“que se disculpe él, que tiene apellidos españoles y vive allí. Si este individuo se cree de verdad lo que dice, es un imbécil. Si no se lo cree, es un sinvergüenza”.
Arturo Pérez Reverte.
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“Sr. Donald John Trump.
Presidente de los Estados Unidos de Norteamérica.
Presente.
Dear Donald:
Semanas atrás, en uso de las facultades metaconstitucionales que la Constitución no me otorga, como Presidente de la República, remití una misiva a Felipe VI, Rey de España, y otra al Papa Francisco, pidiéndoles disculpas por los abusos de la Conquista. En esas estaba, cuando alguien me recordó el asunto de las relaciones México-Estados Unidos.
Antes de continuar, le ofrezco a Usted, señor Presidente, mis más sentidas disculpas porque esta carta esté escrita en español; ello ocurre de ese modo, primero, porque orgullosamente ese es mi idioma; y segundo, porque no sé otro —aunque bien podría agregar una tercera: no estoy muy convencido de la calidad de las traducciones—.
Continúo: ciertamente, hace un mes, más o menos, aseguré que nuestra comunicación es tan buena que por el momento no respondería ‘a ningún comentario del mandatario norteamericano, a fin de no ‘testerear’ la relación’;[1] sin embargo, por cómo están las cosas (the oven is not for buns)[2] y en virtud de la lista de reclamos pendientes (posiblemente la semana que entra envíe una misiva al Gobierno de Bélgica exigiéndole disculpas por el asunto de Maximiliano y Carlotita y que nos paguen las balas con que lo fusilamos —pero ese es otro asunto—), no tengo más remedio que remitir la presente.
Lo anterior visto que, en un recuento breve de nuestra historia patria, sucinto y no muy prolijo —aunque suficiente para legitimar varias disculpas por parte de ustedes—, tenemos: la anexión de Texas, que culminó con la injusta guerra contra nuestro país a mitad del Siglo XIX;[3]el robo de más de la mitad de nuestro territorio, equivalente a dos millones de kilómetros cuadrados, incluidos los yacimientos de oro de la Alta California;[3] el exhorto contenido en una circular de 1904, suscrita por su homólogo Teodoro Roosevelt, por la que instruyó a sus embajadas, legaciones y consulados a emplear la voz ‘América’ como sinónimo de ‘Estados Unidos’, con la que se nos despojó de un nombre que era propio de todos por igual;[4] su alevosa intromisión en el golpe de Estado de 1913, contra el Presidente legítimo (él sí), ‘Gustavo Madero’ (sic),[5] o séase la caída de la ‘Tercera Transformación’;[6] el desembarco de los marines en el puerto de Veracruz, en 1914;[7] la famosa, e inútil, ‘Expedición punitiva’ contra Pancho Villa a cargo de Pershing, entre 1916 y 1917;[8] y el tratado de Bucareli.[9]
Este oprobio reiterado se remonta a las Guerras de Reforma, durante la ‘Segunda Transformación’, cuando los liberales mexicanos a menudo se confabulaban desde Nueva York o Nueva Orleans; por no hablar del apoyo económico y militar estadounidense que resultó crucial para su causa; ¿el precio? Derechos permanentes de paso, intervención y explotación sobre franjas del territorio mexicano, ofrecidos por el insigne Benito Juárez, a través de su testaferro Melchor Ocampo; a Dios gracias la oferta no prosperó, pero años después un secretario de Estado suyo, James Blaine, fue el responsable de conceptualizar lo que él llamó: ‘penetración pacífica’ hacia México, al proponer: la inversión de capitales, la construcción ferroviaria y ‘las reglas de comercio adecuadas’. Con ello inició, en un año tal lejano (1880), la ‘americanización’ de la economía mexicana.[10]
En este punto, señor Presidente, me parece pertinente recordar las palabras de don Justo Sierra Méndez, quien admiraba al pueblo cuyo centro de gravedad política es el Capitolio (es decir, al suyo); empero, yo tampoco soy de aquellos que ‘se pasan la vida arrodillados ante él, ni de los que siguen alborozados, con pasitos de pigmeo, los pasos de este gigante, que, en otro tiempo, fue el ogro de nuestra historia […] Pertenezco a un pueblo débil, que puede perdonar, pero que no debe olvidar la espantosa injusticia cometida con él hace medio siglo’.[11]
Sobre esas bases, con todo respeto, lo comino, señor Presidente, a que ofrezca disculpas al pueblo de México y garantice la reparación de los daños, a través de su Gobierno (el mío), por los abusos, atrocidades y despojos, de los que ha sido objeto (el pueblo de México), en casi dos siglos de historia (mexicana).
Sin más por el momento, a la espera de su apreciable respuesta, quedo puntualmente suyo y reciba un cálido abrazo de mi parte,
Lic. Andrés Manuel López Obrador.
Presidente Constitucional de los Estados Unidos Mexicanos.
Posdata. El inventario de la entrega-recepción de Texas, California, Nevada, y Utah, así como las partes correspondientes de Arizona, Colorado, Nuevo México, Wyoming, Oklahoma y Kansas, lo podemos formalizar, vía la Secretaría de Relaciones Exteriores.
Posdata 2. Saludos a Daisy”
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