Al agua patos…(I de II partes)…por Luis Villegas
Lo que es la falta de voluntad, Dios mío. Apenas uno o dos meses de que tomé la firme determinación de dejar de comprar libros y ya llevo comprados nueve, esto está como marcador de futbol cuando juega la selección: leídos, ocho; pendientes, dos. Conste que la excusa me llegó de la mano de la más tierna justificación: el Adolfo; en este asunto de hacerle recomendaciones, no puedo darme el lujo de sugerirle lecturas que no hayan pasado antes por mis manos —y por mis ojos— de tal modo que aquí estoy, leyendo.
Sé que para el lector atento no pasará desapercibido que ocho más dos son diez y no nueve pero es que el décimo me llegó de la mano de la bendita amistad: “El libro vacío”,1 se llama y me lo obsequió una querida amiga a la que, por este medio, aprovecho para confiarle dos cosas: una buena y otra mala; la buena es que el libro me mató; muchas, muchas gracias; me parece una reflexión profunda, pertinente y lúcida (muy) sobre el arte de escribir. La mala es que, por esas mismas razones, no sólo me podía ser útil a mí, sino a mi retoño, así que se lo dejé. Suena feo eso de que regales lo que te regalan, pero no había de otra, prometo recuperarlo a la menor oportunidad, o sea, en dos o tres años; eso, si sobrevive a ese remolino de lecturas e inquietudes que es mi benjamín, en esta etapa de estudiante.
Otros de los que le dejé, recién comprados, son el último de Santiago Posteguillo: “Yo, Julia” (Premio Planeta 2018).2 El título recuerda, inevitablemente, el delicioso “Yo, Claudio”, de Robert Graves; y hace un énfasis singular en la figura de la esposa de Septimio Severo, primero de la dinastìa Severa en la prolongada historia del Imperio Romano, lo que le da (¡qué horror!) un sospechoso toque feminista a la novela; no viene a cuento narrar, y no lo haré (me resisto), un chascarrillo infame que solía contar Facundo Cabral —ese de que detrás de un hombre siempre hay una gran mujer… y detrás su esposa—, empero pareciera que el autor amenaza con empezar una serie que haga énfasis en cómo, durante los últimos tres mil quinientos años, fueron las féminas, y no los varones, las que estaban ocupadas moviendo el mundo mientras estos se dedicaban a matarse entre sí.
El segundo es un libro viejito, “Argumentos fabulosos”,3 de Irving Wallace, prolífico y ya muerto escritor estadounidense (“El Hombre”, “La Palabra”, “Los Siete Minutos”, etc.), que nos recuerda que grandes novelas y grandes tramas no tienen por qué provenir, por fuerza, sólo de la mente del autor; de modo que enlista de manera prolija y amena multitud de casos, aunque destaca unos pocos célebres: Sherlock Holmes, La Dama de las Camelias, Madame Bovary, Robinson Crusoe, entre otros.
El tercero es el tercero de la —hasta ahora— trilogía de Pérez Reverte que integran “Falcó”, “Eva” y “Sabotaje”4 (conste que los primeros dos los compré antes de adoptar la firme determinciòn de dejar de comprar libros); y el último no lo compré propiamente dicho; fue parte de un botín, cuyos pormenores no viene a cuento narrar en este punto y sólo puedo resumir con esta frase manida: “si ya saben cómo soy, ¿p’a qué me tientan?”. En tanto que el cuarto y el quinto, “La Dama Azul”5 y “600 Libros desde que te conocí”6 los compré en una incursión a Samborn’s más bien sorpresiva y como que no queriendo la cosa, en una tarde-noche de urgencias literarias.
¿Qué compré además de Posteguillo, Wallace, Woolf y Strachery, Pérez Reverte y Sierra? “Patria”,7 de Fernando Aramburu, y “El Problema de los Tres Cuerpos”8 de Liu Cixin, este último a la fuerza.
El primero, recomendadísimo, forma parte de una trilogía que ya veremos cómo funciona; narra los pormenores de la convulsa España en la resoluciòn del arduo problema del nacionalismo recalcitrante que deriva, incluso, en terrorismo (pensemos en ETA); y también se lo dejé al Adolfo porque es, a no dudarlo, una auténtica joya. Bien estructurado, bien pensado y, sobre todo, mejor escrito.
El segundo…, el segundo hasta pena me da confesarlo pero ahí va: en ese afán mío de incursionar en ciertas obras o autores desconocidos —lo que depara por igual tristezas sin cuento y alegrías irrepetibles—, hace más de un año el muy bestia compré sin percatarme la segunda parte de la trilogìa (otra, la tercera) que integra “El Bosque Oscuro”; guardando polvo en mi biblioteca yacía, pues, esa víctima de mi descuido; como no era cosa de dejarlo huérfano al pobre, le compré a su hermanito.
Continuará…
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