Mi amigo Felipe Colomo…por Luis Villegas
Tan hablador yo como suelo ser, esta mañana me quedé sin palabras; abrumado y conmovido hasta la médula.
De golpe, me enteré de la muerte del señor licenciado, don Felipe Colomo Castro. De pocas personas puedo afirmar, con tanta convicción, que son mis amigos; don Felipe lo fue. Compartimos multitud de experiencias, buenas y malas; fuimos, por increíble que pueda parecer vista la diferencia de edad, compañeros de varias batallas porque, hay que decirlo, el licenciado fue un demócrata por convicción desde siempre y hasta siempre.
Panista en hora temprana, cuando para serlo se necesitaban arrestos, dignidad y lúcida voluntad a partes iguales, don Felipe fue un hombre íntegro, cabal, de singular inteligencia, sencillez arrasadora y serena bonhomía.
Lépero como soy, me gustaba verlo reír de mis ocurrencias a él, hombre discreto, de educación exquisita, maneras suaves y modales impecables. Recuerdo una ocasión —estábamos en el Four Seasons de la ciudad de México, él había almorzado con unos amigos, yo era Diputado federal—; me citó para tratar algún asunto y, como yo no había desayunado, le sugerí que, mientras platicábamos, pudiera yo comer algo. Así fue, pedí café y un par de huevos estrellados; a la hora de pedir la cuenta, exorbitante, recuerdo que se rio mucho cuando le dije que ésa era la primera vez que yo participaba en un trueque y que a Dios gracias no pedí los huevos con salchicha (el que entendió entendió).
Con él empezamos, dos veces, sendos clubes de lectura; no prosperaron porque los candidatos no menudeaban o flaqueaba su voluntad a la hora de asistir puntuales al compromiso semanal; pero su sabiduría y buena disposición permanecieron incólumes por décadas.
Apasionado de la buena música —ya Senador él y yo en el GPPAN de la Cámara de Diputados—, algunas veces fuimos a la ópera, a Bellas Artes o al Auditorio Nacional; le gustaba hablar de libros, de historia, de filosofía, de cine, de arte, de viajes. Trotamundos infatigable, recorrió y conoció el orbe a placer. Recuerdo que una de las primeras anécdotas que me contó fue la relativa a unas amigas suyas que jamás habían salido de los linderos del Estado. Antes de salir fueron a consultarlo de cuál podía ser su itinerario en Europa; solícito, amable, gentil como era, les dio una serie de indicaciones puntuales de países y ciudades; a su regreso, fueron a contarle de su periplo. Cómo reía el licenciado cuando recordaba que les había preguntado: “¿y París? ¿Qué les pareció París?”; y una le preguntó a la otra: “oye, ¿fuimos a París?”.
Hombre de fe sin alardes, hombre de palabra, de honor, su generosidad lo hizo participar y apoyar multitud de causas; ¿qué podía pedírsele al licenciado que no dijera que sí? Entusiasta a pesar de sus años —o quizá por ello—, Colomo estuvo cuando debía estar, con quien debía estar, para lo que debía estar.
Para recordarlo no deseo hablar de asuntos electorales; baste decir que, por alguna extraña razón, en ese sainete de la política, jamás nos tocó enfrentarnos; así que mis recuerdos en ese apartado serán siempre de gratitud.
Hace cosa de cinco años, me invitaron a participar en un reconocimiento a su trayectoria (el texto íntegro lo agrego); entonces, hablando del aprecio que sentía yo por el licenciado, manifesté: “Desde hace años, las razones que justifican ese afecto y ese respeto dejaron de tener sentido. Me explico: Por lo general, uno reconoce los motivos para sentirse atraído o atraída hacia las demás personas: Su inteligencia, su bondad, su valentía, etcétera, sirven como acicate para alimentar o propiciar en nosotros esa inclinación; pero a los verdaderos amigos, uno no necesita motivos para quererlos ¿en qué momento y en qué punto dejé de considerar al licenciado Colomo como ‘el licenciado Colomo’ para empezar a mirarlo como un amigo a secas? No lo sé. La cuestión es que hoy me siento muy honrado de mi cercanía para con él y de poder llamarlo ‘mi amigo””.
Concluí diciendo: esa era la razón que nos convocaba en esta fecha: “El espíritu, el entusiasmo, la fortaleza, de un hombre, de un abogado, de un ciudadano, de un político, de un panista, que desde muy joven ha dado muestras de estar comprometido con la causa del bien común; que con su ejemplo de rectitud intachable ha forjado un gran legado que no debe sucumbir; que nos compromete y que debe servir de ejemplo, sobre todo, a nuestra juventud”.
A su muerte, que me ha podido en el alma, solo puedo escribir: “Licenciado, como siempre, mi respeto, mi admiración y mi gratitud perpetuos e indeclinables”; descanse en paz, mi maestro y amigo.
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