A propósito del Día Mundial de los Docentes, resulta necesario abordar un tema del que poco se ha hablado en México: los problemas de salud mental, emocional y física que están sufriendo millones de docentes a causa del ineludible cambio de modalidad de enseñanza.
Para entender la magnitud del problema, es necesario saber que, para no pocos docentes, pasar de lo presencial a lo virtual no ha sido tan simple y sencillo como pudiera parecer. Ha implicado usar o aprender a usar nuevas TIC, y adoptar, adaptar y armonizar metodologías e instrumentos didácticos propios de la modalidad de clases en línea o distancia para utilizarlos en lo que sigue siendo, en esencia, modalidad presencial.
Si a eso le sumamos las actividades propias (las normales) del ejercicio docente y las que se han ido agregando para atender los requerimientos, necesidades y expectativas de otros actores de la comunidad educativa, queda claro que los docentes han tenido que dedicar mucho más tiempo del habitual e intensificar los esfuerzos.
Entonces por eso, por el sinfín de actividades que -o por- realizar, es que muchos docentes -que siguen en confinamiento forzado- pasan hasta 14 horas diarias sentados frente a la computadora tratando cumplir -en tiempo y forma- con las múltiples, variadas y nuevas exigencias de la labor docente en tiempos de pandemia. Lo cual, por obvias razones, les ha provocado problemas de salud emocional, mental, física y, en algunos casos, hasta de salud espiritual.
En ese contexto, es que resulta justo y necesario decir que rendir homenaje a los maestros en el marco del Día Mundial de los Docentes debe ir mucho más allá de las felicitaciones o entrega de reconocimientos efímeros.
Está bien que -como bien lo pide la UNESCO- se reconozca el liderazgo de los docentes al responder oportunamente a la crisis y por su aportación al proporcionar un aprendizaje a distancia, apoyar a las poblaciones vulnerables y garantizar que puedan atenuarse las brechas en el aprendizaje. Sin embargo, también estaría bien que se reconociera la necesidad de visibilizar y atender oportunamente los graves problemas de salud (estrés, ansiedad, depresión, trastornos musculoesqueléticos, fatiga crónica -muscular, visual o intelectual- cardiovasculares, etc.) que están sufriendo decenas de miles de docentes precisamente por eso; o sea, por seguir asumiendo comprometidamente un liderazgo que, en tiempos de pandemia, ha demandado un mayor esfuerzo y más sacrificios de todo tipo. Sacrificios y esfuerzos que, por cierto, tendrán que alargarse porque, de todas las actividades laborales y económicas, la académica en modalidad presencial será la última (hasta que el semáforo cambie a verde) en poder regresar a la “normalidad”.
En esta ocasión, finalizo citando lo dicho alguna vez por el profesor y filántropo estadounidense, Charles Best: Independientemente de las circunstancias, los docentes nunca se rinden y todos los días los están listos para brindarles a sus estudiantes todas las oportunidades posibles.
Aída María Holguín Baeza
laecita@gmail.com
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