Muerte de menor producto de la narco cultura: investigadora
Ciudad Juárez.- La muerte de Christopher Raymundo Márquez Ochoa, el menor de seis años asesinado por cinco adolescentes, evidencia el grado de penetración de la narcocultura que se ha instalado en todo México, así como la normalización de las conductas violentas, señala Rossana Reguillo, investigadora y activista social.
En el análisis “Infinita tristeza: las esquirlas de las violencias en México”, publicado en su blog, la también antropóloga y teórica cultural asegura que “en México la muerte tiene permiso”.
La muerte de este pequeño “llega de más”, como un suplemento, quizá no azaroso, pero sí terrible, para evidenciar que en México, “la necropolítica, ese poder de gestionar la muerte, de hacer morir, se ha convertido en la economía que rige la administración de los territorios y las dinámicas cotidianas de gran parte del país”, dice.
Advierte que la normalización de la violencias es constatable, puesto que ya no sorprenden las noticias sobre fosas, ejecuciones, torturas, levantones, narcomantas, bloqueos, ni desapariciones.
“Todo eso ya no es la excepción, sino la normalidad que se experimenta como dato cotidiano que a lo más arranca un escalofrío. Son las esquirlas de este país roto, fracturado, que se han incorporado al cuerpo de la nación, como molestas astillas que no podemos sacar y hay que convivir o sobrevivir con ellas”, agrega.
Insiste en que el asesinato de Christopher “llega de más” por todo lo siniestro que se encierra en ese “juego” y sus protagonistas; sin duda uno de los lenguajes de la violencia mientras que el terror es lo siniestro.
Los niños, víctimas de esta guerra, se han convertido en máquinas de matar porque es posible hacerlo, dice la investigadora.
Señala que a partir de la aceleración de las violencias que inicia con la guerra contra el narco, durante el Gobierno de Felipe Calderón en el 2006, “numerosas esquirlas fueron desprendiéndose del cuerpo fracturado de la nación”.
La economía de muerte acompaña a este proceso y fue reducida a simples “daños colaterales”, insiste. Es así que los cuerpos decapitados, las balaceras, las fosas se constituyeron en el paisaje y la muerte se ha vuelto tan normal e indescifrable.
Reguillo asegura que en esta colonización del pensamiento existe una participación de los medios de comunicación, especialmente aquellos que son afines al poder gubernamental.
“Por el sentido común orillado a incorporar ese paisaje desolado, no solo contribuyó a la normalización de la violencia extrema, sino además produjo una “aspiración”, un “deseo” la aniquilación, la violencia, la destrucción del otro, y no como acto de violencia utilitaria, sino pura violencia expresiva, aquella que busca el exhibir el poder total”, reflexiona.
La antropóloga cuestiona, “¿desde qué lugar de autoridad moral se puede reprobar, gritar o inmolar a unos niños que no hacen sino dar continuidad a lo que el dispositivo del tardo capitalismo, travestido de narcomáquina, sigue sembrando un país lleno de esquirlas?”.
Dice que a esa interrogante las respuestas son insuficientes, sin embargo, la urgencia demanda dos operaciones fundamentales: la producción de una nueva semiosis aquella en la que las violencias se conviertan en anomalías y una reconquista del logro, a través de darle nombre, rostro, drama, importancia a las pequeñas muertes que ocurren todos los días. (Norte Digital)
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