados en la Constitución de dicho año; sin embargo, es evidente que a cien años de distancia (y a pesar de las 699 reformas a su articulado) la Carta Magna, que en su época fue un referente mundial, ya no atiende cabalmente los requerimientos de las nuevas realidades.
El caso es que han pasado 100 años, y la Constitución ya no es la misma; lo cual -en términos generales- debería ser visto como algo bueno porque supone una evolución; sin embargo, actualmente es un documento repleto de remiendos que -principalmente- han beneficiado a los mismos de siempre. Esto último, descarta la benévola suposición de que haya evolucionado, y posiciona a la mayoría de sus reformas como hechos de involución que reflejan la falta de atención o adaptación apropiada a las nuevas realidades y necesidades de la sociedad mexicana que -con justa razón- demanda leyes que, en su conjunto, sirvan como una herramienta clara, precisa y aplicable para todos, y no sólo como herramienta que -por su ambigüedad y subsecuente interpretación- beneficia a unos cuantos.
Considerando entonces que solamente 22 artículos (de 136) están intactos y los numerosos remiendos mal puestos que a lo largo de un siglo se la han hecho a la Carta Magna, no son pocos los juristas, académicos y políticos que, en las últimas décadas, se han manifestado a favor convocar un Congreso Constituyente con el fin de que éste formule una nueva Constitución acorde a las demandas de la sociedad del siglo XXI.
Pero bueno, independientemente de que se pueda o no (o se quiera o no) convocar a un nuevo Congreso Constituyente que formule una nueva Carta Magna, es urgente que las reformas futuras se enfoquen a generar condiciones que verdaderamente aseguren el desarrollo integral de la Nación; es decir, que reflejen un proyecto de nación orientado por el acuerdo social equitativo, incluyente y democrático, y no por un pacto entre partidos políticos (ni aunque lo llamen “Pacto por México”).
En esta ocasión concluyo con lo dicho hace pocos días por el gobernador de Chihuahua, Javier Corral Jurado: “Más allá de una nueva Constitución, es indispensable crear y fomentar una nueva ética política, donde sea la Constitución la que realmente conduzca el poder, y profundizar en la condición de que los cargos políticos son un servicio público y no para la satisfacción y enriquecimientos personales”.
Aída María Holguín Baeza
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