La población humana crece a un ritmo acelerado, con las consecuentes demandas de alimentos, agua, combustibles fósiles, minerales y otros recursos que los ecosistemas naturales no pueden sustentar. Si no insistimos en una reproducción más responsable, enfrentaremos una tragedia ecológica global.
Las mayores tasas de crecimiento demográfico se concentran, precisamente, en las regiones donde existe mayor diversidad biológica: las tropicales.
Ante ello, es necesario actuar para revertir los índices de destrucción de las superficies boscosas, a consecuencia de los cambios profundos en la cobertura y uso del suelo, fenómenos que se asocian a impactos ecológicos importantes en prácticamente todas las escalas, y que conducen a la transformación de los ecosistemas en el orbe.
Un amplio porcentaje de la superficie nacional, donde se conjunta un número considerable de especies y hábitats, se ubica en el sureste; muchas de esas zonas son poco desarrolladas y sus residentes cuentan con un nivel educativo menor al del resto de la población; además, el crecimiento poblacional es más alto que el promedio nacional.
Si queremos asegurar que la biodiversidad persista, por su propio derecho a existir, y para garantizar la satisfacción de las necesidades propias y las de nuestros descendientes, debemos tomar las acciones necesarias.
Los especialistas aún no terminan de conocer la biodiversidad terrestre, existen estimaciones de que los científicos, a lo largo de los últimos 300 años, sólo han documentado aproximadamente un millón 700 mil especies en el planeta (animales, microorganismos y hongos, entre otros); se piensa que aún restan más de cinco millones por descubrir.
El motivo detrás de esta carencia de información es la ignorancia científica de la sociedad, y aún entre los estratos más educados; por otra parte, quienes hemos tenido acceso a la instrucción universitaria, nos concentramos en nuestras pequeñas áreas de interés.
El papel de los biólogos, es estudiar, documentar e investigar en este ámbito, producir datos y difundirlos en la medida de sus posibilidades. Pero también es necesario que las personas sean conscientes de la riqueza natural que alberga el planeta, y que tienen una enorme responsabilidad para su conservación.
Aunque el ser humano ha contribuido a la destrucción o alteración de al menos entre 40 y 80 por ciento de los entornos terrestres, en realidad existe poca información. Han desaparecido cientos de especies, pero lo más preocupante son las pérdidas de las que no existe registro, porque ni siquiera las conocemos.
Resulta paradójica la poca evidencia que hay, no obstante, se debe considerar que el grado de afectación por la presión humana se acumula y es probable, de acuerdo con los expertos, que la situación llegará a un punto de inflexión, donde habría una serie de acontecimientos catastróficos que podrían colapsar ecosistemas completos.
Un ejemplo claro es el Círculo Polar Ártico, donde el casquete de hielo que persiste gran parte del año es hábitat de especímenes como el oso polar, cetáceos y morsas, entre otras. El calentamiento acelerado del planeta hace que ya no se forme en la misma extensión, por lo que de continuar esa tendencia, estos animales no tendrán donde vivir y reproducirse.
Respecto al Día Internacional de la Diversidad Biológica, que se conmemoró el 22 de mayo, y cuyo tema este año es Agua y Biodiversidad, ambos recursos constituyen el mayor tesoro del planeta, y uno de los elementos que distingue a la Tierra de otros cuerpos celestes.
El 20 de diciembre de 2000, la Asamblea General de la ONU proclamó la efeméride con el objetivo de aumentar la comprensión y conciencia sobre nuestra responsabilidad de preservar esa riqueza.
Son muchos los problemas vinculados. Los océanos ocupan tres cuartas partes de la superficie de nuestro mundo y aloja una porción importante de la biodiversidad, que se concentra fundamentalmente en los arrecifes coralinos, estructuras subacuáticas que forman uno de los ecosistemas más diversos, afectados por el incremento de nutrientes y contaminantes derivados de la actividad agrícolas o de las aguas residuales de uso doméstico.
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