El Capítulo Cuarto del libro ése que les digo que escribí en 2004,1 lleva por título la llevada y traída expresión que ha sido profusamente difundida, aquella de que unir al PAN y al PRD es como juntar “el agua y el aceite”. Esa sintética (por breve y artificial) expresión, ha sido la punta de lanza de un ataque sistemático para descalificar cualquier posible alianza; y como ahí lo afirmo, la expresión no es nueva, ni acertada, ni veraz.
Dicha creencia pretende sustentarse en consideraciones “ideológicas” y soslaya muchas cosas pues se basa en una crítica superficial que acrece de argumentos; aunque no dejan de reconocerse los riesgos que conlleva una unión de este tipo, especialmente por lo que hace a la militancia y a los simpatizantes de ambos partidos, lo cierto es que el primer tema a debate es quién hace la crítica y, sobre todo, cuál es su calidad moral. Respecto del PRI, por ejemplo, cabría preguntarse: ¿Qué tan apropiados pueden ser los cuestionamientos que éste formule a una alianza entre el PAN y el PRD? ¿Cuál es su historia democrática? ¿Dónde está su legitimidad moral para desairar esfuerzos ajenos que tienen como objetivo principal el debate de ideas? ¿Dónde está la consistencia moral de dicho partido para hablar de “inconsistencia ideológica”?
Esta serie de interrogantes, aunque crucial, no basta para defender la idea de un FAO, que conste, pues no puede soslayarse que se trata de argumentos que atacan al crítico y no a sus razones; sin embargo, en un entorno tan cenagoso, donde el más pelón se hace una trenza, la crítica al crítico resulta fundamental pues quien pretenda descarrilar este tipo de acuerdos deberá justificar su punto de vista que puede ser, en la mayoría de los casos lo es, no tanto ideológico como exclusivamente pragmático.
¿Cómo podemos calificar de atentatoria de su bagaje doctrinario, la propuesta de un Partido que, como en el caso del PAN o del PRD, expresamente reconocen que el diálogo es un instrumento fundamental en la labor política? El primero, expresamente establece en sus principios de doctrina que cada persona “está abierta a los otros en un diálogo en la que toma conciencia de sí mismo y de los demás, con quienes busca la verdad y el sentido de su vida”; y más delante: “Por ello, a través del trato con los demás, de la reciprocidad de servicios, del diálogo con el prójimo, la vida social engrandece al ser humano en todas sus cualidades y le capacita para responder a su vocación”. En el caso del PRD, textualmente admite que la política “es el mejor instrumento para transformar la sociedad, dirimir conflictos, establecer consensos y acuerdos”; es decir, dentro de las directrices que rigen su quehacer, este instituto político admite a priori la posibilidad de que en el marco del diálogo se bosquejen los acuerdos necesarios para resolver diferencias; máxime si se toma en cuenta que se autodefine como representante sólo de una fracción de la sociedad “El PRD asume la representación de una parte de la sociedad y pretende que sus propuestas se identifiquen con la mayoría de ella”.
El diálogo pues, es una manifestación externa de un proceso de naturaleza más íntima: La tolerancia. “Un concepto de vital importancia que coadyuva a entender la función de la oposición […] es el de la tolerancia, ya que permite identificar la naturaleza y el alcance del juego del consenso y del disenso. Así José Torres señala que el mejor concepto que expresa la visión pluralista es el de tolerancia, el cual es: ‘una actitud de comprensión frente a las opiniones contrarias en las relaciones interindividualistas, sin cuya actitud se hacen imposibles dichas relaciones’”.2
Ahora bien, afirmar que existen tópicos en los que ambos partidos coinciden constituye una enunciación que de ningún modo pretende ser exhaustiva pues afinidades pueden haber muchas más; en segundo lugar, no se trata de demostrar que el PAN y el PRD son lo mismo o que pretenden idénticos fines; ambos, constituyen claras y diferenciadas alternativas políticas con perfiles y singularidades propios que claramente les distinguen entre sí; el comparativo obedece pues, a un afán de dejar sentada la posibilidad de acuerdos mínimos en una oferta política conjunta, sobre todo cuando va aderezada con los ingredientes de la inteligencia y la buena voluntad.
Continuará…
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