Bajo el acecho de los zopilotes (parte III)…por Karmen Martínez
PARTE III BAJO EL ACECHO DE LOS ZOPILOTES
(CONTINUACIÓN)
Más adelante, con mi familia empobrecida por los reveses de la Revolución salí a conseguir trabajo. Llegué a una hacienda, pero los dueños se negaban rotundamente a emplearme por mi edad, alrededor de seis años. Yo les rogué que me vieran trabajar, aunque fuera sin sueldo y, finalmente, me aceptaron (me quiso mucho esa familia). Tiempo después, Villa depuso las armas y mi hermano Chon nos trasladó a la ahora, ciudad de Delicias, antes de su fundación, donde adquirió un rancho y nos dedicamos a la agricultura.
Anteriormente, cuando vivíamos en la Hacienda de Santa Gertrudis mi padre se encontró con El general Taboada (compadre de Villa), quien tenía unos ranchos. Lo invitó a trabajar con él, diciéndole: “Vengase a trabajar conmigo, allá estamos escondidos y nadie nos molesta. Allá no pasa nada”. Mi padre, ya cansado de soportar los abusos de las turbas soldadescas, aceptó gustoso y se fue a vivir a su hacienda.
Pasó el tiempo y todo era tranquilidad. Mataban animales y secaban la carne, la cual, intercambiaban con los campesinos de los alrededores que iban hasta allá a ofrecerles, a cambio, elotes, calabazas, etc. Pero un día, algunos de esos campesinos tuvieron la mala suerte de encontrarse con los soldados contrarios. Los detuvieron para que les informaran de dónde venían. Ellos, tratando de encubrirlos, contestaron que venían de ver unos animales que tenían en el monte. Al ver la carga que llevaban, sospecharon que algo más había. El jefe les ordenó a los soldados que los arrastraran “a cabeza de silla” para que hablaran; entonces, se vieron obligados a darles la ubicación y hacia allá se dirigieron.
Como la hacienda estaba rodeada de altos mezquites y nopaleras, la gente de Taboada no los vio llegar. Todos estaban distraídos: unos jugaban carreras, otros se bañaban en el río o hacían cualquier otra cosa. Llegaron los soldados y comenzó el tiroteo. Nadie sabía lo que pasaba o de dónde venían las balas y todos corrían alocadamente para todos lados. Muchos de ellos, desnudos (todos los que se estaban bañando).
El jefe les ordenó que detuvieran y llevaran al general Taboada hasta un alto mezquite y le pusieran una soga en el cuello. Luego, lo colgaron. Lo levantaban y lo dejaban caer. Hicieron esta operación varias veces. Al final, ataron la soga y lo dejaron en una posición en la que apenas alcanzaba a poner las puntas de los pies en el suelo y se fueron. En cuanto desparecieron, uno de los hombres corrió y cortó la soga y logró salvarlo.
Después de eso, mi padre ya no quiso seguir allí y nos fuimos a “Rancho viejo”, cerca de la presa La Boquilla. Había promesas de un “reparto de tierras” que nunca se dio y, entonces, comenzó sembrar “a medias” con el patrón. Algún tiempo después, papá se volvió encontrar con Taboada, quien volvió a invitarlo a trabajar en sus tierras a lo que mi padre contestó: “Muchas gracias, mi general. Créame que se lo agradezco, pero no. Quédese usted con sus ranchos. Yo para allá, no vuelvo”.
“Rancho Viejo” en Camargo
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