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A propósito de estas fechas…por Luis Villegas

 

 

  El futuro no será la transformación de México en un narcoestado. El desafío es otro, quizá hasta más peligroso: La construcción de un poder paralelo, alternativo, dual, que le dispute constantemente al Estado el control sobre la sociedad, la política y la economía de la Nación”.

Jorge Fernández Menéndez.[1]

 A propósito de estas fechas, desde hace algunas semanas y a falta de algo más espirituoso, traigo atorado entre pecho y espalda un sentimiento. Ni temor, ni inquietud, ni zozobra, apenas un sentimiento. Es decir, una sinrazón presa en el alma, que no me deja ni a sol ni a sombra.

 ¿Por qué? Mire usted, no es mi deseo trazar un paralelo entre el México actual y el México de 1910 ni forzar similitudes apenas sostenibles; creo que existen diferencias sustanciales que hacen ineludible la conclusión de que son dos Méxicos enteramente distintos. Eso lo pueden saber los historiadores mejor que yo. Sin embargo, en un aspecto medular, hallo una serie de coincidencias alarmantes, por decirlo de modo amable.

 En efecto, la inequidad y la desigualdad sociales vigentes en nuestro País a principios del Siglo XXI son iguales -y en cierto modo tal vez peores- a las de la primera década del Siglo XX. Me da penita, pero, bueno, si yo me lo tuve que leer, no veo porqué no lo pueda leer usted, amable lector, lectora: “La brecha de desarrollo social entre los municipios con grado de marginación muy alto y muy bajo representa un reto verdaderamente desafiante para los esfuerzos de desarrollo regional y la planeación económica y social del país. […] El rezago educativo en los 365 municipios con grado de marginación muy alto se expresa en que 35% de la población de 15 o más años de edad es analfabeta y 57% no terminó la primaria; a su vez, 22% […] habita viviendas sin drenaje ni sanitario, 18% no cuenta con energía eléctrica, 43% carece de agua entubada”.[2]

 Ése es sólo un ejemplo de la situación que padecen algunos mexicanos; datos “gruesos” nos dicen resumidamente que, para el año de 2005, 50 millones 689 mil 570 mexicanos vivían sumidos en distintos grados de marginación; más de 36 millones de ellos, entre marginación alta y muy alta.[3] Por supuesto que éstas son cifras optimistas; no falta quien afirme que el número es mayor y alcanzan la friolera de 60 millones de compatriotas.[4]

 Los datos anteriores trascienden las fechas, las administraciones, la filiación partidista, las palabras, los adjetivos; el hecho escueto, dolorosamente memorable, inequívocamente vigente, es que, exactamente 100 después del arranque del movimiento armado -su culminación se pierde en el rumor de la traición y la ambición desmedida de unos pocos-, a la mayoría de los mexicanos no les ha hecho justicia la revolución. El Estado Mexicano ha sido incapaz de brindarle, a todos sus hijos por igual, las condiciones mínimas necesarias para garantizar su desarrollo personal en lo espiritual y en lo material.

 Apoltronados en la apatía, los que no formamos parte de esa marginalidad podríamos intentar voltear el rostro y decidir ver hacia otra parte: Existen, definitivamente, zonas y regiones maravillosas en este hermoso País capaces de secuestrar nuestra mirada para siempre. El problema es que aquí está la realidad para obligarnos a mirar de frente su feo rostro: De enero a agosto de 2010 los homicidios aumentaron un 28% en relación con el mismo periodo del año anterior, sólo en marzo se registraron mil 837 asesinatos; con idéntico parámetro tenemos que el robo vehicular se incrementó 16%, el robo con violencia -que en 2008 creció 17% y en 2009 los hizo un 21%- se elevó un 26%, los secuestros aumentaron un 3%, las extorsiones un 6% y los asaltos a negocios un 4%.[5]

 Si la injusticia y la desigualdad constituyeron el polvorín que estalló con motivo de la Revolución de 1910, les tengo malas noticias; la Organización para la Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE) ha destacado en diversas ocasiones que México continúa teniendo altos niveles de pobreza. Hace justo dos años, poco antes de que este pandemónium se desatara en forma, en París, Francia, la organización señaló que si bien el índice de personas viviendo con menos de la mitad del ingreso promedio en México se redujo en los últimos 10 años de 21 a 18 por ciento, el 22% de los niños y cerca del 30% de la gente mayor de 65 años vive en hogares con un ingreso inferior al de la línea de pobreza. Y pese a los logros, destacaba: “Pese de la caída significativa de los índices desde 1995, la desigualdad y la pobreza en México es 1.5 veces superior a la de un país promedio de la OCDE y dos veces mayor a la de naciones con baja desigualdad, como Dinamarca”. Lo peor del caso, es que de acuerdo con la misma fuente, la reducción de la desigualdad no obedece a un eficaz combate a la pobreza sino “a la caída de los ingresos del 20 por ciento del sector más rico”.[6] Es verdad que la desigualdad creciente no es un  fenómeno exclusivo de México. El Informe Mundial sobre el  Desarrollo Humano de 1997 nos decía que en 1994 la distancia que separaba al 20% más rico de la tierra del 20% más pobre en 1960 era de 30 veces y para ese entonces eran ya 78 veces.[7]

 Así las cosas, aunque sea verdad que en la última década ha descendido el número de pobres; lo cierto es que son muchos, demasiados, los pobres de toda pobreza en nuestro País. La causa primigenia de la Revolución de hace 100 años, pues, continúa intacta.

 Continúa intacta, con la diferencia de que existen individuos como Joaquín (a) “El Chapo” Guzmán, quien saltó a la fama, luego de saltar las bardas de “Puente Grande”, a partir de que hace un año “Forbes” lo situó en entre los hombres más ricos de México: Exactamente en la posición 701.[8] Intacta, con la diferencia de que el tráfico de armas procedente de los Estados Unidos cada año se incrementa de manera exorbitante.[9] Intacta, con la diferencia de que la capacidad de fuego del crimen organizado es escandalosa a partir del tráfico ilegal de armas, catalogado como el segundo delito más importante en el País por la PGR, hace cinco años -no quiero imaginarme cómo va la cosa para estas fechas-, se decía que había “entre 2 y 15 millones de armas en todo el país, mientras que cifras oficiales de la Auditoría Superior de la Federación (ASF) aseguran que entre 1972 y 2001 se han otorgado 5 millones 443 mil 547 licencias portación de armas en México”.[10]

 Lo único que le falta a este conato de revuelta para llegar a ser una auténtica revolución es que llegue alguien, un narcoideólogo, por ejemplo, a vertebrarla; a aglutinar sus ejércitos, a darle un carácter reivindicatorio en nombre de una clase social expoliada década tras década, a proporcionarle una pátina respetable de índole resarcitoria, para que la cosa esté hecha y a festejar a lo grande, dentro de otros cien años, el Tricentenario de la Independencia, el Bicentenario de la Revolución de 1910 y el Bicentenario de la Segunda Revolución Mexicana.

 ¡Viva México! Ca…

Luis Villegas Montes.           luvimo6608@gmail.com


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