Avatar (I de II partes)…por Luis Villegas
“Avatar” es una película que todos deberíamos ver y, convertirla, casi, en asignatura obligada, de la preprimaria hasta preparatoria. Claro que usted puede disentir, refutarme y pensar que, en algún momento, estuve a punto de ahogarme en el mar de dudas y la pérdida de oxígeno me dejó así, haciendo este tipo de propuestas. Lo entiendo; pero permítame explicarme a detalle.
“Avatar” es un filme de ciencia ficción, gringo, de 2009, escrito, producido y dirigido por James Cameron. Ambientado en el año 2154, los hechos de que se ocupa transcurren en Pandora, uno de los satélites del planeta Polifemo. Pandora está habitado por una raza humanoide, los Naa’vi, con quienes los humanos se hallan en conflicto pues una de sus tribus está asentada en torno a un árbol gigantesco que cubre un enrome yacimiento de un mineral muy cotizado, el cual resolvería los problemas energéticos de la Tierra: El unobtainium. El proyecto científico “Avatar” transporta la mente de los científicos a unos cuerpos artificiales de na’vi para simplificar la comunicación con los nativos. Pese al carácter científico del intento, el ejército convence a Jake Sully para que espíe a los naturales; al principio, Jake cumple su misión, pero se enamora de una de las nativas, Neytiri; además, se percata de que jamás renunciarán a su tierra por lo que habrá de estallar la guerra entre ambas razas y él deberá decidir de qué lado peleará.
Tras su estreno, la crítica se dividió; hubo quien consideró la cinta simplemente ma ra vi llo sa; otros sectores, especializados en cine independiente, criticaron el guión, comparándola indefectiblemente con otras películas como “Danza con lobos” e incluso “Pocahontas”: “A Cameron se le ha olvidado la historia que quería contar”;[1] “podría pensar que en Avatar la espectacularidad técnica es inversamente proporcional a su elementalidad dramática. […] Los momentos puramente de acción lucen irreprochables, todo lo demás en cambio parece más bien vulgar, pedestre, incluso cursi”;[2] “Es previsible del primer al último plano, y además se presta a disecciones de Perogrullo”;[3] y hasta el Vaticano se metió con ella: “Avatar no es una obra maestra: Vaticano”.[4] Ya lo he dicho, la crítica y yo somos como paralelas: Destinados a no converger.
Antes de continuar permítanme una digresión: Sí, carece de “elementalidad dramática”; sí, la trama puede parecernos muy “cursi”; sí, “es previsible del primer al último plano”; y sí, “se presta a disecciones de Perogrullo”. Empero -todo sea dicho-, carece de elementalidad dramática porque el bien vence al mal; porque dos seres que se encuentran el uno al otro de modo inusitado terminan enamorándose; porque cuenta una historia de amor “cursi” y el amor, el magnífico amor, irremediablemente es, ha sido y seguirá siendo cursi hasta el fin de los tiempos; porque la decencia, el valor y el coraje vencen a la ciencia y a la técnica (lo que parece imposible hoy en día); y porque “las verdades de Perogrullo” son así: Llanas, simples, sencillas, elementales, carentes de sofisticación.
Y es quizá ese afán, ese deseo de “tensiones dramáticas”, de verdades complejas y sofisticadas, de soluciones retorcidas; alimentado desde todos los flancos de la vida cotidiana, los que nos tiene dados a la trampa. Me explico:
Hace unos pocos días, el horror sacudió a nuestro país; el horror en el asesinato masivo de 52 personas, quienes no solamente murieron, sino que murieron en un incendio provocado; y no sólo murieron quemadas, sino que “murieron por nada”, además. Porque no hay ninguna explicación detrás de esa barbarie; no existe un ápice de razón que nos sirva para entenderla. Es la brutalidad sin adjetivos, la codicia, la estulticia, la inhumanidad en su manifestación más categórica e intolerante. Categórica por terminante, despiadada e inapelable; intolerante porque no alienta, ni acepta, ni respeta, ni concibe, la menor noción de lo humano como atributo para definirnos y diferenciarnos de las bestias.
Las palabras de Felipe Calderón Hinojosa fueron muy claras: “Estamos enfrentando a verdaderos terroristas que han rebasado todos los límites”;[5] yo conozco al Presidente de la República y, me consta, no sólo que es un hombre extremadamente inteligente, sino que sus palabras no tienen, nunca, desperdicio; siempre dice lo que quiere decir.
Lo que me preocupa de ese discurso, entonces, no es lo que dijo el primer mandatario, sino exactamente lo que quiso decir. Porque hablar de “terrorismo” es establecer un hito en la historia de horrores de este país; un parteaguas, un “antes” y un “después” de ese fatídico 25 de agosto de 2011. Me explico una vez más: Muertos gratuitos suman ya decenas en esta guerra contra el narcotráfico; incluso hasta se han ganado un calificativo específico: “Daños colaterales”.[6] Así que hablar de “muertos inocentes” para distinguirlos de otros muertos no tiene sentido; los muertos inocentes son muchos ya y su número se incrementa a cada rato.
Hablar de matanzas, es decir, de actos violentos en donde pierden la vida más de tres, cuatro o cinco personas, tampoco lo tiene, porque el recuento de estos actos supera los 60 casos y suman centenares las víctimas.[7]
Continuará… Luis Villegas Montes. luvimo6608@gmail.com
Últimos comentarios