La muerte de la esperanza…por Alfredo Espinosa
Chihuahua muere a las puertas del palacio de gobierno. La señora Marisela Escobedo tenía sed y hambre de justicia y su voz clamaba en ese desierto infinito que es la impunidad. En estas tierras sin ley han muerto cientos de mujeres, miles de migrantes, miles y miles en la guerra de Calderón, y miles y miles de inocentes. Y muchos –ya demasiados- activistas políticos y periodistas.
Frente a las puertas del palacio de gobierno estatal, a un lado de la Fiscalía, se alza una instalación, una Cruz de Clavos que recuerda a las víctimas del feminicidio juarense. Pese a que la Corte Interamericana de los Derechos Humanos conminó al estado chihuahuense castigar y sancionar a los funcionarios negligentes del feminicidio, nada ha ocurrido. Desde la oficina del gobernador se le puede observar de manera inmejorable. A un lado de esta instalación, todavía ondean algunas de las precarias mantas con las que Marisela Escobedo exigía justicia al gobierno de Duarte como antes se lo exigió a Reyes Baeza. Seguramente Duarte, abriría discretamente la ventana, (tiene que tener mucho cuidado, como cualquiera de nosotros, con las balas locas o las impredecibles ráfagas de fuego) y miraría esas mantas, las podría leer con sus propios ojos, y observar en el rostro de Marisela todos los rostros –impotentes, desesperanzados, sombríos- de todos los chihuahuenses que hemos sentido la ausencia de justicia; escuchar sus gritos durante los nueve días que se mantuvo ahí (planeaba quedarse a pasar la navidad ahí, frente al palacio de gobierno), vigilar sus métodos de lucha desesperados como pedir firmas de apoyo. Pese a ese espectáculo dramático, Duarte nunca recibió a Marisela, madre de Rubí Frayre, víctima de la podrida legalidad chihuahuense que funciona, no para procurar justicia, sino para mantener una trama de intereses muy distintos a los ciudadanos. Reyes Baeza hizo de la nueva legalidad unos juicios orales que resultaron una puerta giratoria para los delincuentes que casi al mismo tiempo que entraban, salían de las cárceles.
Desconozco dónde estaba el gobernador cuando sucedió el asesinato de Marisela. Si estaba en sus oficinas, seguramente escucharía los tres disparos y la vería caer cerca de su palacio, ante sus puertas. La sangre inocente, otra vez.
César Duarte fanfarroneó en la toma de protesta como gobernador. Todo lo malo se iría con Reyes Baeza. Se auto proclamaba como el adalid del orden, pidió cadena perpetua a los secuestradores y declaraba el fin de la impunidad. Minutos más tarde cerraría las calles del centro para que las camionetas de sus invitados y los guaruras de éstos, pudieran estar cómodos y cerca del restaurante que habían decidido alimentarse. Hubo un caos en el Centro Histórico. Que nadie moleste al nuevo príncipe. Los demás, los ciudadan@s, pues háganle como puedan. Balandronadas e impunidad en el primer gesto de gobierno.
Ahora, el gobernador Duarte, asediado por los medios de comunicación, se mueve rápido. Quiere tapar el pozo de la impunidad después de la muerte de la activista: pide el desafuero de los tres jueces que dieron la libertad al asesino de Rubí, la hija de Marisela; señala el nombre de Sergio Rafael Barraza Bocanegra como el más probable asesino y difunde su retrato hablado; además declara que actos como éste no lo doblegarán. Nada dice de la responsabilidad de su gobierno, del estado, que tendría la obligación de brindar protección a Marisela. Su negligencia resultó criminal: no la protegió, y mucho menos, atendió una petición que era, a todas luces, justa. Nada dice de aplicar todo el peso de la ley a los responsables, pasados y actuales, de este caos. Una mujer que clamaba justicia murió. ¿Fue un crimen de estado? Por lo menos sí del estado de indolencia.
¿Qué muere con la muerte de Marisela? Se apaga una vela de esperanza, una voz que se quiebra, y se confirma que vivimos tiempos apocalípticos. Con la muerte de Marisela, muere también lo mejor que nuestro país tiene, muere la legalidad, los brotes de democracia ciudadana, la civilidad, la esperanza de mirar la luz al final del tiempo.
Ya no es necesario esperar los cien días para hacer el diagnóstico más desolador: César Duarte está rebasado por la violencia social que los mismos políticos han generado. La burla que el gobierno hace a los ciudadanos, es la misma que el asesino de Marisela Escobedo, hace de ese gobierno. En sus propias narices suceden los asesinatos. Y los ciudadan@s ya lo podemos confirmar: este sistema político nos ha obsequiado el peor Chihuahua que nos ha tocado vivir.
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