Los veinte años de Adolfo…por Luis Villegas
Su cumpleaños número veinte sorprendió a Adolfo fuera de casa; como éste, me imagino (confío), se vislumbran otros cuatro o cinco en el horizonte del próximo lustro.
Se fue a estudiar y, pues, ¿qué queda sino desearle éxito? Me imagino que él andará por allá tan campante y saleroso —con el alma hecha un nudo— en vísperas del inicio formal clases; acá en tanto, lo extraño un montón. Ahora verán uno de los porqués.
Hace meses, tuve en suerte gozar de una de las experiencias más dulces y extraordinarias que me ha tocado vivir; si Usted forma parte de mis tres o cuatro lectores que me siguen en estas peripecias periódicas que navegan entre el desahogo y la anécdota, sabrá que María estuvo por aquí hace unas semanas; plantada por sus amigas. no hallaba a dónde ir ni qué hacer y decidimos irnos a Guanajuato. A María le hacía ilusión conocer San Miguel de Allende.
Pues allá fuimos; convertido en nuestro epicentro, de ahí visitamos dos o tres lugares, entre ellos Querétaro; y ahí, en el centro de Querétaro, una de esas tardes, tras una caminata por aquí y por allá, de pronto ni María ni Adolfo continuaban a nuestro lado; voltee y ahí estaban: ella hincada grabándolo con su celular y él, sentado, en los escalones de un templo, con su sombrero y un libro en el regazo que dejó de lado para empezar a recitar un monólogo para la cámara.
Me acerqué y lo escuché decir:
“Las tardecitas de Buenos Aires tienen ese que se yo, viste?
Salís de tu casa por Arenales.
Lo de siempre: en la calle y en vos…
Cuando de repente, detrás de un árbol,
me aparezco yo.
Mezcla rara de penúltimo linyera
y de primer polizonte en el viaje a Venus:
medio melón en la cabeza,
las rayas de la camisa pintadas en la piel,
dos medias suelas clavadas en los pies
y una banderita de taxi libre levantada en cada mano.
[…]
Ya sé que estoy piantao, piantao, piantao…”.
Huelga decir que se me mojaron los ojitos; y me sentí transportado a un país de ternura sin nombre, difícil de describir con palabras; disponible sólo para quienes habitan y comparten un solo corazón. Ver a mis dos hijos, en el centro de esa hermosa ciudad, inmersos en un momento de complicidad merced a uno de los tangos más lindos del mundo me estrujó los sentimientos y me hizo recordar que la vida sólo se vive para esos momentos, lo demás es sobrevivencia pura hasta la próxima vez.
Pues bien, ya está allá el Adolfo; estaba solito cuando cumplió sus veinte años, pero me imagino que sabe bien que, desde acá, le mandé el abrazo más grande del mundo en alas de un montón de besos a la espera de verlo de nuevo no dentro de mucho.
Yo me quedo con su cara y su sonrisa debajo de un sombrero blanco, de ala corta, y esas palabras que alegran el alma y matan de nostalgia a partes iguales:
“Quereme asi, piantao, piantao, piantao…
Trépate a esa ternura de locos que hay en mí,
ponete esa peluca de alondras, y volá!
Volá conmigo ya! Vení, volá, vení!”.
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Luis Villegas Montes.
luvimo6608@gmail.com, luvimo6614@hotmail.com
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