Adolfo y Elvira (I de II partes)…por Luis Villegas
“No es que las ideas se aclaren con el tiempo, es que sólo te dejan de importar”.
Adolfo Villegas.
Escritas estas líneas desde la semana pasada, se me atravesaron en el camino cosas menos importantes pero más urgentes -y que, por una extraña razón, causaron cierto revuelo entre mis escasos lectores-. Vuelvo al redil mansamente y retomo el carril de la prudencia.
Hace quince días, sin venir a cuento, recibí un correo críptico pero evocador (lejos estaba yo de entenderlo como el presagio de lo que esa semana me deparaba) que decía -cito textual-: “No sé por qué, pero recordé la recomendación más hermosa que me han hecho: Yeats”. Pues bien, esa misma semana tuve una de las conversaciones más gratificantes de mi existencia toda. “¿Te gusta la poesía?”, me preguntó Adolfo. Y yo le respondí que sí. Que la poesía es fundamental en la vida de las personas. Que leer poesía nos hace más humanos. “Tal vez –le dije- yo no haya leído mucha; tal vez sea incapaz de apreciarla en su justa dimensión; y definitivamente no recuerdo muchos poemas de memoria; pero leer poesía ha sido una de las mejores experiencias de mi vida”. Ahí mismo me arranqué declamándole uno de los pocos poemas que recuerdo: “Para entonces”, del entrañable Manuel Gutiérrez Nájera. Luego le leí poemas de Jaime Sabines y rematé con una letra de Joaquín Sabina.
La poesía -no se lo dije, pero huelga decir que estas líneas se las dedico- nos acerca a la fibra de las cosas; al centro de su ser; por la poesía nostalgiamos sin música, aprehendemos la esencia del Cosmos sin el concurso del pensamiento, recordamos con el corazón (un pálpito, un estremecimiento, una leve arritmia) y descubrimos el mundo -en lo que verdaderamente vale- sin el auxilio de todos los sentidos. Luego de esa vorágine de palabras, de ideas, de emociones, me miró con simpatía y preguntó: “¿Conoces a Elvira Sastre?”; “no”, respondí escuetamente; “léela”, fue su breve sugerencia. De inmediato nos pusimos a buscarla, tête à tête, en Internet (Nada más por eso se ha morigerado mi juicio sumario contra La Web).
¿Qué les puedo decir? Fue toda una revelación. Lo más significativo, lo más hermoso, lo más memorable, es que haya llegado yo a esas letras a través de los ojos de mi hijo más pequeño, quien demuestra una saludable pasión por los libros (leyó siete las pasadas vacaciones), quien recién acaba de descubrir la magia de la poesía y empieza verdaderamente a educarse en los misterios del Mundo. Al fin y al cabo, los seres humanos nos formamos merced a la experiencia vital (incluidas la emoción, la aventura, la excitación, el placer de leer un libro) más que en la escuela.
Como sea, les dejo aquí, primero, unos cuantos versos de esta poetisa española, jovencísima (nació en 1992), lesbiana -por cierto-, que desde ya, será para siempre un trozo de vida vinculado a Adolfo y a la constatación de su auténtico azoro enfrentado a la maravilla de unos pocos versos (nada me parece más triste que permanecer impávido de cara al sencillo milagro de la poesía).
Y en segundo lugar (aunque de algún modo nada misterioso en primerísimo sitio), el primer poema de mi hijo que -papá cuervo como soy- me hizo enchinar la piel y derretirme por dentro; van algunos de los versos de la española:
“Cualquiera diría al verte
que los catastrofistas fallaron:
no era el fin del mundo lo que venía,
eras tú.
Te veo venir por el pasillo
como quien camina dos centímetros por encima del aire
pensando que nadie le ve.
Entras en mi casa
-en mi vida-
con las cartas y el ombligo boca arriba,
con los brazos abiertos
como si esta noche
me ofrecieras barra libre de poesía en tu pecho,
con las manos tan llenas de tanto
que me haces sentir que es el mundo el que me toca […]” (Quiero hacer contigo todo lo que la poesía aún no ha escrito).
“A la mierda
el conformismo:
yo no quiero
ser recuerdo.
Quiero ser tu amor imposible,
tu dolor no correspondido,
tu musa más puta,
el nombre que escribas en todas las camas
que no sean la mía,
quien maldigas en tus insomnios
quien ames con esa rabia que solo da el odio. […]
Yo no quiero
dejar huella en tu vida,
quiero ser tu camino,
quiero que te pierdas,
que te salgas,
que te rebeles,
que vayas a contracorriente,
que no me elijas,
pero que siempre regreses a mí para encontrarte. […]
Yo no quiero ser recuerdo,
mi amor,
quiero que me mires
y adivines el futuro” (Yo no quiero ser recuerdo).
Continuará…
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Luis Villegas Montes.
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