Croniquilla de una deliciosa noche con Chéjov
—-Por Javier Quiñones —-
Para Yola, Paty y María Victoria
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El hermoso Teatro de la Ciudad lució desgraciadamente vacío esta noche.
No llegamos ni a ochenta los que pudimos disfrutar de la divertida puesta en escena de dos piececitas de Anton Chéjov, “Petición de mano” y “El duelo” (también conocida esta como “El oso”).
Empero la inexplicable ausencia de público para nada desanimó a los heroicos actores.
Javier Flores, líder del grupo “Ático”, y el bipolar Miguel Alcaraz dieron cátedra de dominio escénico.
El tocayo Flores simplemente estuvo genial en el papel de un terrateniente que se apersona en la casa de una viuda para cobrar una deuda y termina enamorado de su deudora.
¡Y qué decir de Miguelito!, quien mantuvo siempre la tensión dramática a pesar de encarnar a dos personajes distintos esta noche deliciosa, el padre de una hija solicitada en matrimonio (“Petición de mano”) y el mayordomo de una viuda recluida (“El duelo”).
Tras el ejemplo de los principales, claro, los demás actores acrecentaron en inspiración.
Las actrices, en especial, sutilmente nos hicieron amarlas esta noche.
En su muy breve intervención, el vástago de Flores, el carismático Ares, nos regaló hacia el final de “El duelo” unos segundos de su gracia y encanto personales.
Así, cuando los actores cosecharon desde el proscenio los aplausos agradecidos de su público, la magia llenaba ya por completo el majestuoso teatro semivacío.
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Fue una noche casi redonda la de este viernes.
Primero Yola: su alma elegante y discreta llegó acompañada de doña Argelia Silva, la Coronela del Cabildo.
Luego, bondadosa como siempre y más bonita que nunca, arribó Paty para ocupar un asiento contiguo al de las amigas.
Y de remate, invitado inesperadamente por Quiróz –se esfumaría a mitad de la función-, entró Luis Camacho, cámara en ristre para no variar.
Sentado hasta adelante junto a Elías, sentí que también mi María me acompañaba de nuevo, como imaginé tantas veces cuando el teatro era apenas una maqueta.
No, no fue una alucinación.
El detonante debió ser ese jazz triste-alegre que escurría desde el telón encantado e iluminaba nuestras saudades.
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Mas, ¿por qué había tan poca gente?
¿Cómo explicar que los delicienses prefirieran ver la tele y rendirse al tedio mortal de las rutina mientras en el Teatro de la Ciudad nos llevaba el pájaro Chéjov hasta el cielo?
Misterio: uno tan inexplicable como los ombligos de los ángeles o la virginidad de la Virgen.
Y es que a 30 pesos el boleto, la taquilla no alcanzó ni para pagar al personal de la entrada.
Ni siquiera para cubrir la cuarta parte de los 8 mil pesos que cuesta la renta del teatro.
¡Vamos!: ni para los materiales del aseo –¿y esto explicará la pestilencia de cantina de arrabal emanada por los baños?
Y entonces: ¿por qué no regalaron los boletos en las colonias populares para asegurar el lleno que sobradamente se merecían los actores?
La kultura sigue siendo en Delicias, sin duda, una mera coartada de analfabetas funcionales con títulos universitarios (¡ay, México!) que toman las decisiones dizque por mandato del pueblo.
Debe ser por eso que abundaron tanto los agradecimientos a funcionarios ausentes y al Ichicult de Duarte, eso sí
Qué pena.
De veras triste.
Muy triste…
elias
March 26, 2011 at 11:05 am
la pestilencia de los baños. eras ademas NAUSEABUNDA,FETIDA, EL OLOR DE LOS BAÑOS DE LAS CANTINAS ES HERMOSO COMPARADO CON EL OLOR DE LOS BAÑOS DEL TEATRO DE LA CIUDAD, CASI ME CAUSA VOMITO. QUE VERGUENZA QUE UN CENTRO CULTURAL, TENGA ESTE DESAGRADABLE Y TERRIBLE “AROMA”…