Ella…por Luis Villegas Montes
ELLA–
En el ajetreo de mis días, la lectura y las idas al cine constituyen las únicas ínsulas de sosiego para los apremios múltiples y el trajín cotidiano; no obstante, el placer de la lectura se me niega pues, por fuerza, leer demanda mucho tiempo. Ayer, me di un respiro y me fui al cine. Adolfo no fue, al amparo de su excusa habitual: “Ya la vi” (Maldito internet); y María se quedó estudiando mate a su modo (pegada al Ipod, viendo la tele, retrepada en el sillón de la biblioteca y mordiéndose las uñas); así, Adriana y yo debimos emprender el camino al que, me imagino, deberemos habituarnos en breve: El del reencuentro de nosotros mismos (No funcionó mucho que digamos porque llegamos a la Plaza y Adriana se fue a ver zapatos y yo libros).
Como sea, entramos al cine y ¡zaz! Ahí estaba; una de las mejores películas que he visto en los últimos tiempos: “Ella”.1 El filme, que merecidamente recibió un Óscar en la categoría de “Mejor Guión Original”, se sitúa en la ciudad de Los Ángeles en un futuro próximo, y narra la historia de Theodore (Joaquín Phoenix), un hombre sensible, atormentado, que trabaja escribiendo en nombre de otros -un padre, una madre, un hijo, una pareja, etc.- cartas personalizadas “manuscritas”. Con el corazón deshecho luego de su divorcio, una relación que comenzó en la adolescencia, Theodore contrata un novedoso y avanzado sistema operativo en red que promete al usuario la interacción con una entidad intuitiva y con razonamiento propio; apenas instalado el sistema, Theodore queda fascinado con “Samantha” (Scarlett Johansson), quien es perspicaz, lúcida, sensible y muy divertida; en poco tiempo, la “amistad”, si es posible llamarla así, se transforma en algo más. Antes de continuar, por aquello de que no faltan las lectoras y lectores susceptibles que se quejan de que “les cuento” las películas, les señalo que lo antes escrito no rebasa los contenidos de cualquier artículo de la red o de revista especializada en el tema. “Ella” constituyó -por lo menos para mí-, una invitación, un punto de arranque, para dar inicio a una reflexión ulterior sobre el amor, la amistad, la soledad, los celos, la empatía, la inteligencia y, en general, el sentido de nuestras vidas. Las relaciones humanas, en especial las de pareja, son complejas porque necesariamente se fincan en multitud de aspectos; el plano físico, el espiritual, el emocional, incluso la oportunidad cuenta: Es estar en el lugar correcto, en el momento exacto, las personas adecuadas, con un estado de ánimo propicio.
Ya con anterioridad se había intentado una reflexión literaria que establece un paralelismo, sobre la base de la interacción, entre la vida inteligente de origen humano y la de origen artificial; Asimov es una buena prueba de ello;2 sin embargo, “Ella” deberá erigirse como un referente porque nunca como ahora, con las tecnologías a nuestro alcance y su desarrollo incesante, la posibilidad de crear inteligencia artificial se encuentra, para bien o para mal, más a nuestro alcance. A partir de ahí cabe formular una larga serie de interrogantes: ¿De qué se nutre el amor? ¿Qué lo alimenta? ¿Dónde y cómo nace? ¿Dónde termina? ¿Por qué? ¿Qué es el amor en suma? ¿Por qué es humano? ¿Sirve para caracterizar lo humano? Y es posible porque a partir de esa serie de cuestionamientos caemos en la cuenta de que en el fondo solamente se trata de dos preguntas fundamentales: ¿Qué es la inteligencia? ¿Es exclusiva de los seres humanos? Porque todo lo demás, todo lo que guarda relación con nuestra capacidad de sentir, conocer, percibir o interpretar el Mundo o a nosotros mismos o a los demás, se basa en la inteligencia -no en la razón, que conste-.
Incapaz de concluir estos párrafos y de transmitir, aunque sea un poquito, todo aquello que bulle en mi interior desde el domingo y de lo que en verdad quiero decir en estos momentos, termino con un párrafo ajeno maravilloso:
“No te enamores de una mujer que lee, de una mujer que siente demasiado, de una mujer que escribe… No te enamores de una mujer culta, maga, delirante, loca. No te enamores de una mujer que piensa, que sabe lo que sabe y además sabe volar; una mujer segura de sí misma. No te enamores de una mujer que se ríe o llora haciendo el amor, que sabe convertir en espíritu su carne; y mucho menos de una que ame la poesía (esas son las más peligrosas), o que se quede media hora contemplando una pintura y no sepa vivir sin la música. No te enamores de una mujer a la que le interese la política y que sea rebelde y sienta un inmenso horror por las injusticias. Una que no le guste para nada ver televisión. Ni de una mujer que es bella sin importar las características de su cara y de su cuerpo. No te enamores de una mujer intensa, lúdica, lúcida e irreverente. No quieras enamorarte de una mujer así. Porque cuando te enamoras de una mujer como esa, se quede ella contigo o no, te ame ella o no, de ella, de una mujer así, jamás se regresa”.3
Luis Villegas Montes.
luvimo6608@gmail.com
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