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Por el bien del pueblo (capítulos 8,9 y10)…por Luis Arturo Chavarría

POR EL BIEN DEL PUEBLO (NOVELA)

PARTE I

8. La decisión

De nuevo se llegó el domingo.

José Manuel y Sandra salieron a la plaza. Siempre hacían a pie el camino desde su casa hasta la plaza. Quince o dieciséis cuadras.

Se abastecieron de chucherías en puestos y carritos, como siempre, y se sentaron. Los muchachos se alejaron un poco, buscando libertad de acción.

José Manuel saludaba distraído, mientras un helado se derretía en el vaso que sostenía en la mano izquierda.

Pensaba en lo que habían platicado él y su mujer durante toda la semana.

¡Qué claro lo tenía ella! La verdad es que él no se hubiera concentrado en la propuesta si no hubiera sido por la insistencia de Sandra. Y qué capacidad de análisis había demostrado. Nunca lo dejó salirse por la tangente. Lo obligó a confrontarse a sí mismo, a clarificar sus ideas, su postura. Y lo hizo tan inteligentemente, asumiendo la posición de Abogado del Diablo, que cuando él se plantaba en el “no”, ella encontraba argumentos para el “sí”. Pero cuando él se dejaba convencer y asumía el “sí”, ahora ella encontraba todas las razones para defender la posición del “no”.

El caso es que lo obligó, lo acorraló, hasta que pudo ver con toda claridad su posición.

Ahora estaba seguro.

Sabía qué iba a contestarle al profe Roberto, y tenía todos los argumentos para sustentar su posición. Ya Sandra se había puesto en todos los papeles posibles contra esto, y él había encontrado siempre razones contundentes para convencerla. Lo que era bastante difícil.

Sí, estaba listo.

Y de pronto aparecieron, tomándolo por sorpresa. Concentrado en sus reflexiones, no se percató de que venían hacia ellos.

—¡Buenas noches! -saludó descubriéndose el profe Roberto.

—¡Buenas noches! -saludaron también a coro el profe Chepo y los mismos tres personajes del domingo anterior.

—¡Buenas noches! -corearon José Manuel y Sandra.

—Pues aquí nos tienen, muchachos -dijo el profe Roberto-. Como quedamos.

—Siéntense, profe -invitó José Manuel-. ¿Gustan algo? ¿Un refresco, un helado, un elote, algo?

—No, no, gracias. Nos sentamos -respondió el profe.

Una vez que se instalaron alrededor de la pareja, el sombrero puesto en la percha de su huesuda rodilla derecha, preguntó el líder del grupo:

—¿Y? ¿Qué pensaron de lo que les propusimos? ¿Qué nos respondes, Chenel?

—Bueno, profe, antes nos gustaría saber algo -dijo José Manuel.

—Pues pregunta, nomás. Me quedé esperándote toda la semana, porque me imaginé que ibas a tener muchas dudas.

—Pues sí, algunas. Pero fueron saliendo. Nomás me quedaron éstas. Primero: ¿quiénes son los otros prospectos?

—Me imaginé que ibas a preguntar eso. Te propongo algo: vamos discutiendo tu respuesta y al último te decimos a quiénes más estamos considerando. Independientemente de lo que nos respondas Pero primero vamos platicando lo que has pensado, ¿te parece?

—Está bien. La otra pregunta. Bueno, son dos.

—Dime.

—Profe, ¿van a tomar mi respuesta y van a respetar mi decisión?

—Buena pregunta, muchacho. Eso depende de tu respuesta.

—Me lo imaginaba. Bueno, la última se las voy a dejar para cuando terminemos esta charla, ¿le parece?

—Me parece. Y ahora sí: ¿qué nos respondes?

9. Ramiro y su gallo

Ramiro González, el Presidente Municipal, había invitado a comer al Presidente del CDM del PRI, Ricardo Estrada.

Lo citó en el tradicional lugar para comer y celebrar reunión: el restaurante San Juan.

Había un tercer invitado: Miguel Rodríguez.

Miguel había sido el motor de la campaña de Ramiro hacía tres años. Y durante lo que llevaba al frente de la administración, había sido el asesor que inclinaba la balanza en las decisiones del Presidente. Si no llegó a ocupar un puesto en la administración, fue por decisión propia. Le fueron ofrecidos todos, para que se colocara en el que más y mejor le acomodara, pero nunca aceptó. Eso sí, se convirtió en la conciencia de Ramiro. El Presidente lo buscaba siempre que tenía que tomar una decisión difícil, e indefectiblemente escuchaba sus sugerencias y se atenía a ellas.

Y ahora, el Presidente Municipal impulsaba la precandidatura de Miguel, que se había dejado seducir por el canto de las sirenas.

Con este propósito, había buscado Ramiro el encuentro entre Ricardo y su propio gallo.

Llegó primero el convocante. Se aseguró de ser el primero, al presentarse media hora antes de lo acordado con Ricardo y Miguel.

Escogió una mesa encerrada por un lado por la ventana hacia la calle y otro por un pilar. Así, podrían asegurarse de la privacidad de la reunión. Se sentó en la silla que quedaba junto al pilar.

Pidió un café y algo para pellizcar mientras esperaba. Le ganaron los nervios y para cuando llegó Miguel, diez minutos antes de la hora de la cita, estaba ya frente a su segunda cuba libre.

Miguel ordenó una cerveza oscura, que alcanzó a consumir, y cuando llegó Ricardo, cinco minutos después de la hora de la cita, dentro del rango de la cortesía, estaban pidiendo una nueva ronda. Ricardo pidió café y Ramiro pidió la carta.

Una vez que les tomaron la orden para la comida, comenzó Ramiro a inducir la charla hacia donde le interesaba:

—Así que, ¿cómo la ves, Ricardo? Si pega la negociación con esta nueva maquila, será gracias a las gestiones de Miguel.

—Pues por el bien del pueblo, esperemos que resulte -fue la neutral respuesta.

—No te creas -insistió Ramiro-. Si no se ha metido tan duro este muchacho, se nos vuelve a adelantar Delicias.

—Bueno, bueno -medió el propio Miguel-. En realidad, aproveché la coyuntura, como lo habría hecho cualquier otro. No era cosa de dejarlos ir.

—Pero te fajaste con los del Grupo Delicias, que no son enchiladas -resaltó Ramiro.

—Eso sí, Miguel -se enganchó Ricardo-. Hay que reconocer que enfrentarse a ese grupo, en negocios o en política, son palabras mayores.

—Pero cuando te cala, no mides si el “sayo” es de la careada; le atoras y ya -comentó Miguel.

El mesero llegó con lo ordenado, así que la charla se trivializó en lo que daban cuenta del platillo que cada quien había solicitado.

Para el postre, ya con sus respectivas tazas de café, Ramiro entró directamente en materia:

—Bueno, Ricardo, mira, se trata de esto: tú mejor que nadie sabes cuánto ha pesado Miguel en los buenos resultados de esta administración. Muchos de los logros no se habrían alcanzado si no hubiera sido por su visión, por sus consejos. Y te consta que colaboró sin ningún interés. Me cansé de invitarlo como funcionario, pero jamás quiso cobrar en el presupuesto municipal. Bueno. Me parece que nadie mejor que él para darle continuidad a lo que hemos consolidado hasta ahorita. Conoce los problemas por los que hemos atravesado, sabe de dónde venimos y para dónde vamos; está al tanto de las negociaciones con la iniciativa privada y de los acuerdos con el gobierno estatal y federal. Después de mí, como Presidente Municipal, es el que tiene la mejor panorámica del punto en el que se encuentra el municipio. Y ha demostrado que tiene con qué. De su trayectoria en el Partido, ni qué decir. Por eso, Ricardo, estoy convencido de que es nuestra mejor carta para la candidatura. Necesitamos apoyarlo, impulsarlo. Por mi parte, estoy en la mejor disposición para trabajar por él. Pero me gustaría saber qué piensas tú, como Presidente del Partido.

—Mira, Ramiro. Como Presidente del Partido, no tengo ni debo tener candidato. El que resulte seleccionado después del proceso, ése es mi gallo. Para mí, cualquier priísta que cumpla con los requisitos estipulados, es un buen prospecto —dijo Ricardo.

—Sí, sí, ya sé -contestó Ramiro-. Pero como priísta, como individuo, ¿cómo la ves? ¿No estás de acuerdo conmigo en que Miguel es el que más nos conviene como Partido?

Fuera como fuera, Ramiro era todavía el Presidente Municipal. No podía Ricardo menospreciar el cargo. Sin embargo, como Presidente del PRI municipal, había estado recibiendo muchas presiones para desactivar al grupo de Ramiro; los inconformes, los dolidos, eran muchos. Incluso, desde el Estatal le habían dejado ver que no aprobaban del todo la gestión de Ramiro; les había creado algunos conflictos y lo responsabilizaban de cierto divisionismo que comenzaba a percibirse en las filas del Partido a nivel municipal. Tenía que ser muy cauto. Mientras las cosas no se definieran, había que manejar con pincitas el proceso interno. Se jugaba el pellejo.

—Tan bueno como tú o como yo, Ramiro. Tan bueno como cualquiera que el Partido designe finalmente. Tú sabes que ni tú ni yo vamos a definir al candidato. Tenemos la responsabilidad de organizar el proceso, para que el Partido salga con sus mejores hombres a ganar en julio. De eso es de lo que nos van a pedir cuentas.

—Por eso, Ricardo -insistió Ramiro-, por eso. Como Presidente Municipal, creo que tengo una posición de privilegio. Conozco de primera mano la problemática del municipio. Llevo casi tres años enfrentándola, resolviéndola. Y me doy cuenta de quiénes pueden tomar la estafeta. Te aseguro que a Miguel no se le acerca ninguno de los que la quieren.

—Y no lo dudo, Ramiro -se escabulló Ricardo-. Por eso mismo, lo que hay que hacer es esperar los tiempos y participar en la convocatoria. Estoy seguro de que, si las cosas son como dices, Miguel se la llevará de calle.

—Sí, Ricardo, sí. Yo también estoy seguro -trataba de acorralarlo Ramiro-. Pero si contamos con tu apoyo, podemos ir adelantando camino y llegar a la campaña con impulso.

—Ramiro, con mi apoyo cuentas. Como cualquiera que decida participar, si cumple con lo que el Partido establece. No se trata de que yo quiera o no quiera. Se trata de que esperemos a que las cosas se den, y de ahí, con toda la fuerza del Partido detrás, lanzarnos a la campaña con el que salga candidato.

Viendo que no se dejaba arrinconar, intervino Miguel, conciliador:

—Creo que tienes toda la razón, Ricardo. Y me agrada que estés en esa posición. Así, nadie puede decir que “cargaste los dados”. Me tranquiliza saber que, si decido participar en el proceso, será contigo mediando para que la competencia sea justa y equilibrada.

—Miguel, puedes estar seguro de que así será. Y que una vez que tengamos candidato, voy a ser el primero en las brigadas de campaña -cerró la discusión Ricardo.

Terminaron el café en medio de un incómodo silencio que se prolongaba, y que Miguel, político, alivió diciendo:

—Me van a disculpar, Ramiro, Ricardo, pero tengo una cita de negocios y debo retirarme. Espero que podamos comer otro día de nueva cuenta.

—Adelante, Miguel -lo despidió Ramiro-, y gracias por aceptarme la invitación.

—Yo también me retiro, Ramiro. Tengo que ir a la oficina, ya sabes. Gracias por la invitación, y seguimos en contacto.

Los tres respiraron aliviados cuando cada uno tomó su camino.

10. Decidido

José Manuel dejó el vaso con su helado por ahí y, parsimoniosamente, se limpió las chorreaduras de sus dedos con una servilleta, que pasó también por los labios. La hizo bolita y la metió en el vaso. Se sacudió las manos. Se inclinó hacia adelante, hasta posar los codos sobre las rodillas, y empezó:

—¡Ah, que profe! Ni se imagina la semana que me hizo pasar. Desde que se fueron de aquí, la semana pasada, esta mujer no ha dejado de fastidiarme. Ya hasta me daba miedo la hora de la comida, porque empezaba de cuchillito de palo… con decirles que hasta éstos muchachos metieron su cuchara en el asunto. Bueno, creo que estuvo bien. Finalmente, también tiene que ver con ellos. ¡Pero, hombre! Llevar el chisme a la escuela, ¡y lo peor!, al taller. En cuanto Oscar y “Clavija” supieron, no me la acababa. Hasta pusieron una foto mía en uno de los engomados de la otra campaña que están pegados en la ventana, y a dale y dale. Y como todo el mundo se enteró, ya hasta me ofrecían el voto… ¡como si ya fuera candidato! Aunque no crean, de alguna manera sirvió de algo que soltaran el borrego. ¡Digo! Pudimos darle una medida al asunto, aunque sólo fuera entre los amigos. Hubo de todo: desde los que me animaban y juraban que me iban a linchar si me rajaba, hasta los que me aconsejaban que no me metiera en esos chismes. Y ahí me tienen, dándole vueltas y vueltas. Y cuando llegaba a la casa, ya estaba ésta lista para remachar. ¡Ah, porque qué afán! Todas las noches la misma monserga: “¿entonces qué? ¿qué has pensado?”. Y dijera lo que dijera, ahí la tienen, montada en el macho. Como la mosca de Pepito, ¡a tizne, y tizne, y tizne…! Pero bueno, de algo sirvió, creo yo. Cuando menos, estoy seguro de lo que voy a responderles, profe…

—¿Y que es qué cosa, muchacho? -inquirió el viejo.

—En principio, ¡pues que sí! ¡Acepto, qué caray! De todas maneras, no me van a dejar en paz si les digo que no. ¿O a poco sí? Pero ¡espérenme tantito…! Antes, hay que aclarar algunas cosas. ¡Bastantes, diría yo!

El júbilo de la comitiva no podría describirse. El rostro del viejo maestro jubilado se iluminó en una amplia sonrisa. Se puso de pie, abrazó a José Manuel y felicitó a Sandra, ritual que repitieron los demás.

No podían creerlo: ¡el hombre que mejor aceptación tenía entre los líderes de los izquierdistas, aceptaba la candidatura de la Coalición!

Habían preparado todos los escenarios posibles, con el propósito de acorralarlo y forzarlo a aceptar, pero no habían previsto que lisa y llanamente ¡aceptara!

Tratando de dominar su euforia, el viejo maestro impuso un poco de orden, ya que los paseantes comenzaban a voltear curiosos a contemplar la escena del grupo repartiendo abrazos y felicitaciones a media plaza.

—Muy bien, gente, muy bien. Ahora, vamos a organizarnos. Siéntense, siéntense, que como bien dijo Chenel, hay bastantes cosas que aclarar.

—¡Claro que sí! -dijo el profe Chepo-. Pero me parece que no es este el lugar apropiado. Los invito a la refresquería, para platicar más tranquilos. ¿Qué tal un cafecito?

—¡Magnífica idea, compadre! -aprobó el profe Roberto-. ¿Nos acompañan, muchachos?

—Pues, ¡vamos! -dijo José Manuel, luego de consultar con la mirada a Sandra, que aprobó con una ligera inclinación de cabeza y cerrando los ojos.

Discretamente, Sandra buscó a sus hijos y se rezagó con el profe Chepo, para permitir que José Manuel y el profe Roberto platicaran, caminando delante del grupo, mientras se dirigían a la pequeña cafetería que estaba al cruzar la calle.

Una vez instalados, pidieron café para los adultos y malteadas para los muchachos. Tuvieron que juntar dos mesas para caber todos.

—Ahora sí, José Manuel -dijo el profe Roberto-. Suéltala.

—Pues, ¡no sé ni por dónde empezar, profe! Y eso que hasta me la había ensayado.

—Por donde sea, muchacho; ya nos iremos organizando conforme se vayan aclarando las dudas y respondiendo las preguntas -lo alentó el viejo.

—Bueno, primero que nada, contésteme la que me dejó pendiente. ¿Quiénes más están como prospectos?

—¡La curiosidad mató al gato, Chenel! ¿no sabías? Pero bueno, tratos son tratos. Te lo prometí y te lo cumplo. Mira, aunque no lo creas, los tres prospectos que te mencioné son gente como tú: todos desligados de la vida pública, de la polaca, pues. El primero, ya te lo había dicho y  no era coba, eres tú. A todos nos pareció que cubres y excedes el perfil que nos propusimos para esta campaña. A los otros dos no los hemos entrevistado; esperábamos el resultado de esta charla contigo. Obviamente, ya no vamos a ofrecerles la candidatura. Pero no vamos a desperdiciarlos. Vamos a invitarlos, y esperamos que esta vez nos acompañes en tu calidad de precandidato de la Coalición; vamos a invitarlos, te decía, para que participen en la planilla de candidatos a Regidores. Y en los primeros dos puestos. Los “rojillos” de siempre ya estamos muy vistos. Necesitamos, insisto, sangre nueva. Gente de entre la gente. Por eso queremos que ustedes encabecen esta vez nuestra lucha, que finalmente, se van a convencer, es la de ustedes, aunque ni se enteren de que la están librando. Pero el hecho de que todos los días te levantes y vayas y abras tu taller, y trajines todo el santo día para ganarte la comida, la educación de tus hijos, eso, Chenel, te hace un luchador social. Pero ya platicaremos más de eso. Te decía: los otros dos son, en el orden en que están considerados por la Coalición, Arturo Marta, el panadero, y el profe Raúl López, de la secundaria federal. Ninguno de los dos está afiliado ni ha militado en ningún partido político. Los dos tienen una trayectoria reconocida en la comunidad y son respetados y respetables. No tienen cola que les pisen; al contrario, por donde le busquen, son gente que siempre está dispuesta a colaborar si se trata del bien del municipio. ¿Satisfecho?

—Pues sí, profe. Satisfecho. Y tiene usted razón: si alguien me dijera que cualquiera de ellos es candidato a Presidente Municipal, de inmediato me sumaría y lo apoyaría.

—¡Precisamente de eso se trata, muchacho! -enfatizó el profe-. Tú mismo me estás dando la razón. Cada vez que hemos consultado con sus nombres, la opinión de la gente es la misma: “con un gallo de esos, me la juego con ustedes”.

—Pues sí, profe. Aunque en mi caso, sigo teniendo mis dudas, no crea. ¿Qué le voy a ofrecer a la gente? ¡No tengo ni la menor idea de lo que hay que hacer en la Presidencia! -expresó José Manuel.

—La tienes, ¡y más clara de lo que crees! -le dijo el viejo líder-. ¿Qué crees que necesita tu familia? ¿Y tu calle? ¿Y tu colonia? ¿Y el pueblo? ¡Pues eso es lo que hay que buscar! Remover cielo, mar y tierra para conseguir eso que tú, que la gente, necesita.

—¡Caramba, profe! Si hasta me la creo. Tiene usted mucha razón en lo que dice -masculló José Manuel.

—Mira, muchacho. No es raro que te sientas así. Nos han hecho creer que no sabemos pensar, que no somos capaces de detectar nuestras necesidades. Pero finalmente, ¿qué es y para qué es la autoridad? ¡Pues es un representante del pueblo que se elige para escuchar y resolver las necesidades del pueblo! Así de simple. Pero nos han enredado la madeja y nos han hecho creer que sólo las cúpulas pueden descifrar esas necesidades y plantear soluciones. ¡La gente sabe qué le duele, la gente sabe qué necesita y la gente sabe dónde y cómo conseguirlo! La autoridad nada más debe ayudarla a organizarse. Eso es lo que queremos que nos quede muy claro a todos, y por eso estamos seguros que esta vez sí vamos a ganar.

—¡Ah, qué caray! ¡No, pos sí! Ni qué alegar, profe -dijo José Manuel.

—Muy bien, gente. Creo que por hoy ha sido bastante. Vamos a dejar a estos muchachos que terminen su paseo dominical, porque luego van a tener que sacrificarlo por un tiempo. Y nosotros, vamos a trabajar -dijo el profe Roberto-. ¿Qué te parece si te busco el martes en la noche, para seguir platicando y definiendo esto? Ya con más calma y con tus ideas un poco más en orden, puedes preguntarnos lo que quieras y plantearnos todas tus dudas.

—Me parece bien, profe.

—¡No se hable más! El martes, a las siete y media, paso por ti a tu casa. En las oficinas del Partido vamos a estar los de la Coalición. Me gustaría que platicáramos todos, para que te vayas integrando y empapando de este asunto de la campaña. Y ahí vamos aclarando todas las dudas que surjan.

—Lo espero entonces el martes, profe -se despidió José Manuel.

Sandra palmeó a los muchachos para que se levantaran, desfilaron ante la comitiva despidiéndose con un apretón de manos, y culminando con la expresión del profe Roberto:

—¡Que tengan un buen fin de semana! Y, ¡felicidades! Ahí llevan al próximo Presidente Municipal.

La próxima semana, los capítulos 11, 12, 13 y 14.

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