Ayotzinapa no se debe olvidar…por Aída María Holguín
Hoy más que nunca, México se encuentra sumergido en una serie de problemas de interés colectivo y público que han provocado el descontento social. Esto a su vez, ha logrado sacar a la sociedad mexicana de ese aletargamiento que tanto daño ha hecho al país.
Sin duda alguna, el caso más reciente y grave -causante de ese despertar ciudadano-, es el caso de los casi cincuenta normalistas de Ayotzinapa que desde el pasado 26 de septiembre están en calidad de desaparecidos.
Antes del 26 de septiembre de 2014, la mayoría de los mexicanos -y la población mundial- desconocían que en México existiera un lugar llamado Ayotzinapa. Ahora, esa localidad del estado de Guerrero no sólo es conocida a nivel internacional; sino que todo México “es Ayotzinapa” y decenas de países también son Ayotzinapa.
Conforme pasan los días, el número de manifestantes alrededor del mundo se han solidarizado con los mexicanos, que en búsqueda de una verdadera justicia, dicen ¡ya basta de impunidad! y expresan un “ya me cansé” de las atrocidades que se siguen cometiendo en nuestro país por las negligencias (conscientes o inconscientes) de las autoridades.
Si bien es cierto que las desapariciones forzadas son muchas más que 43, lo sucedido con los estudiantes de Ayotzinapa es “la gota que derramó el vaso”; es decir, es el “hecho aislado” que le ha recordado a la sociedad mexicana el largo historial de impunidad, violación a los derechos humanos y la complicidad entre grupos delincuenciales, gobernantes y las corporaciones de “seguridad” pública.
A diferencia de los ciudadanos, las autoridades siempre recuerdan. Siempre habían recordado que los mexicanos olvidaban, que no les importaba lo que pasara -a menos que fuera algo que les afectara de manera directa-, que los mexicanos no eran unidos, que los mexicanos siempre se resignaban y o exigían. Tan acostumbrados estaban a recordar esos defectos que como sociedad mexicana nos ha caracterizado, que pensaron que con ponerle una “raya más al tigre” no pasaría nada, que la sociedad seguiría adormilada y resignada a que en México las cosas siempre han sido así y no había remedio alguno.
Si lo sucedido en Chilpancingo, Gro. (1960), Madera, Chih. (1965), Acapulco, Gro. (1967), Tlatelolco (1968), el “Jueves de Corpus” (1971), Atotonilco de Tula, Hgo. (1985), Aguas Blancas, Gro. (1995), Acteal (1997), el Charco, Gro. (1998), Atenco, Méx. (2006) y Tlatlaya, Mex. (2014) ya se había olvidado; con lo sucedido en Ayotzinapa -al parecer- no pasará lo mismo.
Los asesinatos y desapariciones forzadas masivas no son hechos aislados, son parte de la oscura y penosa historia de México que para muchos ha sido fácil olvidar. Por eso es que Ayotzinapa no puede –ni debe- ser otro hecho que quede en el olvido. No dejemos que lo que Ayotzinapa -dolorosamente- unió, lo desuna el olvido y/o la indiferencia. Hoy es posible que en la historia de México se escriba un nuevo, alentador e inolvidable capítulo titulado: “México después de Ayotzinapa”.
Dice una conocida frase que “si queremos que las cosas sean diferentes, entonces hagamos cosas diferentes”; y para que las cosas sean diferentes en México, no sólo hay que exigir que derechos, sino también cumplir con las responsabilidades que como ciudadanos tenemos.
No olvidemos que así como las leyes nos otorgan derechos, también hay y obligaciones y responsabilidades que cumplir; es decir, si se exige respeto al ejercicio de los derechos, entonces también hay que asumir las responsabilidades que nos corresponden. Solo mediante la activa participación ciudadana -en sus diversas y variadas manifestaciones- es que los gobernantes no olvidarán que el poder público dimana del pueblo y se instituye para beneficio de éste (y no para el beneficio de ellos).
En esta ocasión finalizo con un extracto de la canción “Diez décimas de saludo al pueblo argentino”, autoría del poeta, escritor y periodista uruguayo, Alfredo Zitarrosa: “Hay un pueblo que se llama «No me olvides». Quien lo conozca que cuide su recuerdo como gema, porque hay olvidos que queman y hay memorias que engrandecen.”
Aída María Holguín Baeza
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