Aniquilación…por Luis Villegas Montes
ANIQUILACIÓN.
Aniquilación es una película gringa de ciencia ficción de cuño reciente (2018); aunque bien aceptado por la crítica, el filme fue un fracaso de taquilla; protagonizada por Natalie Portman y Oscar Isaac, la película se basa en una novela multipremiada del mismo nombre, cuyo autor es Jeff VanderMeer.
¿Por qué me ocuparía de una reseña fílmica en estos párrafos? Porque la película lo vale. La cinta, entre otros temas, explora uno que, singularmente estos días, parece acosarme como es el de qué es aquello que llamamos “razón”.
En ese debate interminable entre ciencia y religión —en donde los partidarios de la primera suelen cobijarse con singular desparpajo al amparo de lo que llaman “razón” en oposición a “superstición” y desdeñando el fenómeno de la fe, por considerarlo un acto irracional— a no dudarlo éste es un tema de actualidad.
Resulta que en alguna de las escenas de la película, que se desarrolla entre una bióloga y una psicóloga, esta última cuestiona a la primera sobre el origen de la voluntad; no se la cuento por el asunto ése de los espoilers, pero me parece interesante porque estoy leyendo “Homo Deus: Breve historia del mañana”,1 de Yuval Noah Harari; y aquí, en una vuelta de tuerca de su primera obra, “De animales a dioses”,2 Harari se plantea preguntas a cerca de la razón, la existencia del alma y la consciencia.
En resumen, Harari sostiene que no existe ningún avance científico ni ningún método que nos permita tener certeza de que “la realidad” existe con independencia de la propia experiencia; ergo, cualquier fenómeno que me sea ajeno, en función de mi consciencia o razón, será inasible per se y, por ende, se constituye en una mera creencia o, lo que es lo mismo, en un acto de fe.
Máxime que, también siguiendo a Harari, buena parte de lo que somos guarda una estrecha relación con lo que sentimos; y mucho de lo que sentimos está determinado por una serie de compuestos electroquímicos que condicionan nuestro ser para que dé determinada respuesta —y no otra— frente a determinado estímulo. Dicho de otra forma: ¿Cómo puede el cerebro, ocupado en procesar solamente impulsos eléctricos y descargas químicas, experimentar una consciencia subjetiva? La respuesta es la ya apuntada: nadie lo sabe al día de hoy.
Esta conclusión no riñe, en lo absoluto, con algunos postulados previos; a saber, que es posible que el impulso primigenio en cada uno de nosotros, eso que de manera genérica podemos llamar “subconsciente”, sea tan relevante, igual o más, que el llamado “pensamiento racional” que nos lleva a decir o a actuar de este u otro modo. En “Incógnito. Las Vidas Secretas del Cerebro”,3 un libro que ya comenté en otra parte, su autor nos regala una magnífica imagen de ese fenómeno al narrar el famoso incidente que protagonizó Mel Gibson cuando, borracho, atacó al pueblo judío; como es del conocimiento público, ya en su juicio, Gibson se retractó de sus manifestaciones. En este punto, Eagleman se pregunta: “¿Cuál es el ‘verdadero’ Gibson? ¿El que profiere comentarios antisemitas o el que siente remordimientos y vergüenza y afirma en público: ‘Tiendo la mano a la comunidad judía en busca de ayuda’?”.
La ardua pregunta de quiénes somos está muy lejos de ser respondida y el postulado socrático: “conócete a ti mismo”, tan vigente como hace más de veinte siglos; lo único que es posible afirmar con absoluta certeza es que desdeñar la experiencia religiosa o mística, con la excusa del pensamiento racional es, por decir lo menos, una idea imbécil por gratuita e indemostrada.
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Luis Villegas Montes.
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