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Don Gilberto y sus apuros de ginecólogo…por Oscar A. Viramontes Olivas

Para mí es un honor haber conocido a un personaje muy respetado y a la vez prolífico en todos los sentidos, en su desarrollo profesional como ingeniero y por sus cualidades de escritor, me refiero a don Cutberto Ortega Lámbarri, el cual, me compartió un sinfín de vivencias sobre su vida en una charla amena en su oficina, así con ese estilo divertido y muy peculiar compartió para Crónicas Urbanas un pedacito interesante de su vida que según él, lo dejó frío.

 “Recordando los tiempos en que la educación tomaba un sendero definitivo, es decir se integraba -platica don Cutberto- se le daba forma, establecía programas, se enfocaba a la educación del pueblo por lo que el gobierno del entonces Presidente don Lázaro Cárdenas, impulsaba la cultura entre los mexicanos y la educación primaria se dividía en elemental y superior, la primera comprendía hasta el cuarto año y la superior hasta el sexto de primaria. Los maestros eran reclutados de ser posible con enseñanza superior, sin embargo, se consideraban a los de cuarto año de primaria lo que llegaba a ser suficiente para impartir una clase. Se sentía el empuje entre las autoridades y los maestros; México iba avanzando y con el paso de los años, estos maestros empíricos por llamarlo de algún modo, se superaron estudiando en ratitos porque trabajaban con un horario de 9 a 12 de 3 a 5 las clases de primaria. Uno dos o tres grupos según la población escolar, luego de 5 a 6 la llamada clase de costura a las niñas y para cerrar el día, de 8 a 10 de la noche la clase nocturna para adultos.

“Esto independientemente de la llamada labor social que consistía en visitar las casas de los vecinos e influir a la altura de sus capacidades en el mejoramiento y en el modo de vivir. El maestro era a la vez consejero, confidente, juez y, además en ocasiones actuaba como ministerio público, por toda esta actividad ¿qué tiempo tenía para estudiar? Sin embargo lo hacía y en vacaciones acudía a la cabecera del estado correspondiente a tomar dos meses de capacitación magisterial, independientemente de los exámenes que por correspondencia se le hacían mensualmente y al final de los seis años de trabajo tesonero, recibía el título de maestro. Yo fui de los agraciados de la vida porque pude estudiar en la escuela normal mixta de San Luis Potosí la carrera de maestro, que comprendía además de los seis años de primaria, cuatro de normal y en cada año se estudiaba 14 materias. No se descuidaba el físico de los alumnos normalistas, ya que teníamos un curso terciado de educación física y en el último año era un tanto militarizado.

“Recuerdo el mosquetón de 9 mm y las granadas ofensivas y defensivas, unas eran de casco liso y otras de surcos con su interior de pólvora negra de encendido lento y luego el explosivo. A pesar de los cursos tan intensivos (aclarando que no teníamos los llamados “puentes”) salíamos a la vida muy tiernos, terminando mi carrera un diciembre y en el marzo siguiente cumpliría mis 15 años. Mis compañeros maestros de edades semejantes no sabíamos nada de discos, antros, cantinas ni nada de sexualidad, éramos casi niños y teníamos mucho que hacer en la vida, por lo que mi labor como maestro, se iniciaría en una escuela enclavada en la ex hacienda de Pardo del municipio de Villa López, San Luis Potosí, con lo anterior como preámbulo inició mi pequeña narración: Era de noche a eso de las 21:00 horas más o menos cuando tocaron a la puerta de mi casa, salí y me esperaba un joven vecino de la comunidad que después de saludarme muy alterado me dice: “Profesor tengo un gran problema, quiero que me acompañe a mi casa, pues mi mujer está teniendo un niño y no hay quien la atienda”. No entendía lo que aquel señor me estaba diciendo, por lo que me le quedé viendo y le pregunté ¿y qué quiere qué yo haga?, por lo que el pobre hombre respondió: “Quiero que me ayude pues yo no sé qué hacer y si no me acompaña, mi mujer y mi hijo se morirán”. Yo estaba como hipnotizado, pues realmente no sabía cómo lo podía ayudar y me repetía con lágrimas en los ojos: “¡Mi mujer se muere, ayúdenme profesor!” Le contesté como en otro planeta ¡Yo tampoco no sé qué hacer! y contesta: “Usted es el profesor y si no sabe qué hacer, quién va a saber y mi mujer se muere”. Lloraba como un niño y yo también estaba a punto de soltar el llanto, ya que nunca me había enfrentado a una situación semejante, nunca había visto llorar a un hombre de esa manera, tan indefenso y que me estaba dando una responsabilidad para la que yo no estaba preparado.

“Nunca en mi corta vida había visto nacer un ratón, menos a un ser humano, ni idea tenía, ni era de mi interés saberlo, ya que los jóvenes de esa época teníamos otros puntos de vista, vivimos y crecimos gradualmente y a su tiempo todo se resolvía. Me acordé que en esos ranchos había señoras que se les decían “comadronas” y le pregunté si la había buscado, le decía cualquier cosa con el fin de que no insistiera, yo no tenía capacidad para ayudarlo, pero él sabía que se pasaba el tiempo y que había que asistir a su esposa, me tomaba de la mano y suplicaba, no sabía quién estaba sufriendo más, si la señora parturienta o yo.

“Me acuerdo que el plan de estudios de maestro incluía una materia que se llamaba higiene y recuerdo muy vagamente, como en sesiones separadas de varones y señoritas nos dio una sola clase un doctor y nos dijo qué ni atención le puse sobre un cordón umbilical que se cortaba 10 cm o no sé qué, para mí hubiera sido traumático tan sólo utilizar un cuchillo y cortar algo vivo, digo cuchillo porque no había tijeras en ese lugar, no había luz eléctrica, se alumbraban con un botecito con petróleo y una mecha encendida en el centro. El maestro como era mi caso, utilizaba una vela de parafina. Buscar un médico, una enfermera, ni pensarlo, la maternidad era una fuente de defunciones por falta de atención médica, el joven lo sabía y pensaba que la salvación de su esposa estaba en el maestro. Han pasado muchos años y no me imagino el desenlace de aquel diálogo si no se hubiera presentado aquel milagro. No tenía capacidad física ni psicológica para ayudar a aquel joven y no lo iba a acompañar a su casa y éste no estaba dispuesto a regresarse con las manos vacías.

“Pero un milagro siempre existe. Creo que en el fondo Diosito se compadeció de dos personas inútiles luchando sin objeto. Como dije en un principio a mi corta edad, a pesar de que ya era profesional por otro lado era un chiquillo y me acompañó a vivir en un rancho mi abuelita (una santa) y oyó la discusión; salió y preguntó con voz fuerte: “¿Qué traen?” ella no aceptaba que a su hijo le estuvieran discutiendo, me quejo con ella, así le llamo yo, era una queja, este señor quiere etc. etc. etc. Mi abuelita con su carácter dulce pero a la vez enérgico, me ordenaba: “¡Tu métete, tú no sabes nada!, espérame yo lo acompaño”. Al oír aquellas palabras fue para mí como escuchar una música celestial, pero no se nos había ocurrido pensar en otra persona, en la oscuridad de la noche yo siendo que sonreímos. Mi abuelita se metió al cuarto y salió poniéndose un chal en la cabeza, hacía fresco y expresando lo siguiente: “¡Vámonos!” dieron vuelta y se perdieron en la oscuridad, yo me metí inspirado profundamente, no me dormí hasta el regreso de mi abuelita como cinco horas después, me daba pena preguntarle cómo le había ido, sentía que esos temas no debían tratarse con una persona mayor, sobre todo la abuelita. A los quince días posteriores al parte de esa señora, asistí al bautizo de una niña regordeta, feíta, prietita, peloncita, pues me había invitó la madrina”. Con esta narración termina una de muchas que nos seguirá contando nuestro amigo don Cutberto.

Don Cutberto y sus Apuros de Ginecólogo (El Maestro Rural), forman parte de los Archivos Perdidos de las Crónicas Urbanas. Si usted tiene información que quiera compartir para esta sección y si desea también adquirir los libros: “Los Archivos perdidos de las Crónicas Urbanas”, tomos I, II, III, IV, V, VI y VII, puede llamar al celular 614 148 85 03 y con gusto se lo llevamos a domicilio o bien adquiéralo en la librería Kosmos en Josué Neri Santos No. 111; La Luz del Día: Calle Blas Cano De Los Ríos 401, San Felipe I Etapa y en librerías Bodega del Libro.

01 El presidente

Fuentes de Investigación:

Cutberto Ortega Lámbarri.

Archivo de los APCUCh.

Fotos: Yunuhen Rangel Medina

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