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Las 12 claves del futuro (parte final)…por Luis Villegas

Como una consecuencia directa de las dos anteriores sugerencias, “formación de buenos maestros” y brindarles un mejor “estatus social”, la 7ª sugerencia de Oppenheimer es ofrecer “incentivos salariales”.[1] Claro que no se trata sólo de “subir sueldos”, en lo absoluto. Como luego veremos, consciente del problema, el Presidente Barack Obama ha impulsado una reforma sobre esta base: Mejorar los ingresos de los docentes a partir de los resultados obtenidos por los alumnos en los exámenes estandarizados internacionales.[2] Sólo para darnos una idea del problema en que nos encontramos como país, le dejo esta nota: “4 de 6 maestros, reprobados: SEP. […] En el último año, cuatro de cada seis profesores del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación (SNTE) que imparten clases en preescolar, primaria y secundaria reprobaron el examen nacional de actualización que mide los conocimientos que ellos tienen para facilitar que más de 24 millones de niños en México aprendan matemáticas, español y ciencias, entre otras”.[3] Para el SNTE, la buena noticia es que: “Este año hubo menos maestros reprobados que en 2009”; y no lo digo yo, lo publicó La Jornada hace tres meses.[4]

 “Hacer un pacto social”, estilo brasileño o norteamericano, es la 8ª sugestión de Oppenheimer, quien apunta que una de las tareas políticas más urgentes “es hacer pactos nacionales entre los principales partidos políticos para realizar reformas educativas a largo plazo. A diferencia de lo que ocurre en la economía o en la seguridad, las reformas educativas suelen tardar 20 años en dar resultados visibles. Por lo tanto, para evitar que cada nuevo gobierno deshaga los avances educativos de su antecesor, o que los gobiernos le quiten recursos a la educación para adjudicarlos a otras prioridades en las que pueden obtener resultados más inmediatos, los pactos educativos son clave”.[5] Y comenta el caso de España, donde el PSOE y el PP, cuyo antagonismo es proverbial, están discutiendo precisamente un acuerdo de esta naturaleza.[6] El Informe de la Competitividad de México 2009 dice: “El poderoso Sindicato de Maestros SNTE, el sindicato de trabajadores más grande de Latinoamérica, ha sido en gran parte responsable del bloqueo de las reformas que hubieran mejorado la eficiencia  del gasto educativo y ayudado a asegurar la igualdad de acceso a la educación”.[7]

 La 9ª recomendación a bí be gusta bucho: “Forjar una cultura familiar de la educación”.[8] ¿Cómo no nos van a salir los hijos díscolos y tarambanas si van a la patita coja por la vida? En efecto, con mucha buena suerte, lo que el hogar no hace lo termina la escuela y viceversa; ¿pero y cuando no? ¿Cuándo nanay en la casa o en la escuela? Admitámoslo: El de la educación de los hijos no es problema del Estado ni del Gobierno. En principio, es un deber de los padres. Creo que ésa es una de las granes omisiones involuntarias de la Biblia porque al “creced y multiplicaos” bien se le pudo agregar: “Y educaos los unos a los otros” que forma parte insustituible del “amar al prójimo como a sí mismo”; y que conste, en esto, lo mismo da que se trate del Viejo o del Nuevo Testamento. No es posible -perdóname “Chicharito”-, que el ejemplo más descollante para las nuevas generaciones de mexicanos sean los ejemplares mejor logrados de la otrora Sub17. Nos cuenta Oppenheimer que en su viaje por Corea del Sur para escribir su libro, al preguntarle al Presidente de la República cuál era su principal desafío en la materia, éste respondió que “su principal problema era que los padres coreanos son demasiado exigentes con sus hijos. […] Ése era el principal problema que tenía: La insistencia y la exigencia de los padres por tener escuelas excelentes”.[9]

 En su 10ª recomendación Oppenheimer propone que “rompamos con el aislamiento educativo”.[10] Comenta: En China, el inglés es idioma obligatorio; la India tiene instaladas en su territorio de decenas de las mejores universidades, ¡del Mundo!,[11] enseñando en su territorio; en tanto que, en México, el mayor intercambio académico es… es… (híjole, hasta pena me da decirlo) es ¡con Cuba![12] En contraste, las carreras de las principales universidades públicas de Finlandia, Suecia, Corea del Sur, Singapur e Israel son evaluadas, periódicamente, “por comités de expertos extranjeros”.[13]

 La 11ª recomendación no parece una apreciación relativa a la enseñanza, sino de impulso a la economía: “Atraigamos inversiones de alta tecnología”, dice.[14] ¿Y cómo lo vamos a lograr, me pregunto yo, si nuestros estándares educativos no sólo son raquíticos, sino verdaderamente lamentables? ¿Cómo vamos a atraer inversiones de ese tipo si las universidades latinoamericanas, y México no es la excepción, producen abogados, contadores, psicólogos, historiadores y filósofos a carretadas, en tanto que las ciencias exactas permanecen en el limbo? Para emplear un ejemplo muy sencillo y contundente de cómo la tecnología acelera cambios e influye en la vida cotidiana, considérese lo siguiente: “Tomó treinta y ocho años, desde que se empezó a comercializar la radio, llegar a tener 50 millones de usuarios en Estados Unidos… trece años llegar al mismo número de usuarios con la televisión… diez años para usuarios de cable… y cinco años para internet”.[15] Retomando la tesis del argentino, tenemos que según un estudio de la ONU, sólo 8% de las inversiones extranjeras van a industrias de alta tecnología, 16% a industrias de tecnología media y el 16% a industrias de tecnología baja[16] -entiéndanse las maquilas de la zona fronteriza norte-. En Chile, un país que estima su índice de población en situación de pobreza extrema en apenas un 3%,[17] la ex-Presidenta Bachelet estima que lo fundamental para explicar el crecimiento económico del país, fue la gobernabilidad y la estabilidad; la izquierda chilena entendió que hacía falta un “desarrollo económico estable”.[18] Esa izquierda, no dudó en impulsar proyectos como la llamada “Red de Mentores”, iniciativa que copia el proyecto Business Mentors New Zeland, que a 20 años de creación cuenta con 1,600 empresarios voluntarios y 3,500 clientes; proyecto el sudamericano financiado por el Gobierno (40%), el sector privado (45%) y financiamiento internacional (15%), por el cual, presidentes de grandes empresas y corporaciones dedican 12 horas por año a ayudar a un emprendedor con alto potencial de despegar.[19]

    La última sugerencia no se lee un poco alocada, literalmente es una invitación a la locura: “Abajo la complacencia, arriba la paranoia”,[20] apunta. El libro termina donde empieza; en las primeras páginas, el autor afirma que según una encuesta de Gallup (que es como la mamá de los pollitos de las encuestadoras mundiales), señala que de 40 mil personas entrevistadas en Latinoamérica, la enorme mayoría está satisfecha con sus sistemas educativos. En contraste, tenemos que el mandatario quizá más poderoso del mundo, el Presidente norteamericano, dio inicio el 23 de noviembre de 2009 a una “Campaña de Educación para la Innovación”. En su presentación, Barack Obama sostuvo: “La dura verdad es que, por varias décadas, nos hemos estado quedando atrás. Un examen internacional muestra que los jóvenes estadounidenses están en el puesto 21 en ciencias y en el puesto 25 en matemáticas en comparación con sus pares en todo el mundo. Y sin embargo, esto no es motivo de grandes titulares. Hemos visto ese tipo de estadísticas preocupantes durante años, y una y otra vez hemos permitido que intereses partidistas y rencillas ridículas frenen el progreso […] Es hora que todos nosotros, en Washington y en todo el país, asumamos la responsabilidad de nuestro futuro”.[21]

  Las preguntas son dos: ¿Nosotros cuándo? y ¿Qué estamos esperando?

 Luis Villegas Montes.     luvimo6608@gmail.com


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