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La edad de las ilusiones…por Luis Villegas Montes

Se dice por ahí, que a los quince años se arriba a la edad de las ilusiones; justamente hoy, 5 de julio, cumplo años; 47, para ser exactos… y nunca antes he estado más ilusionado.

 

Me ilusionan un montón de cosas; por ejemplo; que la próstata se mantenga quieta y sin sobresaltos; que pueda dormir de un tirón todas las noches; que pueda conocer a todos mis nietos -a la ya llegada y a los por llegar-; que la graduación de mis lentes permanezca como hasta la fecha; que los del seguro de retiro no se hagan pato, que la empresa no quiebre ni desaparezca con mis ahorros; que por fin, en un mesesito o dos, quepa en el pantalón blanco que me compré hace 4 años; que la caída de pelo se limite a esas entradas “interesantes” en las sienes (y al mechón blanco) y que no se le empiece a ver “el chicle a la paleta” (es decir, el cráneo pelón bajo las hebras escasas de finos cabellos); en fin, un montón de cosas que hace veinte o más años yo no imaginaba que iban a ser motivo de preocupación y sin embargo, ahora me doy cuenta, estaban ahí, aguardándome.

 

Como escribió en algún lado Aldous Huxley, la “experiencia no es lo que nos sucede, sino lo que hacemos con lo que nos sucede”; por eso José Alfredo caía y recaía en los mismos errores y por eso algunos estamos llamados a tropezarnos con la misma piedra una y otra vez, porque no aprendemos de lo que nos pasa; ni de lo bueno ni de lo malo.

 

Emplazado por alguno de mis hijos para explicar lo que entendía yo por “experiencia”, decidí que la experiencia es dejar de “estrenarse” uno mismo a cada rato; dejar de preguntarse cómo reaccionará ante ciertos acontecimientos; saber a ciencia cierta dónde están y hasta dónde alcanzan los límites individuales; navegar “por instrumentos”, sin tropiezos, en el caliginoso universo del alma propia. Madurar no es lo mismo que envejecer; lo que envejece se desgasta, se rasga, se diluye, pierde lustre; lo que madura, cobra nuevos bríos, se robustece, mejora. Para decirlo en forma coloquial: El espíritu no envejece, el cuero es el que se arruga.

 

Con la imaginación desbordada, a los quince años uno ansía construirse; tenemos claros, pulidos, listos y en limpio, los planos; lo que se quiere ser, lo que se aspira a ser; los materiales son los sueños, las fuerzas que parecen infinitas; la amalgama, el amor, la curiosidad, las ganas. A los casi cincuenta, uno se reinventa a diario; perpetuamente se está en reparación cuando no, ¡Ay, Dios! ¡Líbreme la Virgen Santa!, en obras de remodelación. A los 15 creía, esperaba, confiaba; a los 47 no sé qué voy a hacer con mi vida lo que me resta de ella, pero sí sé muy bien qué no deseo para mí y los míos; sé lo que no me gusta y el precio que no voy a pagar para obtener algo que no necesito o simplemente no me satisface. Me falta ir y venir de todas las cosas, pero estoy en ruta, eso sin duda.

 

Quiero pensar que, con los años, he aprendido de todos y cada uno de mis errores; unos me han costado mucho, otros poco; la mayoría de los años, no obstante, han valido la pena de ser vividos.

 

Con el correr del tiempo me doy cuenta que ninguna de las expectativas que tenía sobre mí se ha cumplido a cabalidad; ninguno de mis sueños de juventud se ha materializado en todos sus matices y con todos sus pormenores; sin embargo, obligado a enfrentar esos años desde la atalaya del presente, concluyo que el saldo positivo radica en la gente maravillosa que he conocido al paso de los días, empezando por mi mamá, Lola, y terminando con algunos de los amigos que la vida me ha regalado; en el medio, mi hermana Patty, Adriana, mis 3 hijos, Luisita y un etcétera tan largo como las mentiras de los políticos promedio (o sea, muchísimas personas). Sin ellos, la vida en su conjunto habría sido un desperdicio, por ellos ha valido la pena.

 

No se lean estas líneas como lo que no son; un nostálgico balance. Por el contrario, es un recuento, una piedrita más al montón de experiencias; esa cauda de cosas y acontecimientos que me han enriquecido y que hacen de mí, una persona más completa, no necesariamente mejor, pero al menos más consciente de sí misma; de lo que es y de lo que no es; de lo que quiere, pero sobre todo de lo que no quiere ser.

 

Bienvenidos estos primeros 47 años y, como deseó mi mamá esta mañana, que venga otros, muchos más.

 

Luis Villegas Montes.

luvimo6608@gmail.com, luvimo66_@hotmail.com

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