Abradacabra…por Luis Villegas
1.- Desde principios de semana he buscado el tono. Enmudecí de golpe luego de conocer la noticia. El horror de la misma corta el aliento. Me resistía a escribir sobre la tragedia pues mi estilo me parecía impropio: No hallaba las palabras y a mi parecer no había modo de convocar a una sonrisa. Luego reflexioné que era mucho peor quedarse callado. Era otra forma de sucumbir a la desgracia. Frente a este tipo de acontecimientos enmudecer no será nunca una respuesta. Es preciso articular una palabra, una sola aunque sea, para sustituir el gesto amigable e imprescindible hacia los deudos. Es verdad que, de cierta forma, en estos casos las palabras faltan, incapaces de expresar el desconsuelo en su justa magnitud; lo es también, que sobran, los hechos hablan por sí mismos con el peso propio de una demostración irrefutable. No obstante, para quien frecuenta la escritura, es un deber insoslayable intentar, aún de modo torpe, expresar su pesar. Es mi caso.
2.- La noticia la conocemos todos: 16 jóvenes asesinados a mansalva en la fronteriza Ciudad Juárez por un grupo de sicarios. Se dice fácil. La nota omite, empero, absolutamente todas las implicaciones que sirven de referente. Frente a los hechos baladíes: Número de vehículos en que viajaban los agresores, su media filiación, tipo de armas usado, casquillos percutidos, hora, lugar, respuesta (e incapacidad) de las autoridades, acusaciones recíprocas, oportunismo político, etc., está el hecho monstruoso, abominable, de un puñado de vidas cortadas en flor. No es sólo que los jóvenes no deban morir -y menos de una forma tan estúpida-, es que es preciso protegerlos; cumplir con la promesa implícita detrás de sus pocos años. En 1974, en su colaboración para Excélsior, Jorge Ibargüengoitia escribió: “La muerte de un niño es siempre una incógnita. No sabe uno quién se murió: qué hubiera sido, cómo, a dónde hubiera llegado. Las posibilidades que se cortan son tantas que no alcanza uno a encontrarle a la muerte su significado”.[1] Cuando no hay esperanzas, cuando el desaliento nos desborda, cuando el desánimo nos asalta, es preciso mirar con atención en el fondo de unos ojos jóvenes y descubrir cómo late una oportunidad detrás de sus pupilas. La niñez y la juventud son eso: Oportunidad para reinventarnos, ocasión para reescribiros.
3.- Y en Juárez, hace unos pocos días, fuimos incapaces de proteger sus vidas; fuimos, sí, nosotros, la nación mexicana, la sociedad chihuahuense, la comunidad de Juárez; nosotros que a veces de manera injustificada presumimos de “adultos”. Nociones, las 3 anteriores, que prescinden de cargos, puestos, posturas, orígenes, filiaciones u ocupaciones y aluden al hecho indiscutible de que somos un ente gregario que exige de cada uno la preservación de esa entidad superior y la protección de los más débiles. Detenerse a examinar el cúmulo de acusaciones y disculpas que aparecen en medios me parece ocioso. Los hechos permanecen, si es posible decirlo así, impávidos. Inalterables.
4.- Por favor, en caridad de Dios, ¡Sorpréndanos! Ésa y no otra es la única exclamación que se me viene a mientes. Ésa y no otra, sería la única exigencia a las autoridades de los tres niveles, a los dos órdenes de gobierno, a toda la clase política del Estado y del País: ¡Sorpréndanos!
5.- El 1993, durante una reunión en un auditorio de la Universidad Nacional de Colombia, incapaz de llamar la atención de los estudiantes, su Rector, Antanas Mockus, se bajó los pantalones y les enseñó el trasero a los presentes y al país entero, a través de la televisión. Ese acontecimiento tuvo dos consecuencias inmediatas: “Le costó la rectoría, pero le dio fama mundial y lo catapultó a la vida política de Bogotá”,[2] de la que llegó a ser Alcalde dos veces. Su campaña fue muy barata: 3 mil dólares en perinolas para recordarle a la gente que “Si todos ponen”, “Todos ganan”. Ya en el poder, en vez de más policías de tránsito contrató mimos, bajo el argumento de que la gente teme más al ridículo que a una multa ridícula. Tenía razón. Ésos son sólo dos ejemplos.
6.- No se trata, por supuesto, de que nos muestren el trasero. No quiero ni imaginarme a la nomenklatura de este País o a la cúpula de cada partido con sus vergüenzas al aire: Azules de frío, amarillos de vergüenza, verdes de envidia, rojos de coraje. No. Para todo hay límites.
7.- Ningún gremio pudo odiar más a uno de sus afiliados que el de los magos. En efecto, los viernes, a las 9 o 10 de la noche, se exhibía hasta hace poco -o se exhibe- un programa en televisión abierta: “Los Secretos más Grandes de la Magia por Fin Revelados”. Su protagonista, el “Mago Enmascarado”, se ocupa de descubrir, uno a uno, los secretos de la profesión. No se trata sólo de trucos menores como cortar una cuerda en 3 o 4 partes que luego aparece intacta o ensartar en el aire, con una afilada espada, una carta elegida previamente al azar, no señor; hablamos de atrapar balas con los dientes, de aparecer y desaparecer, en fracciones de segundo, personas u objetos; de permanecer 15 minutos bajo el agua o de cortar en 2 y hasta en 3 partes a una agraciada ayudante. A la justa indignación y enojo de los colegas, el misterioso mago se limitó a replicar que frente al milagro de la tecnología, videojuegos, realidad virtual, efectos especiales, etc., era necesario revolucionar la magia y esforzarse por desarrollar nuevos trucos, más inquietantes, novedosos y espectaculares. No se trataba, pues, de un sabotaje; todo lo contrario: Se trataba de un estímulo; de un reto para exigir más y mejores cosas de la magia y de sí mismos.
8.- Juárez, Chihuahua, México, los terribles acontecimientos de los últimos días, de las últimas semanas, de los últimos meses, son el gran reto de los políticos de esta hora y, ¿por qué no decirlo?, también de los ciudadanos. Fernando Savater escribió alguna vez: “Se puede ser humano (naturalmente humano) de muchas maneras, pero lo más humano de todo es desarrollar la razón, inventar nuevas y mejores soluciones para viejos problemas”.[3]
9.- Son tiempos electorales, olvídense de las viejas fórmulas, de las antiguas prácticas políticas, de los altercados inútiles, de los dedos flamígeros, de las distracciones y las cortinas de humo, de los mítines forzosos, de los camiones de alquiler, de los asistentes cautivos, del dispendio, de las poses, de los discursos sosos y las promesas vanas. Sigan el perdurable ejemplo del poeta que hace camino al andar. Dejen de lado la seguridad, la comodidad de la senda transitada; corran el riesgo de hacer algo distinto: Original, inteligente, valiente, decisivo. Todo lo demás ya se ha intentado y fracasamos. Por eso: ¡Sorpréndanos! ¡Asómbrenos! ¡Sedúzcanos! Oblíguenos a aplaudirles a rabiar, con toda el alma, desde el fondo del corazón.
Luis Villegas Montes.
luvimo6608@gmail.com
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elias
July 17, 2010 at 11:09 am
le peticion de LUIS VILLEGAS MONTESA a los politicos y autoridades me recuerdan a juan el Bautista predicando en el desierto, ni para cuando nos sorprendan o asombren….. deveras ni para cuando.