La sangre que enluto a Delicias y la region
Por Carlos Gallegos Pérez —
15 de enero de 1954.
Cómo me hiere esa fecha.
Minutos después de las 12 de la noche, en medio de las tinieblas, con los lejanos tañidos del insomne Reloj Público escuchándose aletargados por la distancia, fueron atacados el Cuartel del 17o Regimiento de Caballería de Defensas Rurales y la Comandancia de la Policía Municipal de Delicias, por una fuerza combatiente formada por campesinos, obreros, trabajadores manuales, entre ellos un peluquero y un carpintero, ex empleados municipales y otras personas clasemedieras y de estratos sociales más modestos, encabezados por Emiliano J. Laing, Presidente Municipal 1947/49.
En una tardía reacción ante el supuesto fraude electoral cometido contra su líder nacional, general Miguel Henríquez Guzmán, candidato del Partido del Pueblo en las elecciones presidenciales de 1952, el ataque suicida fue deficientemente planeado, peor ejecutado y con armas notoriamente inferiores a las que poseían las fuerzas que estaban acuarteladas y alertadas por un chivatazo.
Entre el rudimentario armamento que portaban los inconformes, estaban algunas bombas hechizas contenidas en botes de chocomilk con mechas de alambre forrado de plástico, que al encenderlas no estallarían.
El primero en llegar y el primero en caer fue el joven Amparo Parra Guevara, oriundo de Cuatro Vientos, cuyo padre, don Amparo Parra Armendáriz, le dio un tiro en el cráneo a Laing minutos después de abortado el asalto, desechas las filas insurgentes por una ametralladora que desde la azotea vomitaba mortal fuego, culpándolo de la muerte de su hijo.
El evento sangriento enlutó a Delicias y a la región, desató una persecución infernal e inmisericorde contra los sobrevivientes y fugitivos y marcó para siempre la historia de Delicias.
La masacre fue cubierta periodísticamente por Lorenzo Mena, dueño y director de El Diario de Delicias y sus ecos se expandieron a nivel nacional e internacional, llegando hasta los medios informativos de España y otros países.
En la segunda foto, ante la mirada burlesca de dos de sus compañeros, el soldado Belém Collado porta el casco agujerado por una bala de los sublevados.
Chuy López Muñoz, nuestro emblemático comunicador, inmortalizó el acontecimiento a través de un sentido e inspirado corrido, cuyo epílogo retrata el fin de este intento de asonada y de todas las insurrecciones y movimientos sociales que han acaecido en México después de la Revolución.
A saber, la Rebelión Delahuertista, la muerte de Saturnino Cedillo, la masacre de Rubén Jaramillo y su familia, desde luego el negro 1968, el halconazo del 71 y otras convenientemente ocultadas por el grueso y amplio manto de la impunidad.
Dice uno de sus versos:
¿Quién mató a don Emiliano?.
La gente se preguntaba.
Hoy los viejos lo recuerdan.
Bajan la cabeza y callan.
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