Vivimos tiempos difíciles. El mundo se convulsiona ante los desastres naturales y la tecnología que hoy pareciera darle la espalda a su propio creador. Nuestro país y el estado en que cada uno habitamos, no son la excepción en esta catástrofe de violencia, sangre y enfermedad.
En una época de violencia e impunidad, elevadas a su máxima potencia, resulta difícil mantener la fe y la esperanza de recuperar la paz que desde hace unos años se nos ha ido de las manos.
Las preguntas que quizá muchos no dejamos de hacer, carecen aún de respuesta… ¿Cómo mantener la esperanza de recuperar la paz, cuando las propias instituciones de “seguridad” pública han sido violentadas y burladas por los delincuentes que sí están organizados?
¿Para qué ser buen ciudadano? ¿Para qué participar?, ¿para qué opinar?, ¿para qué trabajar?, ¿para qué luchar?, ¿para qué seguir?, ¿vale la pena tanto esfuerzo?.
En los últimos días, me he convencido de que mientras sigamos en la búsqueda de respuestas, seguirá viva la esperanza. Fue este 27 de marzo cuando recibí una poderosa respuesta –con recordatorio adjunto– para todas esas interrogantes.
Ese día, una nueva vida se abrió paso. Rodrigo llegó a dar nuevas motivaciones a la vida de muchos que le hemos recibido en su nuevo hogar. Mi pequeño sobrino ha dejado la seguridad y tibio abrigo del vientre materno que le acunó, para aventurarse al mundo.
A tan solo dos días de nacido, Rodrigo ya aferraba su frágil manita al dedo de mi mano; recordándome con ello, que durante los próximos años, su futuro estará en manos de quienes ya llevamos un camino recorrido.
Son Rodrigo y su hermana Andrea la respuesta a mis preguntas, esos dos pequeñitos que dependen de lo que como familia hagamos para asegurar –en la medida de lo posible– su bienestar.
Son sobre todo, la esperanza viva, pujante y definida, del reencuentro de motivos y de la fe que me lleva a creer que todos juntos podemos dar el paso del letargo a la esperanza.
En ellos se concentra el motivo que hace que cualquier esfuerzo –por mas difícil y riesgoso que resulte– valga la pena. Pensar que cada uno de los ciudadanos podemos voltear a ver a nuestros niños y decidir el futuro que queremos para ellos. Y después de pensar, actuar congruentemente para conseguirlo.
Los que aún recordamos lo que es vivir en armonía, tenemos la obligación –cada uno desde su trinchera– de hacer todo lo que nos corresponda, para que así suceda.
El reto consiste en convertir un peligroso círculo vicioso en un círculo virtuoso; porque siendo tan fácil encontrar motivos para hacer lo que se debe –y no solo lo que se puede–, sin duda puede resultar menos complicado y dañino que encontrar excusas para no hacer nada, o simplemente permanecer al margen de lo que sucede. Y lo que sucede en Chihuahua, en gran parte, fue causado por el desinterés de los propios chihuahuenses.
Y es que la vida nos permite siempre tomar opciones: “El que quiere hacer algo, busca un motivo; el que no quiere hacer nada, una excusa”.
Aída María Holguín Baeza
Correo: laecita@gmail.com
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