El animal insignia de la isla australiana de Tasmania está camino a la extinción por un cáncer contagioso, mientras la ciencia se esfuerza por ganarle la carrera a la enfermedad antes de que sea demasiado tarde.
Tasmania es una isla situada en el Océano Pacífico, en el lado suroriental de Australia, que presenta un triste paralelismo con respecto a la vida de los que son quizá sus más simbólicos habitantes: sus aborígenes y sus demonios. Los aborígenes auténticos tasmanos fueron asesinados casi hasta la extinción durante el llamado Genocidio de Tasmania, perpetrado por colonos británicos contra los isleños entre 1828 y 1832. De cerca de 2000 aborígenes, solo quedaron vivos unos 250. Ahora la mortandad, en pleno siglo XXI, es de un animal, el emblema de la isla, el diablo o demonio de Tasmania, en proceso de extinción por una cruel enfermedad.
Después del genocidio, también llamado Guerra Negra, la población autóctona de Tasmania se recuperó y se mezcló, y hoy la isla, que es también un estado australiano, cuenta con poco más de 500 000 habitantes entre aborígenes y no aborígenes. Entretanto, la población de diablos ha corrido con otra suerte, esta de mal en peor.
No se sabe con exactitud cuándo este marsupial alcanzó su esplendor como especie. Se sabe que ha habido dos grandes mortandades, una durante la primera década del siglo XX y otra hacia 1950, en ambos casos a causa de enfermedades, principalmente el cáncer, que parece cebarse con furia particular contra la especie que, una vez extinguido el lobo marsupial, quedó como el marsupial carnívoro de mayor tamaño sobre el planeta. Pero ningún azote ha sido tan brutal como el cáncer facial y contagioso que actualmente los está diezmando.
El cáncer no es contagioso en humanos, pero se ha descubierto que sí lo es en por lo menos tres animales. Hay un tipo de leucemia que afecta a algunos moluscos por contagio. Otro es el tumor que contraen los perros por vía venérea. El tercero es el cáncer del demonio de Tasmania, que se infectan por las mordeduras que se dan durante la cópula, desarrollando malignas tumoraciones en el rostro y el cuello, para terminar muriendo de hambre al no poder comer.
La enfermedad fue identificada en 1996, cuando se calcula que había unos 150 mil ejemplares en vida silvestre. El índice de mortalidad en los últimos 20 años ha sido de más del 90 % y hace rato que la comunidad científica y ambientalista encendió las alarmas, sin que se tenga idea todavía de cómo combatir la enfermedad.
Por lo pronto, se han tomado algunas medidas preventivas, como el aislamiento de parejas sanas y el congelamiento de esperma. Equipos científicos trabajan a marcha forzada, en una carrera contra el tiempo, para tratar de encontrar una cura o paliativo contra la feroz enfermedad.
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