El terremoto más fuerte que conocemos en la historia documentada de la sismología es el que ocurrió en Chile el 22 de mayo de 1960, con una magnitud de 9.5 en la escala de Richter, y generó un tsunami parecido al de 2004, en Indonesia.
Se propagó a lo largo de las costas del Océano Pacífico, incluso de México. Causó daños en California, pero principalmente en Hawái: una serie de olas devastó la ciudad de Hilo y mató a muchas personas. A raíz de ese desastre se creó el Centro de Alerta de Tsunamis del Pacifico (PTWC, por sus siglas en inglés de Pacific Tsunami Warning Center), en Ewa Beach, Hawái, cuyo objetivo es dar información en tiempo real de la ocurrencia de terremotos y de la amplitud de las olas marinas que generan, para así reducir el impacto.
El PTWC dispone de instrumentos que miden el nivel del mar y de personal que emite una alerta a diferentes niveles. En el primer nivel, señala la posibilidad de que se haya generado un tsunami. Los especialistas de este centro no dicen: se generó un tsunami. Si observan que ha ocurrido, cambian a un segundo nivel: emiten una alerta.
En caso de que un sismo genere un tsunami, las olas de éste llegan en minutos a la costa más cercana de donde ocurrió aquél. En mar abierto se propagan a 700 kilómetros por hora, pero con una amplitud muy pequeña. Si llegan a la costa, luego de un recorrido de 18, 20 ó 24 horas, según la lejanía de ésta, su velocidad disminuye y su amplitud se incrementa para conservar la energía; entonces sí pueden ser destructivas, a pesar de haber recorrido miles de kilómetros.
Al revisar y analizar de manera invertida los sismogramas, se trata de entender qué pasó. La fuente del sismo, que comúnmente se muestra como un puntito en mapas, realmente es una falla que se desliza; tiene dimensiones y cantidades de ruptura heterogéneas.
Este estudio tiene relación con los tsunamis, pues el patrón de ruptura que tiene una falla afecta la deformación del fondo del mar y, por consecuencia, la generación del fenómeno.
Conocer la fuente misma de un temblor es importante para saber no sólo cómo se deforma el fondo del mar y se generan las olas gigantes, sino también cómo se produce y se desliza una falla, qué características tiene este deslizamiento. Además, en la zona de subducción, la fuente permite identificar localidades donde se puede generar un terremoto de ciertas características.
Gracias a la información que contienen los sismogramas, es posible simular el movimiento que puede ocurrir a nivel local o a distancia.
La sismología es en realidad una ciencia muy joven, apenas con un siglo de vida (unos 40 años con instrumentos estandarizados, y los últimos 20 con instrumentos digitales de alta calidad), por lo que en realidad son pocos los conocimientos que se tienen sobre el tema.
Falta estudiar más la física de la fuente misma de un sismo: cómo se comportan las zonas de interplacas en la costa de México y generan terremotos muy fuertes, qué dimensiones tienen y cuáles son sus propiedades. Queda mucho trabajo por delante. No se trata de predecir terremotos ni tsunamis, sino de saber que existe la probabilidad de que ocurran y estar preparados para afrontarlos.
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