Agustín Méndez Rosas…por Luis Villegas Montes
AGUSTÍN MÉNDEZ ROSAS.
Cuando lo conocí, él ya pasaba de los sesenta. Escribo “cuando lo conocí” para aludir a ese momento exacto en que yo cobré consciencia de él, pues seguramente él me conoció a mí desde recién nacido. A partir de entonces, con cierta frecuencia, de manera intermitente, el Profesor Méndez Rosas entró y salió de mi vida.
Murió el profesor la semana pasada, el 21 de febrero, para ser exactos.
Entre otras cosas, la nota necrológica dice de él que nació el primero de mayo de 1914, en Hidalgo del Parral; que tuvo una fructífera carrera como maestro normalista, que ocupó cargos en el Gobierno federal, que fue dirigente de la Sección Octava del SNTE y que se desempeñó como “historiador, orador, director y fundador de escuela, alfabetizador, promotor de la cultura y música tradicional mexicana”.1 De él, él mismo decía: “Trabajé de todo, hice de todo, porque el mejor impacto que puede recibir la sociedad, es la educación”.2
Lola, mi mamá, me había dicho que quería ir a verlo; prevalecieron el clima, los achaques, la dinámica particular que la tercera edad nos impone y no fuimos.
Al profesor llegué por Lola; narrar aquí la multitud de anécdotas que vivimos en esas reuniones memorables, donde la música constituía el eje, el centro, el corazón de la tertulia, escaparía al propósito de estos párrafos. Narro una sola, recurrente, infaltable, el profesor Méndez Rosas cantando -acompañado al piano por el Maestro Modesto Gaytán- “Mi querido Capitán”; esa pieza inolvidable de principios del Siglo XX que reza: “Soy Capitán primero, el más valiente del batallón; pero, cuando enamoro, soy General y de División”.
Ese recuerdo me centra en el objetivo de estas líneas: Lector voraz, el profesor era lo que yo llamo: “Un hombre del Renacimiento”; un personaje culto, instruido, versátil, polifacético; y al mismo tiempo, un hombre de acción, comprometido con su tiempo y con sus causas, que vivió a plenitud lo que le tocó vivir y, sin que me conste, estoy cierto que murió satisfecho, conforme consigo mismo, seguro de que la vida que vivió valió la pena porque -era evidente- la gozó de todos los modos posibles de principio a fin.
Tengo casi 50 años y a partir de ahora, me gustaría recorrer una ruta parecida a la del Profesor Méndez Rosas; una que me depare un final sin arrepentimientos. Dice el poema “Instantes” (errónea y comúnmente atribuido a Borges):
“Si pudiera vivir nuevamente mi vida,
en la próxima trataría de cometer más errores.
No intentaría ser tan perfecto, me relajaría más.
Sería más tonto de lo que he sido,
de hecho tomaría muy pocas cosas con seriedad.
Sería menos higiénico.
Correría más riesgos,
haría más viajes,
contemplaría más atardeceres,
subiría más montañas, nadaría más ríos.
Iría a más lugares adonde nunca he ido,
comería más helados y menos habas,
tendría más problemas reales y menos imaginarios.
Yo fui una de esas personas que vivió sensata
y prolíficamente cada minuto de su vida;
claro que tuve momentos de alegría.
Pero si pudiera volver atrás trataría
de tener solamente buenos momentos.
Por si no lo saben, de eso está hecha la vida,
sólo de momentos; no te pierdas el ahora.
Yo era uno de esos que nunca
iban a ninguna parte sin un termómetro,
una bolsa de agua caliente,
un paraguas y un paracaídas;
si pudiera volver a vivir, viajaría más liviano.
Si pudiera volver a vivir
comenzaría a andar descalzo a principios
de la primavera
y seguiría descalzo hasta concluir el otoño.
Daría más vueltas en calesita,
contemplaría más amaneceres,
y jugaría con más niños,
si tuviera otra vez vida por delante.
Pero ya ven, tengo 85 años…
y sé que me estoy muriendo”.
Yo quisiera terminar mis días de un modo distinto al del poeta, aunque todavía no sé muy bien cómo.
Descanse en paz, el profesor Méndez Rosas.
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Luis Villegas Montes.
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