Razones para no leer (I de II partes)…por Luis Villegas
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Para Patty, quien me regaló El Quijote en versión facsimilar, hace la friolera de cuarenta años. |
La semana pasada, Patty, mi hermana, me endilgó uno de los peores insultos que nadie, jamás, me ha hecho en la vida. Le había comentado yo sobre mi estrategia para desfacer un torpe intento destinado a perturbar mi “aura” y va y me dice con voz dulce que soy igualito a Javier Corral.
Describir los estertores trepidatorios que recorrieron mi anatomía, como la sierpe kundalini, del perineo a la coronilla, me resulta casi imposible por doloroso.
Total que, tan grave ofensa, la guardé en mi pecho (que no es bodega) con singular resquemor; y ahí me tienen ustedes, a dale y dale, a mañana tarde y noche, preguntándome: “¿a poco sí?”.
Bien, pues resulta que, sin querer, me topé con un texto maravilloso que da la respuesta certera a esa interrogante existencial de porqué soy así: huraño, retraído, medio rarito-amargosito y porqué me siento a disgusto en la mayor parte de los lugares que habito y mi mundo es más bien estrecho (o inmenso, todo sea cosa de cómo lo quieran ver) y se limita a la pantalla de mi ordenador o a unos pocos cientos de miles de páginas leídos o pendientes de leer.
Me refiero a un texto basado en una conferencia de Marta Sanz.[1]
Pues bien, algunas de las razones que Marta Sanz esgrime para no leer, son las siguientes:
Si lees, corres el riesgo de que de pronto muchos de los seres humanos que te rodean empiecen a convertirse en animalillos. Salvajes o domésticos.
Si lees, dejarás de tener tiempo para ver la televisión y cabe la posibilidad de que los gritos de los tertulianos empiecen a resultarte incomprensibles. Ahora hablas en otro idioma porque has leído La hoguera de las vanidades de Tom Wolfe.
Si lees, cabe la posibilidad de que te despistes a menudo y se te dibuje en la boca una sonrisilla que muchos pueden calificar de tonta. Leer no es más barato que consumir drogas y también genera adicción. Te darás cuenta cuando leas Los paraísos perdidos de Baudelaire o Yonqui de William Burroughs.
Si lees, quizá todo el mundo piense que eres un empollón, que te crees superior a los demás. Puede que te segreguen y te aparten. Que no te consideren una persona normal, que te llamen friki.
Si lees, cuando escuches los telediarios puedes llegar a saber hasta qué punto te engañan.
Todas las noticias y ciertas actitudes se te pueden clavar en la niña de los ojos como una esquirla de cristal. Eso te hará sentir casi enfermo. Como Heinrich Böll cuando escribió El honor perdido de Katharina Blum o Evelyn Waugh se rio del mundo del periodismo en ¡Noticia bomba!
Si lees, verás que muchos emperadores van desnudos y puede que incluso te atrevas a decirlo.
Si lees, llorarás a menudo: de tristeza o de felicidad. Notarás cómo la sangre te corre por las venas y puede que enfermes del mal de la hipocondría como aquel enfermo imaginario de Molière.
Si lees, certificarás que no eres de madera ni de trapo, paja u hojalata como el muñeco del mago de Oz que anduvo, junto a Dorothy, por el camino de baldosas amarillas, para conseguir un corazón.
Continuará…
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Luis Villegas Montes.
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