La cultura priísta…por Carlos Murillo
México es la dictadura perfecta
Mario Vargas Llosa
Los hábitos hacen cultura. Así como la costumbre de comer saludable y hacer ejercicio promueven una cultura sana o el embriagarse todos los días cultiva el alcoholismo, la forma de vivir y hacer política priista es un lastre que supera incluso al partido, para instalarse, queramos o no, como parte de nuestra cultura mexicana y de los problemas de la nación.
La cultura política mexicana, esa que desarrollamos todos los días y a todos los niveles y estratos sociales se alimenta de prácticas, hábitos y costumbres, haciendo tradiciones difíciles de erradicar por estarse renovando constantemente en la cotidianidad: la tranza, la simulación, el cinismo, el nepotismo, la mordida, el chingar, se vuelven acciones comunes para la población porque las circunstancias están dadas para ello y se refuerzan todos los días simplemente con observar el comportamiento de los “líderes” o el grado de impunidad de los poderosos; ¿para qué esforzarse por hacer el bien si el mal paga mejor? Pareciera que nos dicen este tipo de actitudes.
La existencia de más de 80 años del PRI en el poder formaron y perfeccionaron una verdadera escuela del mal ejercicio del poder a través del corporativismo: todo dentro del partido, nada fuera de él; de esa manera se buscaba ligar a la sociedad mexicana con el PRI para que significasen lo mismo: el PRI era México y México era del PRI. El resultado, de todos y todas conocido, fue una semi-dictadura con décadas de subdesarrollo social y sumisión política a cambio de una violenta paz disfrazada de democracia. El siglo XX priista está plagado de historias de autoritarismo, corrupción, represión, fraudes electorales, traiciones y demás.
De la amplia gama de la cultura priista empecemos por el sindicalismo. Del sindicalismo priista surge el charrismo, esa curiosa alianza de líderes sindicales con patrones empresariales y el aparato gubernamental de aval que lo mismo manipula elecciones que vende huelgas. El sindicato de PEMEX, la CROC, la CNOP, la CTM y la SNTE, son los vivos ejemplos del charrismo sindical par excellence. Elba Esther Gordillo, Carlos Romero Deschamps, Joaquín Gamboa Pascoe, son dignos representantes del charrismo heredado de un Fidel Velázquez, un Carlos Jongitud Barrios o un Joaquín Hernández Galicia (La Quina); el poder de estos sindicatos es indiscutible, como también lo debe ser su legado de corrupción que tanto ha pegado a la economía nacional y la educación pública.
El sector popular. Generaciones de priistas forman hoy las estructuras territoriales sin las cuales sus mítines estarían vacíos y sus opositores no serían amedrentados. La participación electoral priista es estimulada (cooptada) desde siempre por la despensa, la camiseta, la cachucha, el costal de cemento, la recomendación, la tolerancia, entre otros obsequios y prerrogativas a cambio del voto en sectores marginales donde siempre hace falta todo. Claro que para lograrlo, primero hizo falta su empobrecimiento económico más el embrutecimiento educativo manteniendo las cosas como están (de donde surge la idea priista de que ellos sí saben gobernar, aunque la sociología lo denominaría como lumpenización) para hacerse de una verdadera estructura adicta al partido a cambio de migajas. Estos sectores funcionan como mafias a las cuales se puede recurrir tanto para acarrear gente, como para golpearla u ocasionar desórdenes, según se requiera.
Los grandes negocios. Tanto el PRI “nacionalista” como el actual PRI neoliberal se distinguen por sus relaciones con las élites. No se puede entender al país sin comprender cómo surgen y cuáles son las relaciones de las grandes empresas como Televisa o Telmex, o bien el favoritismo hacia ciertas empresas en detrimento de otras y así. La transición en las últimas décadas de políticos nacionalistas a políticos empresariales favorece también hacer negocios desde el gobierno, gobernar para los cuates, o peor aún, que los cuates gobiernen para sÍ. También es notable el desfalco de instituciones como el IMSS (por décadas su “caja chica”) la depredación ambiental y la expulsión étnica por negocios (Sierra Tarahumara) la protección a socios (Guarderías ABC) sin olvidar la ostentación, el despilfarro y la arrogancia con que suelen actuar sus principales actores políticos.
Impacto de la cultura priista. La cultura priista está donde quiera: es el chofer de transporte público cetemista con el radio a todo volumen y manejando descuidadamente; es la vendedora ambulante de fritangas de la CNOP a fuera de todos los eventos masivos; es el grupo de colonos acarreados para romper y golpear una manifestación legítima o a grupos opositores; es el editorialista cínico laureando las bondades del PRI; es el candidato a un puesto de elección popular prometiendo lo que no va a cumplir; es el maestro dispuesto al soborno. Es también la lenta burocracia, el agente corrupto, la complicidad de la tranza; la impunidad, la adicción al poder y la enajenación política de la vida social.
Es inútil negar la influencia priista en la cultura mexicana. Si somos un país predominante corrupto, enajenado, mediocre, subdesarrollado, ignorante, sin duda es por la forma cómo se ha manejado ese partido en el poder haciéndose sinónimo de autoritarismo y corrupción. Cierto es que no todo lo malo de México proviene del priismo, pero es difícil deslindarlo del todo porque el PRI tiene sus méritos: sigue haciendo y siendo aquello que se le critica.
Para saber más sobre la cultura priista, les recomiendo dos películas: La Ley de Herodes (Luis Estrada; 1999) y La sombra del caudillo (Julio Bracho, 1960) basada en la novela homónima de Martín Luis Guzmán.
No soluciones, no elecciones
Revolución MMX
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