Miroslava Breach…por Luis Villegas
Es para mí un lugar común decir que ya escrita la reflexión de esta semana, debí reescribirla a toda prisa; pero así es.
A Miroslava la conocí, fácilmente, hace más veinte años; nunca nos caímos bien del todo, nunca nos brindamos, tampoco, la posibilidad de intimar. Por alguna razón que ignoro, y que no alcanzo a sospechar siquiera, siempre estuvimos en los extremos de la ecuación, en la periferia de los afectos, en el corazón de la reticencia, en el gesto imposible de la admiración. No obstante, creo también que había algo parecido al respeto que nos mantenía a una distancia prudente susceptible de salvarse en un suspiro si fuera el caso.
Refiriéndose a la muerte de esta comunicadora ejemplar, Antonio Payán se pregunta esta semana, en un editorial de OMNIA: “¿Por qué ella?”.1
Creo que yo tengo la respuesta: Esta semana no murió Miroslava Breach o, mejor dicho, no sólo murió ella. Esta semana morimos un poco todos los chihuahuenses; murió un bastión para la libertad de expresión; una cronista tenaz; valiente, íntegra, comprometida, lúcida. Sin embargo, los chihuahuenses morimos un poco, también, luego de ese baño de sangre en Rubio que sirve para constatar de manera palmaria lo que Miroslava denunció hace apenas un mes: “Por amenazas o complicidad, los cabecillas del narcotráfico en distintas regiones del estado, principalmente las zonas serrana y noroeste, infiltraron a los gobiernos municipales, impusieron directores de seguridad pública, colocaron a su gente en la nómina y decidieron nombramientos en áreas como obras públicas”.2
¿Entonces? Esta semana no murió Miroslava o, como ya dije, no murió ella solamente; la pregunta no es “¿Por qué ella?”; la pregunta correcta es: “¿Por qué nosotros?”. Como nos recuerda John Donne: “Nadie es una isla, completo en sí mismo; cada hombre es un pedazo de continente, una parte de la tierra; si el mar se lleva una porción de tierra, toda Europa queda disminuida, como si fuera un promontorio, o la casa de uno de tus amigos, o la tuya propia. La muerte de cualquier hombre me disminuye porque estoy ligado a la humanidad; por consiguiente nunca preguntes por quién doblan las campanas: Doblan por ti”.3
Morimos de auténtica muerte, pues; pero también morimos, otro poco, de pena; morimos de desaliento, de tristeza inerme, de esperanza desahuciada. Si todo comenzó con la declaración imbécil del mes de agosto de 2016 de que “El 80” tenía 72 horas para irse, contados a partir del primer minuto de que Javier Corral tomara posesión como Gobernador, porque iba a limpiar la Sierra de narcotráfico,4 el saldo de víctimas, el plazo mismo, parecen ya excesivos y, lo que es peor, sin un asomo de desenlace feliz; excepto la verborrea, diarreica, que corona cualquier acontecimiento y hace pensar en una verbocracia estéril: Hace bien Javier Corral en declarar tres días de luto por el asesinato de Miroslava;5 yerra, en cambio, cuando el asesinato en masa lo festina jugando al golf en Mazatlán a expensas de un generoso, y desinteresado (me imagino), empresario.6
El signo de nuestro infortunio es, pues, que Chihuahua no va a terminar de morir y la única respuesta es la grandilocuencia desvelada -que ya empieza a aburrir- y que, de forma magistral, alguno resumió diciendo que “su modo de gobernar es la cháchara insustancial de las conmemoraciones”.7 Tanta desgracia me trae a la memoria los primeros versos de Muerte sin Fin de José Gorostiza: “Lleno de mí, sitiado en mi epidermis por un dios inasible que me ahoga”; así estamos los chihuahuenses, en esta hora aciaga, padeciendo una muerte sin fin, sitiados en nuestra piel, ahogándonos en nuestra propia sangre.
Descanse en paz una gran mujer, una gran periodista, una gran chihuahuense.
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Luis Villegas Montes.
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