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No, de veras, no sé cómo le hacen…por Luis Villegas

El fin de semana fui, ¡ah, pero cómo no!, al cine. Me queda claro que a usted, amable lector, gentilísima lectora (a quien ahora le agradezco todavía más que se dé un tiempecito para leerme), ese asunto lo puede tener perfectamente sin cuidado. Me parece justo. Todo fue salir del cine y sentarme a escribir estas líneas.

Pero vayamos en orden (porque ir por partes lo dejo sólo para cuándo de ir a comer prójimo se trata). Resulta que el bendito sábado fuimos Adriana y yo al cine. María se negó en redondo a acompañarnos y Adolfo quería ir pero no da la talla, ni la edad, ni la apariencia (Usted lo ve y no va a creer, aunque lo juremos sus papás sobre la Biblia, que tiene más de 13 años). Así que fuimos solos a ver la película más reciente de Sarah Jessica Parker; recién comidos, ahítos, fuimos así a secas, sin Coca ni palomitas, pero lo cierto es que no las extrañamos. No le voy a narrar la trama, si me ha leído en el pasado usted sabe que soy muy formalito y no suelo contarla. Lo que sí le voy a decir es que si usted es heterosexual, está casada (o) y lo suyo no se trata de una sociedad de convivencia (porque esa película no la he visto), vaya a verla. Vaya usted y llévese a su cónyuge -prometido (a)- y a toda la parentela.

La película se titula en inglés: “I Don’t Know How She Does It”, es decir: “No sé cómo lo hace ella” (lo entendí perfectamente ¡Yuhu!) y a México llegó a la pantalla grande con el título de: “¿Cómo diablos lo hace?”. La historia es, en síntesis, la de una madre trabajadora que tiene que hacer todo tipo de tejemanejes “para sacar adelante su matrimonio, su carrera y su papel de madre sin morir en el intento” (reseña dixit).[1] No es una cinta con tintes machistas ni feministas -ni de militantes en uno u otro sentido-, ni de “progresistas” o “retrógradas”, ni de proabortistas o contrarios a ellos, ni de gentes a favor del matrimonio o del amor libre, ni de indios ni de vaqueros; es una película que intenta reflejar (y lo hace con muchísimo acierto) los avatares de la vida cotidiana de una pareja que se ama, tiene dos hijos, e intenta ser feliz en este mundo cambiante y complejo que demanda que la mujer trabaje. Pero la película no habla sólo de la mujer trabajadora, habla también del hombre que trabaja y cambia pañales, de los jefes intransigentes, de las jóvenes escépticas en ese asunto de los hijos y del amor con cara de compromiso, de las exigencias laborales equívocas y que, para colmo, trascienden el tiempo y el espacio y no le guardan el menor respeto a los compromisos familiares.

Se lo anticipo, la película tiene tres “pegas”: Es una comedia; además, si usted nació en este siglo, estará de acuerdo conmigo en que está plagada de “lugares comunes”, tales como niños que sufren un accidente sin que la mamá esté presente, reuniones familiares frustradas, ausencias imperiosas e impostergables, promesas hechas desde el fondo del corazón pendientes de cumplir, aparentes flirteos entre compañeros de trabajo (no, no siempre son reales), etc.; la tercera es que, si usted es crítico de cine, va a odiar el predecible “Final Feliz”.

Me vale. Son esas tres circunstancias las que la hacen una película entrañable; una mujer (y un marido, y un jefe, y un cliente, y una secretaria) que sobreviven a la adversidad de este mundo que nos tocó vivir y que pareciera exigir de nosotros -si queremos hablar del “éxito”- salarios de varios dígitos, fast food, y niñeras o sirvientes haciéndose cargo de nuestros hijos y de nuestras vidas. De este mundo inclemente y estúpido que nos atornilla a las obligaciones laborales con cualquier pretexto insulso, y se olvida de la excusa perfecta para la perfecta celebración: Un diente menos, el primer corte de pelo, hacer un mono de nieve, una cena especial (Navidad, cumpleaños, etc.), una ida al colegio (o la primera ida a la guardería), en fin, esas cosas maravillosas que los que tenemos la fortuna de ser padres sabemos que existen y sin embargo, pareciéramos empeñados en deshacernos de ellas porque “la vida” está allá afuera ávida de triturarnos y pasar por ellas; esperando grandes acontecimientos por venir, sin darnos cuenta, tristemente, que la mejor vida es ésta: La que vivimos a cada instante, minuto a minuto, con los seres que amamos y que nos aman. Porque, por si no lo sabe o lo ha olvidado, esas cositas que engendraron nuestras mujeres y cargaron por casi nueves meses (días más o días menos), están creciendo y nunca jamás volverán a tener 1 ó 2 años; nunca volverán a decir su primera palabra; nunca darán, otra vez, su primer paso; o séase, que esos prodigios se estrenan cada día para nosotros y de nosotros depende si nos perdemos esa premier o no que la vida decidió brindarnos en exclusiva.

Los intensitos verán otras cosas en el filme, me imagino; pensarán en función de “triunfos” o “derrotas” de sus respectivas causas; yo, se la recomiendo por una sola razón: Nos ayuda a pensar, a recordar o a valorar la circunstancia en la que vivimos la mayoría de las parejas en este Siglo XXI y quizá, tal vez, nos regale la oportunidad de reflexionar sobre nuestra propia circunstancia que es, al final de cuentas, la que importa. Sí, la suya y la mía que es, forzosa y necesariamente, distinta para cada uno de nosotros. No hay “patrón” que valga, ni molde ni “ajuste” que a priori venga a resolvernos la relación en pareja.

Yo, por ejemplo, fui feliz al constatar que la decisión que adopté meses atrás de renunciar a mis responsabilidades en México, D.F. (que era dónde tenía un futuro laboral “exitoso” -bloqueado como estaba aquí ¡y por mi propio Partido, además!- si no garantizado por lo menos viable), fue la mejor, la más inteligente, la más sensata; posiblemente mis ingresos no sean mejores pero soy infinitamente más feliz gracias a Adriana, a María, a Adolfo, a Luis, a Luisa, a Lola, a Patty, en fin, a la gente que amo y sé, sin lugar a dudas, que también me ama. La peli me ayudó, definitivamente, a comprender mejor a Adriana, mi esposa; a Lola, mi mamá; a Patty, mi hermana; quienes dedicaron -y dedican- gran parte de su vida a hacer posible y compatibles, el amor y la responsabilidad; el trabajo y el hogar; la inteligencia y la ternura; la disciplina y la caricia; el éxito personal y la familia. Gracias, por todo, por su enseñanza y por su ejemplo. Besos.[2]

Usted, vaya al cine y, por favor, compre soda y palomitas… aunque le salgan en un ojo de la cara ¡méndigos! Pero un día he de organizar una huelga de “butacas vacías”.

Luis Villegas Montes. luvimo6608@gmail.com


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