Al agua patos (II de II partes)…por Luis Villegas
El hermanito huérfano, pues, lo constituye el primer tomo de la serie: “El problema de los tres cuerpos”1 (que en Occidente le sirve de título a la trilogía y cuyo nombre original es: “Memoria del pasado de la Tierra”). Decir que la novela es buena es decir poco: una ma ra vi lla; y eso que no me gustan los relatos de ciencia ficción; me gustó tanto, tanto, que, obvio, me compré el tercero: “El fin de la muerte”;2 tarde se me hacía de empezar con el segundo tomo que ya obraba en mi poder: “El bosque oscuro”.3
Fenómeno editorial en su país, su autor, Liu Cixin, ha ganado el premio Hugo 2015 a la mejor novela de ciencia ficción; se ha hecho acreedor, en ocho ocasiones, al premio Galaxy; y fue ganador, también, del Nebulosa. El primer libro de la trilogía inicia en China, en el año de 1967, en el apogeo de la Revolución Cultural; en otra línea temporal, al parecer inconexa y que se da en el presente, autoridades de todo el Mundo enfrentan una masiva y misteriosa ola de suicidios de científicos dedicados a la investigación… y ya no le sigo porque luego me tupen. Allá por diciembre, si no tiene nada mejor que hacer, regálese un libro o mejor estos tres.
Claro que si se quiere achicharrar los ojitos y de veras leer una de las mejores novelas que he leído en los últimos tiempos, puede seguirse de largo con un volumen de 1002 páginas. Cuando leí la crítica que, a su aparición, dijo de ella: “Mágica como Cien años de soledad, intensa como La casa de los espíritus, monumental como Ana Karenina”, incrédulo pensé: “ya, ya, ya, que sea menos”; pues no; estaba yo total, profunda, absoluta, definitiva y festivamente equivocado. La novela en efecto es lúcida, vívida, intensa (casi épica) y tiene, ¡cómo no!, un leve toque de magia.
En este momento, mis autores consagrados se están recorriendo —Almudena se ve muy oronda, como que sabe quién es ella— para hacerle un huequito a Nino Haratischwili, joven escritora alemana de origen georgiano, autora de “La octava vida (para Brilka)”;4 y que narra los pormenores de una familia georgiana que padece los horrores de la Revolución de Octubre, de la Segunda Guerra Mundial y sus secuelas, con la excusa de relatarnos la vida de distintas mujeres emparentadas entre sí: Stasia, la tatarabuela de la “autora” del relato; Christine, hermana de la primera; Kitty, la tía abuela; Elene, la madre; Daria, la protagonista de la narración; y Brilka, sus sobrina de doce años. El libro es una delicia y, de veras, puede situarse sin sonrojos al lado de “Guerra y Paz” de León Tolstoi; por lo menos en ese rubro que solía afirmar Vladimir Nabokov, célebre autor del clásico “Lolita”: “Cuando se lee a Tolstoi, se lee porque no se puede dejar el libro”;5 otro convencido, como el que esto escribe, de que la amenidad no está reñida con la extensión.
Para diciembre, me aguardan cinco textos, esos sí en formato electrónico: “El último Tango de Salvador Allende” y “El caso Neruda”, ambos del escritor chileno Roberto Ampuero, y que prometen mucho, como todo lo que he leído de este escritor, embajador de aquella nación en nuestro país hace algunos años: “¿Quién mató a Cristián Kustermann?”,6 “El alemán de Atacama”,7 “Cita en el Azul Profundo”8 y “Halcones de la noche”;9 y tres de un autor de quien no he leído nada pero me mata la curiosidad, Jesús Sánchez Adalid, del que tengo formaditos y en fila: “El Mozárabe”, “El Cautivo” y “La Sublime Puerta”; luego les cuento cómo me fue.
Con ellos, se supone, retomo en los hechos mis propósitos de enmienda; lo malo… lo malo es que, en ese cielo límpido de firmes determinaciones, acecha la nube negra del Premio TusQuets Editores de Novela 2018, “Nada que no sepas”, de María Tena, e ignoro el porqué, pero creo que me voy a mojar.
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