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Chinese girl (parte final)…por Luis Villegas

 

 

Y en 2014: “[…] justo el domingo 8 de junio, María, mi María, cumplió 18 años. Huelga decir que no. Que no lo parece. Y no es solo que yo la vea pequeñita y diminuta (lo es, lo está), vestida con esa espléndida cascada de pelo que la viste y la hace ver hermosa (más de lo que ya es), no, es solo que no puedo contemplarla como una mujer en ciernes. Me resisto a pensarla, a imaginarla siquiera, ajena a mí por el correr de los años. La veo y me pregunto cómo ocurrió, en qué momento dejó de ser la niñita regordeta de rostro ofuscado y sonrisa esquiva. Dice don Diego -lo hace decir su autor-: ‘Los niños crecen muy rápido […] Uno se acostumbra a su risa y a los alborotos, y el día menos pensado crecen y dejan de sonar como niños, y ahí es cuando uno comienza a extrañar su bulla y sus carcajadas’.1

 

Yo no he empezado a extrañarla, la tengo aquí, todavía, pero de algún modo he empezado a perderla. El Ipad y el Iphone se alzan amenazadores entre nosotros; no sé cómo -he sido testigo atónito del fenómeno-, pero puede colocarse el celular entre la oreja derecha y el hombro, pintarse la uñas de los pies, ver la televisión y picarle no sé qué ni para qué a la tablet mientras ríe, chilla y escucha atenta la misteriosa voz que la atosiga. Ya no va al cine con nosotros, prefiere no ir o ir con sus amigos; y posiblemente he empezado a hablar en tártaro o en japonés porque cada día que pasa son más frecuentes nuestros desencuentros. Otras veces, rodeada de sus amigas (a veces se quedan a dormir cuatro de ellas en la misma habitación; duermen en el suelo, en la cama, en un sillón -y luego hay que darles desayuno a todas pues se levantan a medio día soñolientas, con un hambre voraz-), se adentra en los secretos de una adolescencia tardía que despunta ya como prematura adultez. Hace planes incesantes y todo guarda relación con esa promesa amarga de crecer a toda prisa: Quiere estudiar computación, aprender chino, mejorar su inglés, sacar la licencia de manejo y se relame los imaginarios bigotes pensando en la credencial para votar con fotografía que, imagina, le abrirá en breve las puertas de… los ‘antros’”.

 

Luego, a principios del año pasado retomé el tema del chino: “María se fue. Está en China y esto, sin ella, está de la chinada. […] Una semana después [hablo del 2012], ella solita, con su uno cincuenta y dos de estatura y cuarenta y seis kilos de peso, estremeció la casa hasta sus cimientos cuando, sin aspavientos, comentó: ‘¿Sabes qué? Voy a estudiar chino’. A renglón seguido agregué en mi reflexión: ‘Ahora, la veo entusiasmada; con los ojos brillantes; decidida a dejar de aprender francés (que ya estudiaba) para incursionar en esa aventura del chino mandarín. La veo empeñosa avanzar con paso firme en el estudio del inglés (los maestros chinos dan su clase en esa lengua) y ayer me recibió con la nueva de que el maestro de LR (lectura y redacción) está dispuesto a darle clases particulares”.

 

Pues bien, en este espasmódico 2016, la tengo aquí de vuelta, aunque sólo sean unas pocas semanas, y puedo decir que, al menos para mí, sigue igualita con su rutilante uno cincuenta y dos de estatura y sus cuarenta y seis kilos de peso; su cabello larguísimo, que le cae en amplias ondas por su espalda delgadita; risueña y con unas pestañotas de tejabán que el rímel hace que luzcan espléndidas; y ya habla chino. No se le entiende ni madres, pero habla chino. En todas las reuniones a las que asiste le empiezan a preguntar cosas del tipo: “¿Y cómo se dice…?”; y ahí la tiene Usted, traduciendo; o a dale y duro hablando de esto y aquello, como las costumbres de aquella gente que a nosotros nos azoran un poco. Le hacen multitud de preguntas, las más recurrentes son: “¿Ya comiste rata?”, “No”; “¿Y perro?”; “No”; y siguen; hasta que ella aclara: “Pero escorpión sí”; a lo que sigue fulminante la obvia interrogación: “¿Y a qué sabe”, “a pollo”; y la voltean a ver con mirada incrédula.

 

A mí me parece imposible que ésta sea aquella bolita de carne que fue; ese montón de titubeos de después; ese torbellino que arramblaba con todo, hace no tanto; y esta personita desenvuelta y segura de sí misma que va por la vida hablando decentemente en tres lenguas y chapurreando frases y palabras sueltas en ruso o en francés y que este año entra a la Universidad, allá, lejos, lejos, en Shanghai.

 

En este momento se me ocurre hacerle una sola pregunta: “¿Cómo se dice en chino: ‘¿Te amo tanto, tanto, que me duelen los ojos y el corazón de verte, se me hinchan las costuras del alma y me faltan las palabras para decirte lo orgulloso que estoy de ti y por ti?’, ‘¿eh?’, ‘¿cómo se dice, chinita?’”.

 

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Luis Villegas Montes.

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