Vaya al cine y eduque un político…por Luis Villegas
1.- Sé que no debo hacer de este espacio rincón de cuitas o de reseñas de teatro ni columna de espectáculos, ni siquiera bastión de resúmenes literarios -porque hasta la gente que lee se iba a cansar-, pero ni modo, ahí voy.
2.- Resulta que el pasado fin de semana fui al cine a ver la más reciente película de Clint Eastwood: Invictus. Estoy consciente de que mis conocimientos sobre el séptimo arte son escasos si no es que nulos. Resulta asaz frecuente, por ejemplo, que el llamado “cine de arte” me deje atónito, con un signo de interrogación grabado de manera indeleble en mi despejada frente (para no decir que ya se me están haciendo chicas entradotas) y con una mirada vidriosa producto de una certeza imbatible: No entendí ni “J”. Por ello, leo con suspicacia a los críticos de cine: Porque nunca nos ponemos de acuerdo; lo que a mí me mata a ellos no y viceversa. Somos como de mundos distintos (eso o yo tengo un espíritu medio ramplón). Una revista especializada en entretenimiento, de “Invictus“, sólo atinó a decir que, basada en hechos reales, es una película menor en la carrera de Clint Eastwood: “Un bienintencionado canto a la tolerancia que tiene poco impacto cinematográfico”. ¡Moles!
3.- Frente a tanto desdén y sabiduría condensado en tan escasas líneas, ¿qué le queda a uno decir para no sentirse más tonto de lo que ya es? Como sea, respetuoso y sordo a tan dura crítica, heme aquí con la mía (con mi crítica, quiero decir). Aunque me dan unas ganas locas, no voy a cometer la grosería de contar en qué termina ni relatar de manera pormenorizada su desarrollo; a ese respecto sólo le diré dos cosas: a) La historia y su narración fílmica valen la pena y b) vaya a verla sin falta… pero no vaya sola o solo.
4.- La película de Eastwood lleva a la pantalla un pasaje de la biografía del líder sudafricano Nelson Mandela. Basada en el libro del periodista John Carlin, la cinta describe la lucha de ese hombre extraordinario y sus afanes por unir a Sudáfrica, así sea a través de la pasión por un deporte, el rugby; el cual era considerado como un deporte “de blancos” y cuya selección nacional, una de las peorcitas, de la mano de Mandela y del capitán del equipo, François Pienaar, da en el filme una de las lecciones más hermosas de amor, determinación, inteligencia, sensatez y coraje. La trama narra cómo el rugby sirvió de instrumento para reconciliar a un país al borde de la guerra civil a partir del triunfo electoral de Mandela.
5.- Si tuviese alguna duda respecto de la oportunidad de la otra sugerencia le voy a dar una razón única y tan válida, que hará que el próximo miércoles (generalmente de 2 x 1) agarre usted su cartera bien fuerte con una mano (por si las dudas) y con la otra pepene al político más a su alcance y lo lleve a ver la cinta así sea a rastras. Y que conste: Por “político” no piense usted que hablo del Presidente de la República, de secretarios de Estado o de algún Gobernador (y no porque crea que ya no tienen remedio), no, para nada, en lo absoluto, por tal aludo a cualquier persona (de Presidente de Comité de Vecinos pa’arriba) que metido en la vida pública pretenda “defacer entuertos” a costa del prójimo.
6.- Pues bien, instalados ya en el corazón de la trama, destaca la forma en que Mandela entendía la noción de liderazgo. Varias veces, de distintas maneras, debe enfrentar la oposición de sus coetáneos, de sus compatriotas, de sus consanguíneos e incluso de sus subalternos, para hacer prosperar su visión de una Sudáfrica floreciente, unida y en paz. Mandela no fue jamás un Presidente Negro, fue ante todo un Presidente Sudafricano, el primero de raza negra. Activista contra el apartheid, encarcelado durante 27 años, a su arribo al poder en 1994 no le sucedió una ola de venganzas o “desagravios” en cuya cúspide brillara la justificada indignación de la mayoría negra; la concordia, el acuerdo y la reconciliación constituyeron los ejes de su política durante esos años.
7.- Contrastan ese valor y esa visión, con algunos métodos y formas del quehacer político en nuestro medio. Se dice que en 1942, al inicio de su mandato como Gobernador del Estado de México, durante la instalación de la Legislatura local, Isidro Fabela afirmó en su discurso inicial: “El principio de que no se puede gobernar con los enemigos sino con los amigos es enteramente axiomático”.[1] Es posible que el axioma exista y que gobernar “con los enemigos” sea imposible. Pero esa verdad pueril es engañosa pues parte de una noción errada y contradice en esencia la labor política.
8.- En efecto, la política, la política entendida en su acepción más auténtica y sublime, asume que la sociedad se conforma de distintos e inclusive opuestos y que su misión no es construir mayorías, de grado o por fuerza, para imponer una visión monolítica de las cosas. La política es ejercicio de diálogo constante que apela a la razón y cuyo propósito último es el entendimiento para generar un bienestar del ente colectivo. Entendida de otra manera, la política se articula a través de grupos de poder e intereses particulares que perviven merced a la benevolencia de la “amistad” -que no conoce de leyes ni entiende de razones-, en el mejor de los casos, y a la complicidad y connivencia, en el peor.
9.- No es dable confundirnos: Existe una noción ética de la política a la par de una concepción patrimonialista. La primera se define brevemente con la palabra “servicio”; la segunda, con la palabra “poder”. La primera procura servir a los otros; la otra, en principio y por deber, busca servirse a sí misma. Santo Tomás aludía a la primera en sus escritos, Maquiavelo a la segunda; el referente de ambas es idéntico: La conservación del conglomerado humano, su teleología no, es contraria: Una, atiende al bien común, la otra al bienestar particular de una persona en lo individual, de un grupúsculo o de un partido.
10.- Los primeros son fieles e incondicionales adeptos de Von Clausewitz y Mao Tse Tung (otra fichita), que decían respectivamente: “La guerra es una mera continuación de la política por otros medios” y “Se puede decir entonces que la política es guerra sin derramamiento de sangre […]”. Los segundos, de Santo Tomás, quien escribió: “No se es buen príncipe si no se es moralmente bueno y prudente”; y en la Suma Teológica añade: “Es imposible que el bien común de la Nación vaya bien, si los ciudadanos no son virtuosos, al menos aquellos a quienes compete mandar”.
11.- La mayoría de nuestros políticos -del partido de donde provengan-, consciente o inconscientemente, están en permanente búsqueda de un Gobierno “de amigos” o, por lo menos, “de aliados”, cuando no “de cómplices”; reniegan de la misión política por antonomasia: Conservar la sociedad mediante la búsqueda de consensos allá, entre los que no piensan de la misma manera. Necesitan -y hacen todo lo que sea útil para ese fin- organismos colegiados que se hagan eco de sus proclamas y simulen una pluralidad inexistente; llámense ayuntamientos, congresos, consejos o comités de partido. Y lo hacen porque no son capaces de hacer política: Se limitan a administrar el poder y a sobrevivir a cualquier precio.
12.- Si usted consigue que su político pague los boletos o por lo menos su propia entrada o que -doblegado frente a la insistencia de que “usted lo invitó” con fines pedagógicos- ya adentro se mantenga firme en “pichar” las palomitas y el refresco, puede sentir y pensar y creer, sin asomo de dudas, que estamos en el camino correcto y que todavía quedan esperanzas para este dolorido País. Si su político le sale retobón y no quiere ir y usted no se anima a desmayarlo de un estacazo, no se desaliente, recuerde el poema de William Ernest Henley que, para darse fuerzas, Mandela repetía como un mantra durante su largo encierro:
“No importa qué tan estrecha sea la puerta
ni que deba cargar con los castigos de la sentencia.
I am the master of my fate :Yo soy el dueño de mi destino:
I am the captain of my soul .Yo soy el capitán de mi alma”.
13.- Apague su celular y disfrute la función.
Luis Villegas Montes.
luvimo6608@gmail.com, luvimo66_@hotmail.com
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