José Luis Cuevas…por Luis Villegas Montes
Se murió José Luis Cuevas. Recuerdo que, desde muy joven, el nombre del artista me rondaba; como otros muchos, a quienes apenas he visto, y como otros más, de quienes he tenido la oportunidad de admirar su obra, a Cuevas lo conocía sólo por su apelativo. Luego fui a la ciudad de México y, por primera vez, miré su obra; escribo “miré” y digo bien, porque jamás pude admirarla.
No sé cuál de sus dibujos fue; no sé cuál acuarela, cuál acrílico, cuál grabado, sólo sé que me espantó. Uno, luego otro y otro, y otro más; todos lo mismo: Monigotes deformes, grotescos, feos como pegarle a la mamá de uno en 10 de mayo. De él se escribió en algún lugar con ese lenguaje grandilocuente que utilizan los artistas, los críticos en general y los entrenadores de futbol: “Su intención inicial era mostrar la angustia y la soledad del hombre y eligió para ello las escenas que encontró en hospitales y prostíbulos; sus modelos fueron y siguen siendo la prostituta, el pordiosero, el loco y el enfermo. […] en su obra existen diferentes variantes protagonizados por seres deformes, bellas imágenes de personajes casi monstruosos”.1 Ni en Cuevas ni en ningún otro he podido hallar majestuosidad en la fealdad; en el dolor tal vez, en el sufrimiento descarnado, la obra de Frida Kahlo constituye un ejemplo, pero en la fealdad no. No faltará quien piense en Goya para callarme (iba a escribir “para taparme el hocico”, pero se me hizo una expresión muy burda y no la escribí), pero no: Goya pintaba escenas grotescas, nada más; no pintaba mal.
Cuevas pintaba con las patas; luego ya después leí que su formación era prácticamente autodidacta y me dije, orondo, instalado cómodamente en el prejuicio: “¡Con rá! (o séase “con razón”), al pobrecito nadie lo enseño a pintar; y por eso lo hacía fatal”. Desde entonces, en donde lo miraba decía yo: “¡Ah, sí! ¡Cuevas!” y sopas, estuviera donde estuviera, me iba para otro lado.
En algún otro sitio he escrito que soy un pelín pertinaz, para no admitir que soy terco como una mula; así pasaron 30 años; pues resulta que llegó el lunes y se nos muere. Habría continuado impávido de no ser por una nota que daba cuenta de una serie de chismes familiares; empecé a leer y terminé inmerso en su historia; y ahí estaba, el párrafo que me hizo mandar al traste 30 años de ofuscación y de manía; resulta que el Gato Macho, como se automotejaba, fue una destacada figura de la conocida como “Generación de la Ruptura”. ¿Qué tiene de relevante el dato? Todo.
Ser artista en México, en el México de los 60´s y tener los pantalones de romper con el oficialismo dice mucho de ti; como creador, como persona y como ciudadano; sobresalir, emerger y distinguirse, en el seno de una generación conformista, ávida de retórica chapucera, demagógica, mediocre y cobarde, alimentada por mitos imbéciles, como ése de los “logros de la Revolución”, donde muchos de los artistas más conspicuos fueron financiados por el Gobierno, mecenas de una miríada de mentecatos con ínfulas de músicos, escultores, literatos, etc., te define en todo.
Entonces tenemos que sí, José Luis Cuevas pintaba feo como el carajo, pero supo ser hombre ahí donde le temblaron las corvas a la inmensa mayoría; y a diferencia de muchos de sus congéneres, coterráneos y contemporáneos, defendió su arte; y sobresalió por sus fueros renegando de una cultura dirigida por y desde el Estado con la infame complacencia de muchos que estaban obligados a alimentar un pensamiento universal, cosmopolita, original, moderno, y terminaron vendiéndose al mejor postor. Por eso, sí es una verdadera lástima su deceso; de él, de quien no sé si era cristiano, o siquiera creyente, sólo puedo decir que se va y nos deja un poco más desvalidos, más solos, un poco huérfanos; pues siempre constituye una tragedia la muerte de un ser humano universal, que se honró a sí mismo a través de su obra, que no tuvo miedo de autodefinirse, de pronunciarse, de explayarse, de expandirse, de ser él, en suma.
Descanse en paz José Luis Cuevas y, la próxima vez que vea una de sus obras, piense que está feíta, sí, pero es producto de la voluntad, inteligencia, honradez y gallardía de un hombre excepcional y eso es mucho decir porque se puede decir de muy pocos.
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Luis Villegas Montes.
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