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Por el bien del pueblo (capítulos 3 y 4)…por Luis Arturo Chavarría

POR EL BIEN DEL PUEBLO (NOVELA)

PARTE I

3. Luciano

El comercio había sido siempre la forma de vida de la familia de Luciano Anaya. Les había dado una situación económica estable, sin sobresaltos. Su abuelo había llegado al pueblo en los años veinte, todavía entre las últimas desazones de la Revolución, y se había establecido abriendo un estanquillo donde vendía de todo. Desde refrescos hasta aguja e hilo para zurcir. Con el tiempo lo fue agrandando. Luego, se compró un carromato y comenzó a ser “barillero”, llevando su mercancía a las comunidades cercanas. El papá de Luciano mantuvo y amplió el negocio, y ahora eran mayoristas de abarrotes.

Luciano siempre combinó la escuela con el trabajo en la tienda. Cuando terminó la secundaria, se inscribió en la Academia Comercial. Terminó estudios de Contador Privado y se dedicó de lleno a auxiliar a su padre en la tienda. Ahora era el encargado del negocio.

Habían ampliado el local y en la actualidad ocupaban la cuarta parte de la manzana. La otra cuarta parte, para completar media cuadra, era la bodega y almacén. Tenían una docena de empleados y tres camioncitos “tres cuartos”, uno de ellos nuevo, de la agencia. Luciano se movía en una pick up de modelo reciente también. Estaba terminando de ampliar y remodelar su casa, su hijo mayor iba al Tec de Monterrey en el campus Chihuahua a cursar la carrera de Licenciado en Administración de Empresas; la de en medio cursaba la preparatoria en Delicias, y el menor asistía a la secundaria, también en Delicias.

Él era socio de la Cámara de Comercio local, con cartera en la mesa directiva, y estaba a punto de ingresar al Club de Leones, que le coqueteaba para atraerlo a sus filas.

Claudia, su mujer, tenía su círculo de amigas que se reunían un día a la semana para tomar café y hacer manualidades. Había comenzado a estudiar la prepa, pero la dejó para casarse con Luciano. Ahora se entendía de la casa y apoyaba a las Damas Vicentinas en su labor social.

Todos los años, en verano, salían una semana a la playa llevándose a los muchachos, y para diciembre hacían las compras navideñas y de guardarropa en El Paso, Texas, en el vecino país.

Desde que su papá comenzó a llevarlo a las juntas del Partido, cuando el PRI estaba en el local que rentaba antes de que un agradecido Presidente Municipal emanado de sus filas les regalara un terreno municipal para construir su local propio -en propiedad pública-, Luciano había sido un activista de la política.

De muchacho, al lado de su padre, apoyando en lo que se le solicitaba. De joven, como miembro del Sector Juvenil, movilizando a las Juventudes Revolucionarias para impulsar las campañas, siempre con algún cargo en el Comité Municipal. Ya adulto, ocupando de vez en cuando alguna cartera en el Partido, siempre aportando en dinero o en especie, manteniendo y promoviendo relaciones con los grupos de poder del Partido, que le redituaban buenos negocios cuando sus miembros ocupaban algún puesto en el Ayuntamiento.

Desde que se renovó el Comité Directivo Municipal, en el que tenían cartera tres de sus compañeros de escuela y con cuyo grupo se identificaba, habían comenzado a trabajar para hacer que el próximo candidato fuera alguien de ese grupo.

Muchas reuniones, muchas comidas, muchos viajes y entrevistas con el Estatal, fueron definiendo posibilidades.

Y ahora, cuando una vez más tomaban la copa al final del día, le estaban proponiendo que se destapara como precandidato. Y le mostraban una carta de apoyo con el doble de las firmas que los Estatutos del Partido requerían.

—Luciano -le decía Gerardo, del Comité Directivo Municipal- ¡vas en caballo de hacienda! Con nosotros, los del grupo, en la Directiva del Comité Municipal y apoyándote, ¡no hay quién te haga sombra!

—Y si les damos albazo y te destapamos antes de que comiencen los calenturientos, de una vez neutralizamos a tres o cuatro -comentaba Pascual, también del Comité Directivo Municipal.

—Además -completaba Miguel, su amigo de toda la vida- amarramos a los de la Cámara para que vayan pensando en formar un fondo para la precampaña y luego la campaña. ¡No se pueden echar para atrás! Y así, no te descapitalizas tú. Al fin de cuentas, ellos se reponen luego, cuando estés en la Presidencia. De que te pasan factura, te la pasan. Pero mientras, tú llegas sin sangrarte.

—O sea que ¿va en serio? -preguntó Luciano.

—¡Oye! ¿Qué te crees? Con esto no se juega, camarada -se ofendió Gerardo-. Y tienes que definirte ya. Hay mucho en juego y mucho trabajo invertido. Estamos apostando por ti. En el Estatal les gusta la idea, y parece que ya platicaron con el “gober”, y cuando menos no te tachó. Lo que casi es un “échenlo al ruedo”.

—Oigan -quiso aclarar Luciano-, pero acuérdense que el Presidente Municipal ya le calentó la cabeza a Miguel Rodríguez, porque quiere lanzarlo.

—¡Ése qué va a saber! Después de estos tres años ya se “quemó” -dijo Gerardo-. Ahorita ya no tiene grupo. Dejó a mucha gente resentida porque los sacó de la jugada cuando entró. Se la tienen guardada. Con todo y los funcionarios, no completan veinte. La gente les dice que sí, porque todavía están en el puesto. Pero en cuanto vean que ya se van, los dejan solos. ¡Yo sé lo que te digo!

—Y espérate -le dijo Pascual-. Ya estuve platicando con los del Sindicato de Maestros. Están con nosotros. Les prometí apoyarlos para la construcción de la “Casa del Maestro” aquí en el municipio, y se engancharon luego luego.

—Y el Sindicato de Trabajadores del Municipio ya nos dijo que no quiere saber nada de este tipo y de su gente. Que en cuanto les digamos “rana”, ellos saltan -terció Miguel.

—Como ves -concluyó Gerardo-, estamos listos para arrancar. Sólo queda que aceptes.

4. Fernando

Entre el café, los refrescos, las galletas y las papitas, se desarrollaba la reunión semanal del Comité Directivo Municipal del Partido Acción Nacional, en martes, como siempre.

Como venía sucediendo desde hacía dos meses, además de los integrantes de la Directiva, estaba presente Fernando Durán, el Diputado Local.

Era un secreto a voces que Fernando sería el Candidato a la Presidencia Municipal.

Era, además, una espina que traía clavada desde hacía casi seis años, cuando en la elección interna perdió por escaso margen con el Dr. Anzúres, quien finalmente terminó apabullado en la constitucional por el candidato priísta.

Sin embargo, algún capital político le quedó a Fernando, ya que al transcurrir el trienio se fue sin contrincante por la candidatura a Diputado, y ganó la curul por amplio margen en el Distrito. Como era de esperarse.

Ahora, a punto de concluir su periodo en el Congreso local, se sabía el “candidato natural” para la Presidencia Municipal. De todas maneras, hacía sus deberes. Si no tenía trabajo en la legislatura, se hacía presente en todas las reuniones del Comité Directivo Municipal.

—¿Cuándo van a lanzar la convocatoria para registrarse como delegados para la Convención Municipal? -preguntó Fernando.

—En eso estamos, Fer. Mira -le dijo Saúl, el presidente del CDM-, no queremos lanzarla muy temprano, porque luego la gente se desanima si no empieza la acción. Necesitamos que no pase mucho tiempo de cuando la lancemos a cuando se haga la Convención y luego empiece la precampaña, registremos al candidato y salgamos a la calle.

—Sí, de acuerdo. Pero no se les olvide que luego tenemos problemas porque dicen que no se dio tiempo suficiente para registrarse, y muchos quedan fuera y no pueden votar. O no alcanzan a revisar si están en el padrón de miembros activos.

—¿De qué te preocupas? De todos modos, va a ser una Convención para ratificar tu candidatura y nada más. No hay otro precandidato. Bueno, tampoco tú eres precandidato todavía, porque no se ha abierto el registro, pero ya sabemos que vas a registrarte -le dijo Efrén, el Secretario.

—Ya no sé si me gusta la idea o no, la verdad. Después de que Anzúres me dejó en la orilla, con artimañas y sobornando delegados, no quisiera volver a pasar por esa. Pero no me gustó tampoco ser el único precandidato para la Diputación. Se siente uno muy raro, pidiéndole a la Asamblea “bueno, levanten su voto si están de acuerdo en que Fernando sea el candidato del PAN por este Distrito”. Pues, ¿por quién más van a votar, si no hay otro? ¡Atole con el dedo! Y luego presumimos de democráticos.

—Bueno, bueno -lo tranquilizó Saúl-. Llegaste muy fuerte luego de que Anzúres terminó lejísimos del PRI. Hubiera sido una locura plantarse contigo. Ibas a ganar contra el que fuera. No es extraño que nada más tú te registraras. Y la gente estuvo contigo. Ya ves, te llevaste el Distrito por dos a uno.

Administrador del rancho de su padre, heredero de terreno suficiente para ser considerado pequeño terrateniente, Fernando vestía siempre al estilo vaquero.

Era Ingeniero Fruticultor, tenía ocho años de matrimonio y una hija de seis. Flor, su esposa, era maestra y trabajaba comisionada en un Programa de Gobierno, en parte gracias a sus propios méritos -que no eran pocos- pero también a los buenos oficios y buenas relaciones de Fernando.

Con su situación económica resuelta, podía tranquilamente dedicarse a la política, que lo apasionaba. Se había criado entre el rancho y la actividad política, ya que su padre, uno de los fundadores del PAN local, había sido -y seguía siéndolo- un activista. Así de grande como estaba, nunca faltaba a las reuniones semanales del Partido, apoyado en su bastón. Y desde que Fernando se acordaba, había acompañado a su padre a las reuniones, mítines, manifestaciones, campañas, convenciones y demás actividades. Las veces que el viejo militante fue nombrado Delegado al Comité Estatal, en parte debido a su solvencia económica que le permitía costearse los viajes a la ciudad de Chihuahua para las reuniones, siempre llevó a Fernando consigo.

Conocía a los nuevos y a los viejos del Partido en el municipio, en el distrito y en el estado. Incluso, a algunos de los líderes a nivel nacional.

Sin embargo, desde hacía unos tres o cuatro años, venía cobrando fuerza al interior del Partido un grupo de gente joven, que lo inquietaba. No habían tenido acercamientos con él o con su gente, y aunque no sabía que se opusieran a su virtual candidatura, temía que en un momento dado registraran a algún aspirante de entre ellos. No porque sintiera que tuvieran tanto peso, sino que no asimilaba todavía la experiencia con Anzúres. En fin, que lo inquietaba la posibilidad de algún “caballo negro” al cierre de registros.

Amables lectores: casi hemos terminado de conocer a los personajes principales. La próxima semana comenzaremos a ver qué pasa con ellos.

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