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De Botero, Homero y Almudena grandes…por Luis Villegas

 

Estoy muy contento. Hasta hace unos días yo pensaba que era gordo, pero no. Y conste que la apreciación no es mía, es del ilustrísimo maestro (ahora más que nunca) don Fernando Botero, quien, al explicar su obra pictórica y escultórica, resalta: “Lo mío son formas divergente de expresión. Exalto las formas. Ni siquiera es una defensa o una crítica a la gordura, solo busco acentuar la corporalidad, la voluminosidad, la sensualidad y la provocación”.1 Así las cosas, no estoy gordo. Soy sensual; y si se quieren apurar las cosas, hasta provocador.

 

El párrafo anterior preludia estas líneas (cuyo contenido no tienen nada que ver con él) por el puro gozo del descubrimiento. Lo mío, este fin de semana largo, fueron los libros; leí dos: “Odiseo: El Retorno” y “Malena es un nombre de tango”. El primero, lo escribió Valerio Massimo Manfredi y es continuación de una obra previa “Odiseo: El Juramento”;4 el segundo, de la genial Almudena Grandes.

 

Comentemos el primero; aunque ambas de manufactura excelente, me quedo con la segunda novela del italiano. Quizá el libro que más ocasiones he leído es la Ilíada, atribuida a Homero (seguida de “La Tregua”, de Mario Benedetti; “La Guerra de Galio”, de Héctor Aguilar Camín; el “Amor en los tiempos del Cólera”, de Gabriel García Márquez; “El Principito”, de Antoine de Saint-Exupéry; y “Demian”, de Hermann Hesse); pues ahí tienen que “Odiseo: El Juramento”, basado en la Ilíada, no me gustó tanto como “Odiseo: El Retorno”, recreación de la Odisea. Por primera vez, y perdonen mi estulticia, me quedó claro el sentido del mito homérico: Una metáfora extraordinaria del sentido de la existencia. El texto original, concluye con el pacto celebrado entre Ulises y su pueblo: “¡Laertiada, de linaje de Zeus! ¡Odiseo fecundo en ardides! Tente y haz que termine esta lucha, este combate igualmente funesto para todos, no sea que el largovidente Zeus Crónida se enoje contigo. Así habló Atenea; y Odiseo, muy alegre en su ánimo, cumplió la orden. Y luego hizo que juraran la paz entrambas partes la propia Palas Atenea, hija de Zeus, que lleva la égida, que había tomado es aspecto y la voz de Méntor”;5 la obra de Manfredi no; hace al héroe proseguir su marcha buscando el perdón del dios Poseidón, atento al vaticinio de Tiresias; ni muere Ulises ni se marchita en palacio, no claudica, no ceja, no concluye su ciclo vital y es fiel a sí mismo batallando hasta el final; hasta el último aliento, ese que por fuerza nos trasciende y del que ignoramos todo. Me gustó tanto, que su lectura, me sugirió recomenzar el “Ulises” de James Joyce, que no me gustó en lo absoluto la primera vez que lo leí, muchos años atrás. “Odiseo: El Retorno” inicia con unos versos espléndidos de Constantino Cavafis, de su poema Ítaca, que nos recuerdan que, al final de cuentas, el sufrimiento no es sino el producto natural de la existencia; pero además, consecuencia directa y natural de nuestros actos y omisiones; de quiénes somos y, sobre todo, de aquello en lo que hemos decidido convertirnos:

 

“Cuando te encuentres de camino a Ítaca

desea que sea largo el camino,

lleno de aventuras, lleno de experiencias.

 

A los lestrigones y a los cíclopes,

al colérico Poseidón no temas,

seres tales jamás hallarás en tu camino,

si mantienes tu pensamiento elevado y es selecta

la emoción que toca tu espíritu y a tu cuerpo tienta.

 

A los lestrigones y a los cíclopes,

al salvaje Poseidón no encontrarás,

si no los llevas dentro de tu alma,

si tu alma no los coloca ante ti.7

 

A Ulises, como a todos nosotros, pobres mortales, lo alienta el amor; lo inspira, lo persuade, lo induce, lo guía, lo ilumina, lo agiganta, pero no lo redime; y tropieza cada vez que su corazón tropieza con él.

 

Y es el amor, precisamente, el leitmotiv de la segunda novela, “Malena es un nombre de tango”. Un amor oscuro, sin nombre (como todo el amor), que sitúa a la protagonista al borde del precipicio, del cataclismo, en el azoro de descubrir los placeres de las fugas venéreas -espejo ciego que lejos de devolvernos siquiera la imagen nos devora-. Ya he contado cómo, años ha, di de manos a boca con Almudena Grandes sin proponérmelo. Herrando, buscando qué leer para no volverme loco sin un libro entre la manos, llegué a una librería de viejo y ahí estaba: “Castillos de Cartón”.6 Huelga decir que me mató. Aquí y allá empecé la búsqueda y, como pude, me fui haciendo de distintos libros. El pasado fin de semana, de nueva cuenta para mi sorpresa y placidez, perdido entre decenas de títulos, ahí estaba esta, su tercera novela, aparecida hace más de 26 años y que, en opinión de la crítica, “consagró” a su autora. No voy a agregar más, dejo la lectura de la contracara y su último renglón: “Malena tiene doce años cuando recibe, sin razón, y sin derecho alguno, de manos de su abuelo el último tesoro que conserva la familia: Una esmeralda antigua, sin tallar, de la que ella nunca podrá hablar porque algún día le salvará la vida. A partir de entonces, esa niña desorientada y perpleja, que reza en silencio para volverse niño porque presiente que jamás conseguirá parecerse a su hermana melliza, Reina, la mujer perfecta, empieza a sospechar que no es la primera Fernández de Alcántara incapaz de encontrar el lugar adecuado en el mundo”. La novela termina con la frase de un psiquiatra luego que Malena ha contado su historia: “La maldición es el sexo, Malena. No existe otra cosa, nunca ha existido y nunca existirá”.

 

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Luis Villegas Montes.

luvimo6608@gmail.com

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