Cronica de un show cachondo e inesperado… por Javier Quinones
Invito Luis Camacho, su hermano el de la tele le aviso de una conferencia sobre la violencia, sera en Agronomia y prometio traerme de vuelta a Presidencia.
-Una hora a lo mas juro.
Fue a la salida de una ceremonia sobre las escuelas culminada con la entrega solemne de cheques de 10 mil pesos a felices directores. Entre los asistentes a la Sala de Usos Multiples corrio la voz de otro evento en el Hotel Casa Grande, asi que nos fuimos en la direccion contraria, con rumbo al poniente.
-Puro afan de llevar la contra a la masa -bromeamos.
En la moto el viaje se hizo corto. Pasamos el Glendale, cruzamos el anillo Gomez Mori?n y al poco rato rodabamos sobre la carretera a Rosales.
La primera sorpresa nos la dio N., el jefe de escoltas, al que pude distinguir desde antes de apearnos. Ergo:
-Por aqui? debe andar el Presidente Mata infirio Camacho.
Saludamos al guardian y nos metimos sin perder tiempo al auditorio.
En efecto, hasta adelante se hallaba el alcalde, muy comodo en su butaca, despatarrado de plano; esta vez sin su gente de Comunicacion.
Ciertamente relajado se vei?a Mata a salvo de los latosos medios.
Bajando las escaleras, la segunda sorpresa: el que estaba sentado en la silla, de cara a las butacas, era ni mas ni menos que el escritor Alfredo Espinosa!
En un escenario francamente irreal: acompanado de lo que parecia un grupo musical con todo y (seri?a posible) una cantante -blanca muchacha enfundada en negra falda y blusa roja.
-?Hablaras de tu nuevo libro? pregunte tras saludar.
-No. Traigo un show oscurecio.
-Sobre las muertas de Juarez? insisti? desorientado.
-No, ya veras, estamos por comenzar ahonde mi desconcierto.
Al lado de Rivas nos sentamos (debio avisarle Gallegos, es su cunado -se me ocurrio).
Segundos despues leia Alfredo:
-Mirate, mi?rame, mi?rala: sientes ,aras, un roce apenas, un cosquilleo del amor; el que ama, ama sus propias posibilidades de ser otro; la vida se vuelve una fiesta brava que nunca pensaste que pudiera convertirse en una cornada en tu lado izquierdo, el del corazon.
Tras el primer fragmento se arranca el quinteto con aquella rola de Mocedades:
-Tomame, o dejame, pero no me pidas que te crea mas /cuando vuelvas tarde a casa, no tienes por que inventar, /pues tu ropa huele a lena de otro hogar.
-?Y la violencia, Luis? -me burle un poco de Camacho, quien para entonces apuntaba su Nikon a todo lo que se movi?a, como de costumbre, embrujado por la lente que lo arrastra hacia otros mundos -otras luces, otras formas- de donde nos trae imagenes insospechadas, hermosas y siempre sorprendentes.
Furtivamente se escurre el colega Rivas hacia la retaguardia de Alfredo en pos de una imagen del alcalde.
Vuelve el poeta entero de negro, salvo la camisa a rayas- a su texto amelcochadon:
-Victor Hugo, el escritor frances, solia decir que las cadenas del matrimonio son arcas pesadas, y recomendaba que por estrategia, la cama fuese entre tres. Las mujeres de hoy le dirian seguramente al escritor:? Victor, tienes razon; pero asegurate que la tercera persona sea un hombre joven y fuerte.
Se ri?e primero Alfredo y tras el los que escuchamos.
-Cuando una tercera persona irrumpe en un mundo de dos es cuando sucede todo el desmadre. Pero esa tercera persona, cuando entra, es una delicia… asegura enigmatico nuestro psicopoeta.
Y, sin transicion:
-Recuerdalo, ya sabes: la empiezas a besar, una y otra vez, una larga sesion de besos comienza; en el lenguaje amoroso sus letras mas candentes se escriben con besos, besos dulces, prolongados, profundos; dame mil besos deci?a el poeta Catulo-, y despues dame cien besos mas, y otros mil, y despues, otros cien mas, ?muchos, miles!, hasta que nos enredemos en la suma y no sepamos cuantos besos nos damos ni tampoco los envidiosos los puedan contar.
Y recordando unos versos de Jaime Sabines le dices: Te quiero porque tienes las partes de mujer en el lugar preciso y estas completita; no te falta ni un petalo, ni un olor, ni una sombra, juega Alfredo, y desata una especie de aullido entre el auditorio inmenso que se va llenando letra a letra de ludismo y lirismo.
Ahonda:
-Pero justo en el momento del decenso, cuando la pones en la sabana (espero que este limpia), cuando la tumbas ahi?, se te olvida la poesia; y con los piropos que te aprendiste muy bien de aquel albanil de tu casa, le dices: Mamacita, te estas cayendo de buena, y ella se tiende sobre la cama como un manjar exquisito, como un cuerpo de la abundancia que derrama frutos.
En este punto los gozos tornan maremoto ululante, un ?ahuuuuu! como de reventadero de olas picadas.
-Ya entrados en deleites, a ti se te antoja una papaya y a ella le sobrevienen repentinos deseos de pepinos y duraznos. Entonces la cama se anima, y ella, abierta a tus deseos, te dice como la sulamita biblica al rey Salomon: Venga mi amado a su huerto y tome sus frutos deliciosos. Y ya juntos, unidos, dialogando, confundida la carne que se yergue con la carne que se humedece, se tocan, se magullan, se enchufan, se dan vueltas y prosiguen ese dialogo inmemorial entre los amantes.
Chorrea de la mesa azucar morena que se diluye entre espasmodicas exclamaciones.
Hasta el alcalde parece disfrutar la cita esa del Cantar de los Cantares.
Mas no nos da tregua el poeta:
- ?Puedo tocar?, dice el.
- ?Que tanto?, dice ella.
-Bastante, dice el.
-?Por que no?, dice ella.
-?Vamos!, dijo el.
-No muy lejos, dijo ella.
-?Que es lejos?, dijo el.
-Donde tu estas, dijo ella.
-?Puedo quedarme?, dijo el.
-?Como?, dijo ella.
-Asi?, dijo el.
-Si apeteces, dijo ella.
-?Puedo moverme?, dijo el
-Total, es un escandalo cierra Alfredo el dialogo amatorio.
Por las cuatro esquinas hablan de los dos /Es un escandalo, dicen, y hasta me maldicen por darte mi amor, tararea el poeta porque el joven quinteto no se sabe esa tragedia del pasado milenio.
Uno de los dolores mas intensos del amor es la infidelidad sigue definiendo Alfredo.
-El amor no es un asunto de impulsos nerviosos o de neurotransmisores ni de endorfinas; el amor es un asunto del corazon, y ahi? duele; sientes como un cuchillo a mansalva, un golpe seco que se hunde en tu pecho, confiesa el perro viejo como uno: duele hasta el aliento, el estomago se te hace duro, se te cierra la garganta, algo te sofoca, te ahorca, no duermes, no comes, es un desasosiego permanente; te persiguen las sombras, estas tan debil que hasta un resfriado te puede matar, o una cancion; no ves los noticiarios, ni los periodicos, lloras cuando oyes un poema o ves una pareja feliz en la calle.
Ya se arranca el bajo, entra el teclado, lo sigue el requinto, completa el congo y blusea la muchacha:
-Carino mio, sin ti yo me siento vacia
En este punto se pone quevediano Alfredo:
-Llega el momento en que la persona amada se convierte en un instrumento de tortura letal. Ella, que ha sido el nombre magico de la dicha, ahora es tu condena: y asi? entiendes que las ecuaciones del corazon son mas complejas que la trigonometria o el calculo infinitesimal, mas explosivas que la polvora, mas impredecibles que la conducta de una loca; y sabes que el amor es un ciego guiado por una loca -o una loca guiada por un ciego. La esencia del amor es la libertad; pero para quien ama, la libertad de la persona amada resulta intolerable: quien ama desea que esa persona le pertenezca absolutamente, quiere unirla con grilletes, quiere herrarla; o, mas civilizadamente, hacerla firmar un contrato de matrimonio.
Risas desaforadas.
Todavi?a nos reserva algunas perlas mas el poeta:
-La libertad es el proyecto mas poderoso del amor; su mayor felicidad es cuando dos se funden en uno, y su peor infierno, cuando dos que juraron ser uno resultan cuando menos tres.
-El amor es una ecuacion de lagrimas y bragas.
-El amor dura lo que dura dura
Luego, la evocacion del poemonimo famoso de Efrain Huerta La que quiera azul celeste que se acueste, nos hace alcanzar un climax.
Y asi? seguimos un buen rato, salvados por la mixtura del verbo y la musica del neuroestros cotidiano.
Al final agradece una maestra al poeta su conferencia y le entrega el inevitable diploma.
Posa Alfredo con el alcalde Mata y otros que se suman a la ronda de las fotos del recuerdo.
Ya en retirada, alcanzamos a ver al escritor a mitad del escenario, recuperando fuerzas.
Durante el regreso, el airecillo en el rostro me pone a pensar en el maquillaje y las cejas depiladas del poeta. Inevitablemente recuerdo cuando, siendo ninos, nos topabamos en nuestra larga ruta diaria (frios y soles) hacia la Melchor Ocampo.
Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos, nos recita el insidioso Neruda a la altura del Santuario, ya de vuelta.
Últimos comentarios