México: país de simulaciones y simuladores
No, no amanecí con ganas de pelear. Es el título del libro de un buen amigo, el profesor don Isaías Orozco.1 Recién salidito del horno, se escribió para emprender una reflexión sobre el tópico que desde su título enuncia: La simulación; entendida como el eje articulador de una serie de discursos que se enfocan principalmente en el quehacer público pero también, y sobre todo, en un “sentir” colectivo que sirve para caracterizarnos a los mexicanos así: Como simuladores perpetuos. A la obra de don Isaías, yo contribuí con un pequeño ensayo: “La simulación detrás del “Pacto por México”.
Más allá de que le asista a don Isaías la razón o no, yo me adelanto y afirmo: Sí, en efecto, México es un país de simuladores a partir de la simulación cotidiana de la mayoría de los mexicanos y las mexicanas (diría “Chente” Fox). De hecho, duele este país el cual, más que de “mentiras”, está hecho de buenas intenciones, de conatos, de intentos, de ganas (pero no de auténticas ganas), de propósitos encomiables que se quedan en el papel y eso es bastante -y a veces nos sobra- para contentarnos.
El mejor ejemplo de esto que afirmo es la Ley. La ley nos sirve para todo y no nos sirve para nada.
ü ¿Qué queremos desaparecer la discriminación sexual? Ahí está la Ley de Igualdad entre Mujeres y Hombres, que sirve para dos cosas, porque las mujeres siguen ganando menos, teniendo menos oportunidades de empleo y en algunas partes del país continúan siendo vendidas como animales;
ü ¿Qué ya no queremos que haya mujeres maltratadas? Tenemos la Ley Estatal del Derecho de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia que, como la anterior, tampoco sirve para nada pues siguen siendo acosadas, agredidas, abusadas, violadas y golpeadas exactamente igual a como estaban antes de que se expidiera la famosa Ley;
ü ¿Qué es hora de que se cuide y se proteja a los ancianos? No se mortifique, tenemos la Ley de los Derechos de las Personas Adultas Mayores, la que, sin embargo, no ha sido capaz de impedir o tan siquiera frenar el ultraje a las personas de la tercera edad: El olvido que sufren de parientes y autoridades, las carencias que padecen, la miseria en que viven… y mueren tantos de ellos;
ü ¿Qué el Estado no debe endeudarse a tontas y a locas? Ahí está la Ley de Deuda Pública, que no ha impedido que la deuda estatal, de 2000 a 2014, se haya incrementado en más de un 1,400%; o, lo que es lo mismo, un 100% cada año, en promedio;
ü ¿Queremos impedir la crueldad contra los animales? Para luego expedimos la Ley de Bienestar Animal, por eso usted ya no ve perros sarnosos, ni gatos callejeros, ni ningún otro bicho sufriendo los rigores de la enfermedad y el maltrato;
¿Qué queremos un Municipio, un Estado, un México, mejores? ¡Claro! Por eso tenemos leyes que cuidan de nuestros niños y niñas, de los jóvenes, de los indígenas, de las personas con discapacidad, de que haya empleo para todos, de que prospere la cultura de la legalidad, de que se promocione el turismo, de que se fomente el deporte, entre otras muchas maravillas; y precisamente por eso, es que ya no ve niños y niñas, sobre todo indígenas, pidiendo limosna; ni hay “franeleros”, ni “vienevienes”, ni indigentes, ni drogadictos, ni desempleados, ni políticos pasándose las leyes por el “arco del triunfo”, ni parques sucios, ni canchas deportivas abandonadas. Por eso mismo, lo 50 millones de pobres son historia, el narco no prospera, México es el país más seguro del Planeta y nos vamos a llevar la Copa Mundial de Fútbol en julio de este año.
Escribe don Isaías -y lo digo así porque si a alguien le quieren reclamar mis 36 lectores y lectoras que sea a él-: “Calificativos que sin exageración alguna, podemos considerar como una taxonomía tipológica o caracterológica, lo cual nos permite y facilita entender mejor, lo que bien podemos llamar, rasgos del carácter del “mexicano” y de la cultura nacional, tales como: seres dolientes y agraviados; extremadamente sensibles; temerosos, recelosos y susceptibles; “ladinos”, pasivos; indiferentes al cambio; pesimistas, resignados, temerosos, melancólicos, abúlicos, flojos, “güevones”; sentimentales, relajientos, desmadrozos, pelados, pela’os (en el Norte), pachucos, léperos, mentirosos, prole, cholos, barberos, malinchistas…”. ¡Tómala!
En abono de la estadística, yo me declaro extremadamente sensible, receloso, susceptible, pesimista, melancólico, sentimental, desmadrozo, lépero y medio güevón.
Luis Villegas Montes.
luvimo6608@gmail
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