El asunto lamentable de la mentada… manta…por Luis Villegas
¡Ach! ¡Me choco! Con algunas ideas claras y los sentimientos a flor de piel, iba yo a hacer algunos comentarios muy emotivos y elocuentes de los libros que recién terminé de leer y a los que aludí en una reflexión anterior,[1] pero no, vienen los acontecimientos a trastornarme el esquema de mis sanas intenciones, para no decir que vienen a partirle su mandarina en gajos.
La semana pasada, en su programa de radio, la respetada periodista Carmen Aristegui manifestó públicamente lo siguiente: “¿Tiene o no problemas de alcoholismo el presidente de la república? Debería, realmente, la propia Presidencia de la República dar una respuesta clara, nítida, formal al respecto… Si es el caso, si efectivamente hay elementos firmes que hagan presumir, efectivamente, un problema de alcoholismo de Felipe Calderón, tendría que ser tratado con la seriedad del caso”.[2] Los antecedentes del caso son públicos: El Diputado Gerardo Fernández Noroña -por otro lado un patán insufrible, terco, berrinchudo, más corriente que la manta que constituye el leiv motif del casus belli y con un pasado intachable de porro estudiantil-, junto a otros legisladores del PT, colocaron en la tribuna de San Lázaro una manta que decía: “¿Tú dejarías a un borracho conducir tu auto? No, ¿verdad?, ¿y por qué lo dejas conducir al país?”. La reacción más que fulminante de la empresa donde prestaba sus servicios la comunicadora fue tajante y, para mí, impredecible e impensable: La empresa de telecomunicaciones Multivisión (MVS) decidió rescindir el contrato con Carmen Aristegui, a raíz de una supuesta transgresión al código de ética de la empresa, que prohíbe la presentación y difusión de rumores como noticias.[3]
El azoro y el repudio de parte mía, obedecen a una cuestión muy simple: No es posible avanzar un ápice en la construcción de la democracia si no se cuenta con una prensa libre; pero auténticamente libre: “La democracia no consiste únicamente en la posibilidad de ejercer el voto secreto y universal. Esta va mucho más allá e incluye el ejercicio de la libertad de expresión para todos los sectores, independientemente de que estén organizados en partidos políticos”.[4] Una prensa que no sólo no acate ni se doblegue frente al autoritarismo del poder; sino más aún, que atienda a su razón de ser y se niegue a someterse o a morderse la lengua. El connotado periodista Raymundo Riva Palacio, en una de sus obras ponía el dedo en la llaga al sostener que: “Granados Chapa define la parte medular del debate acerca de la relación prensa-gobierno en México, llena de mitos y realidades, verdades y mentiras a medias”; y abunda: “No hay censores en la prensa mexicana; sin embargo, existe la censura. El mecanismo generalmente empleado para suprimir el pensamiento no es la censura gubernamental, sino el gran padecimiento de la autocensura”.[5] Autocensura de la que, otro afamado experto, nos platica: “Toqué un punto central: La sumisión del periodismo a los intereses del poder y cité a dos clásicos: Zabludovsky y Díaz Redondo. Le dije al Presidente que todo adulador quiere algo por vía oblicua, en nuestro oficio dinero e influencia, impunidad, prestigio” (Scherer, 1995:62).[6]
En la especie, resulta deleznable asistir al espectáculo tristísimo de una empresa de medios que prescinde de los servicios de una de las comunicadoras más inteligentes, sólidas y acreditadas del país entero, con el pobre argumento de una supuesta trasgresión al código de ética de la propia empresa. Argumento insostenible si se atiende al hecho indubitable de que las expresiones de Carmen Aristegui son de dos tipos: Las relativas a un hecho público irrefutable, como es la leyenda de la manta colocada por los petistas, y la opinión de la propia periodista generada a partir de un proceso de reflexión. El primer párrafo del artículo 6º de la Constitución federal señala en su primera parte: “La manifestación de las ideas no será objeto de ninguna inquisición judicial o administrativa, sino en el caso de que ataque a la moral, los derechos de tercero, provoque algún delito, o perturbe el orden público”.[7] Definitivamente, Carmen Aristegui no difundió rumor alguno como noticia, en lo absoluto; se limitó a dar cuenta de un hecho público y a expresar una opinión personal al respecto.
Lo siento mucho, pero yo no creo en las casualidades ni en la súbita toma de conciencia de una empresa de medios que decide aplicar, mal y a la carrera, su código de ética, precisamente en un asunto de especial relevancia para la vida pública del país que atañe de manera directa e inequívoca al Presidente de la República, Lic. Felipe Calderón Hinojosa.
A este respecto, recuerdo las palabras de un sabio maestro que nos precedió en el tiempo a las generaciones actuales de panistas y sin embargo señaló el rumbo. En efecto, sobre la libertad de expresión, Adolfo Christlieb Ibarrola, uno de los más lúcidos y consistentes ideólogos del PAN, escribió hace casi medio siglo: “La libertad de expresión, elemento activo del derecho personal a la comunicación entre los hombres, no puede concebirse ya como simple limitación del poder del Estado aceptada por éste a favor de la persona. Requiere, como complemento indispensable, la posibilidad del ejercicio real del derecho de difundir ampliamente el pensamiento y la noticia. Al derecho de habla y escribir con libertad, corresponde además el derecho del hombre a recibir información libre y suficiente, es decir, el derecho a recibir los elementos de juicio necesario para optar entre distintas posibilidades, en las cuestiones fundamentales de la vida”.[8] Es decir, no sólo este hombre admirable en más de un sentido distinguía entre el pensamiento y la noticia como generadores distintos del acto de comunicar; sino además, exigía que la libertad de expresión fuera precedida por un acto de voluntad e inteligencia del Estado para permitir al ciudadano hacerse con los elementos de juicio necesarios para tomar sus propias decisiones.
En su último libro, Héctor Aguilar Camín hace decir a uno de sus personajes: “… en aquella época publicar una crítica sobre alguien era jugarse la vida, ser periodista era sinónimo de ser torero. Si usted decía que el general fulano tenía las piernas corvas, el general se presentaba en la redacción con la pistola a responder: ‘Corvas, las de su chingada madre’. De manera que escribir era lo que no es ahora: Sinónimo de jugarse la vida”.[9]
Hoy más que nunca hacen falta ese tipo de periodistas, por un lado; y por otro, un poder público capaz de tolerarlos y con los redaños suficientes para alentar sus quehaceres.
Definitivamente, de los panistas, mi Presidente preferido sigue siendo Fox. Y una de las razones para ello, fue la paciencia de Job y la tozudez de mula con que soportó el embate embravecido de los medios y las consecuencias manifiestas de la plena libertad de expresión.
Luis Villegas Montes. luvimo6608@gmail.com
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