Vive sin miedo…por Carlos Murillo
Luna brillante, buen tiempo por delante.
Refrán popular
——-Ciudad Cárcel, Chihuahua, invierno 2009-2010, fin de año; preámbulo de la Tercera Revolución Mexicana, ¿última Navidad de la era neoliberal?
Si pudiéramos preguntarle a los peces qué es el mar, responderían algo así como “¿cuál mar?”; es decir, no estarían o serían conscientes de la realidad que nosotros (la humanidad) llamamos “mar“. En el caso humano, cuando nos cuestionamos qué es la realidad, como cuando culpamos a dios o al gobierno de nuestras desgracias, o cuando decimos que la vida es buena o mala según nuestra experiencia personal, igualmente no alcanzamos a distinguirla; entonces, ¿a qué le llamamos realidad?
Hablar de la “realidad“ puede resultar una acción inútil si no consideramos que vivimos en ella y somos parte de ella, de ahí el problema de entrada, ¿cómo “mirar“ desde dentro aquello que nos supera ampliamente? Nuestro plano de consciencia todavía es muy deficiente, pero lo que sí podemos hacer es reconocer aquello que alcanzamos a distinguir por “realidad“ y enfocarnos a comprenderla y transformarla.
Los sentidos, esa cualidad humana que nos permite ver, observar o mirar; oír, escuchar y equilibrarnos; respirar, oler y olfatear; saborear, hablar o besar; pensar, razonar, calcular; sentir, tocar y emocionarnos, entre muchas cosas más, son nuestras funciones y herramientas; nuestro software humano. Un método que nos permite un mejor “uso“ y desarrollo de nuestros sentidos es el método dialéctico.
El sentido del miedo actualmente está atrofiado por exceso de estímulos. La violencia televisiva, por ejemplo, ofrece una alta gama de programas con contenido violento, desde series y películas, hasta noticieros y deportes, sin olvidar las caricaturas. La violencia es un signo de malestar social: una sociedad violenta y/o violentada, ya sea inducida o espontánea, es síntoma de que una contradicción distorsiona la concepción de la realidad: se termina percibiendo a través de la violencia la cotidianidad de la vida.
En la “realidad“ política el miedo cumple una función antisocial muy definida: permite gobernar cuando los regímenes son totalitarios, corruptos o débiles. Una política del miedo, por ejemplo, saca el ejército a las calles bajo cualquier pretexto. Pero también se activan el terrorismo fiscal, el policiaco; la disuasión, la persecución, el hostigamiento, y muy importante: la desconfianza. La violencia familiar, escolar y laboral; la angustia, la tristeza, la depresión; la ira, el pesimismo, el aislamiento y el vacío existencial, así como el suicidio, se disparan automáticamente.
La síntesis de lo anterior implica cambios revolucionarios. La antítesis es clara: se vive bajo un régimen de psicosis colectiva que enferma a la población. No sólo eso, en lugares donde la militarización tiene presencia en la vida civil, los casos de violación a los derechos humanos también son múltiples. Es decir, en el caso mexicano, el proceso de derechización de la sociedad puesto en marcha por los gobiernos neoliberales, particularmente los panistas, es retrógrada y peligroso, pues hay una clara tendencia al fascismo, a la pérdida o cancelación de libertades y derechos de la población, llegando incluso a la criminalización de la protesta social.
¿Qué implica entonces vivir sin miedo? Tres cosas: la aceptación, la desintoxicación y la reconversión del miedo. La primera es la más difícil, implica reconocerlo y las fuentes que lo generan (problematización) la segunda se relaciona con los métodos para resolverlo (resistencia) la tercera y última como la transformación en otra cosa, su desaparición como miedo (nueva tesis, dirección dialéctica).
¿A qué le tenemos miedo?, ¿cómo el miedo distorsiona la realidad, “mi“ realidad ?, ¿qué es lo contrario del miedo?, ¿cómo enfrentarlo?, ¿es infundado?, ¿es inevitable como la muerte? O también, ¿con qué se relaciona el miedo? El 2009 ha sido un año de grandes calamidades para la sociedad mexicana, principalmente en estados como Sonora, Michoacán y Chihuahua, o ciudades como Juárez, Tijuana o el área metropolitana de Monterrey, mucho crimen y violencia, pandemia de anomia; el miedo ahí es inevitable, pues nadie tiene la vida asegurada.
El 2010 empezando por nuestra salud mental, emocional y sociológica, no puede ni debe ser un año de desesperanza ni de simulación. No podemos fingir demencia y envolvernos en la locura de los festejos del centenario y bicentenario, pero para eso necesitamos vivir sin miedo, ¿miedo a qué? A ser nosotros mismos, a aprender a ser libres y equitativos; a no tolerar a jueces, políticos, gobiernos y religiones corruptas; a recuperar la alegría de vivir, a recuperar la dignidad.
Revolución de la dignidad, revolución de la esperanza y desilusión del miedo. Si el miedo no nos permite percibir la realidad con mayor claridad, hay que deshacerse de él; nadie desea otro año igual o peor que el 2009; sin embargo, todo parece indicar que todo seguirá así si seguimos asustados; una banda de criminales no puede ser más poderosa que una sociedad entera, aunque tengan armas; el valiente vive hasta que el cobarde quiere. Si la sociedad es un reflejo del Estado y viceversa, entonces el miedo de la clase gobernante debe ser enormemente atroz.
Es la media noche del Año Viejo-Año Nuevo; se escucha el aullido de la perra brava, ya parió sus coyotitos, están hambrientos de paz y tienen sed de justicia social. El tecolote canta el anochecer de la clase política y sus amos; la paloma de la paz no atraviesa más trincheras, es el colibrí a la izquierda que atraído por la sangre, se apresta a picar de flor en flor hasta agradecer, con su fragancia, el ambiente de sacrificio dispensado en su honra. Hoy es noche de luna llena.
Feliz 2010 sin miedo, año del avivamiento sociológico de México.
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