Lo que echo en falta (II de II partes)…por Luis Villegas
Sin embargo, a ese estado de cosas no se arribó merced a un sorpresivo desplome de la economía internacional. En su clásico ensayo Dependencia y Desarrollo en América Latina, ya desde 1976, Cardoso y Faletto sostenían:
“México procuró implementar políticas ‘tercermundistas’, manteniendo una fuerte retórica autonomista aunque a la vez no sólo mantiene sino aumenta su dependencia económica estructural con Estados Unidos”.1
El populismo y la dependencia económica, a las que México no puso remedio en los años subsecuentes, generó crisis recurrentes: 1976, 1982 o 1994, que en conjunto, han minado el potencial económico del país y la calidad de vida de sus habitantes.
Uno de los indicadores más significativos de esa debacle es la deuda del Estado; de sólo 4 mil 263 millones de dólares a finales de 1970, equivalente al 12% del PIB, ascendió a 19 mil 600 millones de dólares a fínales del sexenio 1970-1976, equivalentes al 35% del mismo indicador.2 Al día de hoy, la carga financiera de la deuda externa del sector público ciertamente ha disminuido a raíz del incremento de la deuda interna,3 que ha pasado del 49.4% del total de la deuda nacional, en el año 2000, al 77.6%, en 2008; 4 y cuyo servicio le cuesta al Erario más que el gasto en educación y en salud.5
Tratándose de la economía doméstica, uno de los ejemplos más impactantes es el desequilibrio entre los precios de la canasta alimenticia (CA) y el salario mínimo en los últimos veinticinco años: En términos netos, durante dicho lapso, el deterioro del poder adquisitivo de los trabajadores fue superior al 33%.6
Se ha dicho, con razón, que las crisis de 1976 y de 1982 fueron “las típicas crisis de países subdesarrollados, derivadas primordialmente de un gasto público excesivo”;7 a diferencia de ambas crisis, incluida la de 1994 -las cuales obedecieron a errores y simulaciones de los gobiernos en turno-, la crisis de 2008 no podría haberse eludido por el gobierno mexicano; quizá podrían haberse adoptado políticas consistentes, tendentes a mitigar sus efectos más nocivos,8 pero no habría podido preverla ni mucho menos evitarla.
La realidad es que ningún país, por sí mismo, puede controlar esa hidra de mil cabezas que hemos dado en llamar “globalización”; lo único posible, al alcance de la mano de los gobiernos que deseen comprenderlo y asumirlo, es adoptar medidas que permitan un crecimiento interno consistente, un desarrollo externo armonioso -con el hábitat y las demás naciones- y una oportuna reacción en los tiempos de crisis, para aminorar sus secuelas.
Ese estado de cosas nos sitúa en el corazón que el título de estas líneas sugiere: ¿Cómo puede México sortear con éxito los retos y dificultades que la modernidad y la globalización representan? ¿Cuáles deben ser los factores que garanticen a México un desarrollo integral?
Echo en falta una política de estado consistente. Echo en falta políticos que, más que gobernantes, aspiren a ser estadistas y su mirada alcance a ver más allá de su administración y de los saldos de sus cuentas bancarias; que por un “nuevo estilo de gobernar” entiendan administraciones públicas honestas, eficientes y eficaces. Que el saqueo al Erario, el culto a la personalidad, la demagogia, el populismo y la simulación, cedan su lugar a nuevas formas de interacción política y social. Que dejemos de estar, como Nación, instalados en la cómoda medianía de la mediocridad; que podamos deshacernos -por fin y para siempre- de mandatarios incapaces de leer unos cuantos párrafos sin incurrir en ridículos sumarios, de respetar su investidura haciéndose señas idiotas con desconocidos mientras asisten a actos solemnes con representantes de otras naciones, se duerman durante la celebración de eventos protocolarios en el extranjero y dejen de decirle “Juan” al primer chino que se les para enfrente.
Luis Villegas Montes. luvimo6608@gmail.com
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