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Bajo el acecho de los zopilotes (parte II)…por Karmen Martínez

03Sus padres llegaron de un lugar vapuleado por la Revolución Mexicana (…) todavía le tocó conocer a Francisco Villa, personalmente. Relata que su familia vivía en el paso obligado de villistas y federales, La Hacienda de Canutillo. Villa llegó a reclutar hombres a quienes llamaba: “Mis muchachitos”, seguramente, porque la mayoría eran casi niños. El cuenta su historia.

Mis padres tenían seis hijos. Yo nací después en la Hacienda de Santa Gertrudis de la ciudad de Saucillo, la que era visitada asiduamente por las huestes revolucionarias, donde mi padre tenía una granja y ganado: borregos y cabras, principalmente.

Tanto Villa como los federales lo mismo tomaban una cabra, un caballo o un hombre, “para la causa”. Así que, un buen día, los animales no fueron suficientes y Villa decidió llevarse a papá y lo que quedaba del rebaño, al cual, resguardó en el poblado La Cruz.
Mi padre fue sacado para incorporarlo a las filas. Mamá salió llorando detrás de ellos y el general muy enfadado, le dijo: “¡Regrésese señora, si no quiere que se lo deje colgando en algún mezquite!”. Nadie dudó que lo hiciera, pues, tiempo antes se le había visto asesinar a un soldado federal que se había separado de la tropa. Contaban que llegó al poblado encontrando un escondite en la casa de una mujer. Sin embargo, al llegar Villa, ella misma se lo entregó (…).
Mientras se llevaban a mi padre y mi madre lloraba tras ellos llegó mi hermano mayor, quien solamente contaba con quince años. Investigó lo que estaba pasando y entonces, siendo casi un niño tomó la decisión más valiente y admirable que ningún ser humano, por lo menos de los que yo he conocido, hubiera tomado nunca. Enderezó su talle tomando la postura de un soldado de profesión y con el paso ágil, pero sin correr, fue acortando la distancia entre el General y mis padres. Se detuvo frente a él y se cuadró, saludándolo marcialmente. El General no parecía sorprendido sino, más bien, divertido. Inquisitivo, le preguntó qué pretendía con aquello. Entonces, mi hermano con una gran dignidad y fingiendo ser un adulto, aunque su extrema juventud lo delataba, le dijo: “Mi general, aunque me vea joven, quizá demasiado, usted mejor que nadie sabe que el valor no se adquiere con la edad. El valiente ya nace valiente y creo pertenecer a esa raza, por lo tanto, le ruego que deje libre a mi padre. Él es un hombre ya maduro y, además, es débil y enfermizo. Lléveme a mí en su lugar y le prometo que no se arrepentirá”.

Con aquellas valientes palabras se ganó la admiración de todos los que estaban presentes y el respeto del General. Poco tiempo después, Villa lo eligió como parte de su escolta personal. Permaneció con él hasta el final y con tanta suerte que sólo recibió un balazo que le afectó los nervios de la mano derecha, aunque aun así, podía disparar un rifle.
Cuando, posteriormente, me lo contaron se ganó mi adoración, respeto y devoción. Él fue mi mayor ejemplo y la mejor referencia que tuve para tratar de convertirme en el hombre más noble y honrado.

Aunque el general, según decían, era sanguinario y cruel y yo le tenía un miedo atroz, no me parecía tan fiero cuando llegaba a la hacienda. A veces le gustaba ponerse a jugar al “rebote” con mi hermanito de seis años a quien él llamaba, “El pequeño Zapata”. Yo era casi un bebé. Caminaba hacia atrás hasta esconderme detrás de una pared y, entonces, emprendía una veloz carrera hasta refugiarme en brazos de mi madre. (continuará).

(Parte uno)
Hace tiempo escribí la biografía de mi padre en forma literada pero alguien muy mal intencionado y con deseos inmensos de perjudicarme la plagió de mi computadora, la tergiversó y, al parecer, la envió en diferentes direcciones a diferentes personas. Ahora, quiero ponerlo en claro y dar a conocer “mi veldá”. Y así comienza:

Bajo el acecho de los zopilotes
Después de caminar tantas horas sin encontrar ni una sombra de árbol, ni una raíz de nada (…). Uno ha creído a veces, en medio de este camino sin orillas, que nada habría después (…) de esta llanura rajada de grietas y arroyos secos (…). Se le resbalan a uno los ojos al no haber cosa que los detenga (…). Así nos han dado la tierra. Y en este comal acalorado quieren que sembremos semillas de algo (…). Pero nada se levantará de aquí. Ni zopilotes.
“Nos han dado la tierra”
Juan Rulfo

Cuando Rulfo escribió este cuento no pensó en la tenacidad de algunos campesinos que perseveran sobre las grietas secas arando la tierra día tras día, peleando férreamente con los matorrales para sacarlos del campo de cultivo. Preparan la tierra reseca y pedregosa abriendo sus entrañas y depositando la semilla, y esperan ilusionados hasta que les obsequia sus frutos, los que reciben con tanta satisfacción como si fueran sus propios hijos.

Convierten en un fresco vergel el desolado comal ardiente, en su amado paraíso el árido páramo. Transformando con alegría y constancia el suelo que eligieron. Esa costra de tapete, “ese duro pellejo de vaca” (diría Rulfo) en el campo soñado que concibieron en su mente y sin quejas estériles ni pretextos que les hagan perder el tiempo, lo llevaron a cabo sin dilación ni descanso.

Tampoco pensó Rulfo en los zopilotes, quienes al ver el campo yerto, sin nada que desear de él se mantuvieron al acecho esperando… esperando a que el campesino hiciera el milagro para caer en bandadas y arrebatarle los frutos ganados por tantos años de sudor, trabajo y cansancio.
Ahora, la desigual e injusta lucha es contra esos pajarracos parásitos, hijos putativos del “Monstruo rojo como el fuego, con siete cabezas y diez cuernos” (Ap. 12, 3). Se les corta una cabeza con un cuerno y les brotan otras siete adornadas con los dos, y embisten, furiosas, a los más indefensos; lucha diabólica de David contra Goliat. Pero en este caso, David pelea “a mano limpia”, sin honda, ni siquiera una humilde resortera, y tan sólo el Espíritu de Dios lo acompaña, o por lo menos él así lo cree. Pero a diferencia del David bíblico no incrustará la piedra en la frente de su verdugo ni lo degollará con su propia daga, sino que será conducido y vagará por extraños y misteriosos caminos, tortuosos e incomprensibles para la mente humana, dejando impunes a los perversos Goliats.

Es la historia de un hombre tenaz y laborioso, honrado y generoso y representa la lucha histórica de desesperación e impotencia del campesino contra la injusticia y el abuso del poder.

(Continuará…)
Karmen Martínez

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