Amorcito corazón…por Luis Villegas Montes
La verdad es que no sé por dónde acometer estos párrafos. Digo, tan caóticos resultan ahora mis días que, de veras, no le hallo ni pies ni cabeza a esta reflexión. Anteayer, ni más ni menos, me estrené de pinche…, en su variante de ayudante de cocina. Sin contar el asunto del Foro que estamos organizando, y que merece reflexión aparte, la escuela en políticas públicas por venir, el inglés, la tesis del doctorado, un libro de texto por escribir (ya tenemos el índice) y ahora esto.
¿Se acuerda de aquella película: “¿Qué te ha dado esa mujer?”, protagonizada por Pedro Infante y Luis Aguilar? Había un personaje que decía una y otra vez: “Ya llegué, vieja. Ya me voy vieja”; pues haga usted de cuenta; en ésas ando, no más me cambio de disfraz y ahí voy. No más el guitarrón echo en falta. Entre tanto, la vida sigue y ahí me tiene usted, de mandil color naranja y toda la cosa, fregando trastos. Digo, tampoco es que haya yo cambiado mucho de giro: Antes fregaba el alma y ahora pues… ya ve.
Lo cierto, es que esta semana le dimos el requiescat in pace al negocio más efímero de la historia culinaria si no del Mundo, ni del país, ni del Estado, por lo menos sí de la Colonia Santa Rita de esta ciudad de Chihuahua: Pollos “Los Compadres”; que vio la luz exactamente 11 días con cuatro horas y como 15 minutos. Claro que, como el Ave Fénix, renació de sus cenizas pues, ahí mismo y para felicidad de sus progenitores (don Poncho y yo), vio la luz: “El Rinconcito Michoacano”, el sabor de Michoacán en Chihuahua. Quiero decir que, desde un principio yo pensé que el asunto se trataba de vender pollos y barbacoa -aunque distraído como soy, duré pensando seis meses que íbamos a vender carnitas-, pero resultó que no, que iba a ser barbacoa y pollos. Ese intríngulis nos dejó con una pollería de tinte kafkiano que vendía barbacoa estilo Michoacán (con adobo) en vez de pollos (asados a las brazas, como el cabrito neolonés). Como sea, para poner orden en ese desmoche decidimos que lo nuestro, lo nuestro, lo nuestro, está en vender primero la barbacoa y luego los pollos; ya luego decidiremos si le entramos o no al asunto de las carnitas.
A mí ni me pregunte, yo veo, callo y obedezco, pues de esos menesteres no entiendo ni “Jota”; excepto lo muy básico: Que vamos a lo del teléfono a contratar la línea, vamos; que vamos a los de los refrescos, vamos; que vamos a lo del carbón (¿a lo de quien?), a lo del car bón, ¡Ah! Pues vamos; que ya se acabaron el cilantro, las naranjas, el chile ancho, el chile pasilla, las hojas de laurel,… vamos. Y como a mí se me quema hasta el agua, no queda más remedio que oficiar de comedido asistente, en el mejor de los casos; y de mirón de palo, en el peor. La verdad es que, por mí, me haría ojo de hormiga; pero con el cuento de que el cocinero se nos regresa a su natal Morelia -y el ayudante se va de cocinero-, pues ahí me tiene a mí, con el alma en un hilo, intentando aprender los rudimentos del oficio. No vaya a ser que también el nuevo cocinero se nos vaya a su natal Infonavit Nacional, ¿y luego? Ni pollos ni barbacoa.
El título de estos párrafos se explica porque ya me veía yo, sin el bigotito, claro, cantando “Amorcito corazón” con mi mandil, en lugar del overol, y un gorrito de gasa muy sexi, en lugar del churrito juguetón en la frentota de Pedro Infante; lo sé, lo sé, media una distancia inmensa entre el ídolo mazatleco (sí, yo también pensaba que había nacido en Guamúchil) y sus servidor, pero ¿qué quiere?, yo no puedo pensar en realizar ningún trabajo manual sin tener en mente a Pedro Infante y el lapicito en la oreja, realizando su labor de carpintero y el chiflidito típico de esa canción; por cierto, tampoco es de extrañar que cante: “Si te vienen a contar cositas malas de mí”, mientras me baño, o “Con un polvo y otro polvo” si me hallo en el centro de México, con el corazón cargado de júbilo, en el Tenampa, por ejemplo.
Me queda claro que hasta aquí, no he escrito nada ni remotamente edificante ni mucho menos memorable, lo admito; pero lo cierto es que ésa no fue nunca mi intensión; lo mío, lo mío, lo mío en el transcurso de estos párrafos, es el desahogo. No más.
Eso e intentar explicarle a usted los motivos de porqué no había yo escrito ni media palabra respecto de la Feria del Libro; no lo había hecho por la simple y sencilla razón de que no había tenido tiempo para sentarme a escribir la consabida reflexión semanal, menos para ir a darme una vueltecita a tan digno evento. Ayer, por fin, me di una escapadita de mí mismo y fui.
¿Qué le puedo decir? Me encantó. Me encantó que, a diferencia de eventos similares previos, éste resulta definitivamente un proyecto más consolidado: Con espacio suficiente, instalaciones dignas, visitas de autores, presentación de libros, numerosos títulos traídos por casas editoriales varias, etc.
Hacía falta en Chihuahua -y ojalá a partir de este punto cada año nos depare mayores y mejores sorpresas- una Feria del Libro de estas dimensiones que sirva de arranque para detonar la lectura. Será preciso insistir en que se busque una promoción de la cultura a través de precios accesibles y de auténticos festivales que por distintas vías procuren despertar la imaginación de los niños, que exploren las inquietudes de los adolescentes y sirvan para enriquecer la experiencia vital de los adultos. Lectores o no. Es preciso insistir en que la instrucción, la educación y la cultura, son las herramientas con las que se modelan mejores personas; y mejores personas construyen sociedades mejores.
Para variar, me boicotee a mí mismo; decidido a comprar sólo títulos relacionados con los temas de políticas públicas, investigación social y administración pública, salí con una novela de Almudena Grandes que no había leído: “El Corazón Helado”;[1] otra: “Idos de la Mente”,[2] de Luis Humberto Crosthwaite, a quien no conocía, que terminé anoche; y dos de Élmer Mendoza: “Un Asesino Solitario”[3] y “La Prueba del Ácido”,[4] sendas novelas policiacas que pienso leer este fin de semana, por lo menos la última.
La Feria del Libro concluye mañana domingo 9 de octubre. Dese una vueltecita, tómese un café, lleve a sus hijos, compre alguno; vale la pena. Y aunque usted no me lo pidió le recomiendo: “Contra el Viento del Norte”,[5] del alemán Daniel Glattauer o la secuela de esa obra: “Cada Siete Olas”;[6] o “El Cementerio de Praga”,[7] de Umberto Eco; o bien “La Caída de los Gigantes”,[8] de Ken Follet -y si ya la leyó- léase de él también: “Los Pilares de la Tierra”[9] o “Un Mundo sin Fin”.[10]
Luis Villegas Montes. luvimo6608@gmail.com
Últimos comentarios