Alfonso Amparan, el artista del pueblo
Por Carlos Gallegos —
“El arte no tiene precio, sino aprecio”
Con esa hermosa y poetica frase contestaba Alfonso Amparan Aguilar, El Pintor de las Estrellas, cuando le preguntaban por que regalaba su trabajo.
Ese mote se lo gano durante la epoca en que vivio en la Ciudad de Mexico y era el preferido de los artistas mas reconocidos del pais.
Posaron para el, entre otros muchos y muchas, Silvia Pinal, Angelica Maria, Lucha Villa, Lola Beltran, Alberto Vazquez, Alberto Cortez, Veronica Castro, Raphael, Fany Cano, tantos y tantas.
Aunque nacio con el don y a los 14 aoos dibujo al oleo La ultima Cena, pulio su estilo en la Academia de San Carlos, en aquellas largas horas invertidas en dominar tecnicas como el oleo, la acuarela, el pastel, el lapiz.
Expuso en las salas de San Carlos, en la sede de la Asociacion Nacional de Actores y Compositores, en la Quinta Gameros, en tantas partes.
De regreso en Delicias, a su casa negra del Parque Glendale, tomo a su pueblo como un gran estudio, convirtiendose en un artista itinerante, errante, y pincel en mano recorria sus calles capturando magistralmente el rostro de una tarahumara, plasmando La Paloma de la Paz, que seria el signo distintivo de su creacion, en cualquier banca de cualquier plaza, en la pared que encontraba a su paso, en los vidrios de los autos, en los pedazos de carton que levantaba del suelo.
Su casa se transformo en museo abierto dia y noche, donde exponia y vivia, donde sonaba y se elevaba por encima del mundo real, volando por su universo imaginario,
sin limites y de horizontes infinitos.
Al pasar los aoos, al trasponer el dintel de lo eternal, su arte fue evaporandose, como si se lo hubiera llevado.
Hoy dia pocos se acuerdan de Alfonso, de Alfonzzo, como firmaba sus destrezas magistrales.
- Pero de alguna manera sigue aqui, en el recuerdo de sus contemporaneos, en las cronicas de Araceli Villalobos, en la letra de Adriana Villela, que trabaja en su biografia, en la tarea restauradora de Manny Aton,en los videos de Mario Perez, en la “Balada para Amparan”, de Salvador Villeda.
Aqui seguira mientras la tristeza de su ausencia no se hiele en la sangre del olvido.
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