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Las 12 claves del futuro (I de II partes)…por Luis Villegas

Con el cuento de que lo prometido es deuda, he aquí un apretado resumen de lo que Oppenheimer, en su libro “¡Basta de historias! La obsesión latinoamericana con el pasado y las 12 claves del futuro”,[1]  denomina precisamente de ese modo: “Las 12 claves del futuro”, para referirse a aquello que, en su opinión, deberían hacer los países latinoamericanos para salir de pobres. Huelga decir que eso de las “12 claves” es, por sí misma, una denominación inquietante. Yo, que odio los libros de superación personal más que el trabajo de fin de semana y les huyo como a la peste, desconfío de esas recetas de los “12 pasos”, las “7 biorrutas”, las “4 bendiciones”, las “3 leyes” y demás mejunjes para desprevenidos e incautos. Como sea, así se denomina el Capítulo correspondiente y procedo en consecuencia con dos o tres advertencias previas: Lo breve de este espacio me obliga a resumir de manera excesiva cada apartado; además, en forma arbitraria reuniré y presentaré cada una de estas famosas 12 claves.

 La primera sugerencia que Oppenheimer formula es la de “mirar hacia adelante”[2] y dice: “La obsesión iberoamericana con la historia nos está robando tiempo y energías para concentrarnos en el futuro”; sin estar del todo de acuerdo, lo cierto es que resulta fundamental abrir los ojos de las nuevas generaciones de latinoamericanos -y dotarlos de herramientas- para que puedan conquistar el Mundo: “Ni el colonialismo español, ni la falta de recursos naturales, ni la hegemonía de Estados Unidos, ni ninguna otra teoría producto de la victimización eterna de América Latina, explican el hecho de que nos rehusemos a aumentar nuestro gasto en innovación, a cobrarle impuestos a los ricos, a graduar profesionales en ingenierías y ciencias exactas, a promover la competencia, a construir infraestructura o a brindar seguridad jurídica a las empresas”; afirmaría Óscar Arias Sánchez, Presidente de Costa Rica en su discurso en la Cumbre de la Unidad de América Latina y el Caribe”.[3]

 En contraste, en ese ir y venir del carajo a que periódicamente se somete a los héroes que nos dieron patria (sin matria), los restos de Miguel Hidalgo, Ignacio Allende, José María Morelos y Pavón, Juan Aldama, Mariano Jiménez, Mariano Matamoros, Francisco Javier Mina, Vicente Guerrero, entre otros, fueron trasladados de la Columna de la Independencia al Castillo de Chapultepec -¿para qué?-[4] y el presupuesto total para los festejos del Bicentenario, incluidos todos los rubros de gasto, alcanzó los 2 mil 838 millones de pesos.[5] Leyó usted bien.

 La segunda recomendación es hacer “de la educación una tarea de todos”.[6] Es muy simple: Apostarle a la educación se oye bien en el discurso pero, políticamente hablando, no es lucrativo. La carretera, el puente, la obra pública en general, es visible y atractiva -y atractiva por visible-. Nadie le va a invertir a la educación si nosotros, los directamente interesados, padres de familia, estudiantes, ciudadanos de clase media (o séase pobre alta), etc., no nos involucramos directamente. A diferencia nuestra, en Brasil, luego de un prolongado y arduo debate entre los sectores público, privado y social, se fijaron 5 objetivos claros y concretos para ser logrados en 2022, precisamente en el Bicentenario de su Independencia: Que todos los niños de 4 a 17 años estén en la escuela, que todo niño de 8 años sepa leer y escribir, que todo alumno aprenda lo que sea apropiado para su edad, que todos los alumnos terminen la enseñanza básica y media y que la inversión en educación básica esté garantizada por el Estado.[7] El de la educación es un tema de muy, muy largo plazo: “Si tu objetivo es progresar un año, siembra trigo. Si tu objetivo es progresar diez años, siembra árboles. Si tu objetivo es progresar cien años, educa a tus hijos”; solía decir Confucio.[8]

 Inventar “un PIB educativo”; propone Oppenheimer: “Cada vez más economistas están llegando a la conclusión de que el crecimiento económico por sí solo nunca va a erradicar la pobreza, a menos que vaya acompañado de una mejora en la calidad educativa”.[9] Y no va a haber mejoría si no hay medición; dos criterios deberían ser obligatorios: La cantidad y la calidad en la educación; es decir, afanarse por obtener más años de escolaridad promedio (6 años en los países pobres y 16 en los países desarrollados) y conseguir resultados óptimos en los torneos internacionales en las áreas de ciencias, matemáticas y lenguaje.

 Invertir “en educación preescolar” es la 4ª recomendación. Oppenheimer afirma que, pese a la evidencia de que la mejor inversión en materia educativa es la que se hace en los niños más pequeños, la mayoría de los países latinoamericanos invierte un considerable presupuesto en la universidad pública.[10] En este marco, también se ha ido reconociendo el aporte de la Educación Inicial, como lo señala J. Van der Gaag (1998), quien señala: “El desarrollo infantil temprano, es una poderosa inversión en el futuro, social y económicamente. Estimular el desarrollo de los niños y ayudarlos a alcanzar su potencial total es beneficioso no sólo para el niño y su familia, sino también para las sociedades y la comunidad global entera. Niños bien desarrollados que llegan a ser exitosos y productivos adultos, están en mejor condiciones de contribuir a la economía social y a crear un ciclo de positivos efectos cuando lleguen a ser padres y abuelos de las generaciones que siguen”.[11] Se ha escrito y con razón, que la inversión en educación inicial “disminuye la deserción y el fracaso escolar”.[12]

 En la 5ª y 6ª recomendaciones, Oppenheimer sugiere, respectivamente, la “formación de buenos maestros” y brindarles a éstos un mejor “estatus social”. En Singapur, se puede leer en la página 103, “no cualquiera puede ser maestro”.[13] De hecho, para aspirar a ser docente, se debe estar entre el 30% de quienes sacan las mejores notas al salir de la Universidad. Empero, ése no es un caso excepcional, de Finlandia, un país caracterizado por su reciente despegue, el autor nos refiere que ser maestro en aquellas gélidas latitudes conlleva un gran prestigio: “Acá, decir soy profesor es como decir en Perú soy diplomático. Los maestros tienen un estatus social muy elevado. Para ellos, ser maestros no es el plan B […]”.[14] Igualito que en México, pues. En este sentido, un estudio internacional efectuado en 25 naciones, titulado: “Cómo los mejores sistemas educativos del mundo logran llegar a los primeros puestos”[15] concluyó que: “La evidencia disponible sugiere que el principal motivo de las variantes en el aprendizaje de los estudiantes es la calidad de los maestros”.[16]

 Continuará…

Luis Villegas Montes. luvimo6608@gmail.com

 


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