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Por el bien del pueblo (novela)…por Luis Arturo Chavarría

POR EL BIEN DEL PUEBLO (NOVELA)

Aprovechando la hospitalidad que este medio me ha brindado, he decidido publicar aquí, por entregas semanales, esta novela inédita. Espero que por el bien del pueblo sea del agrado de los lectores.

PARTE I

1. José Manuel

Era un domingo de febrero. Lo recordaba muy bien.

Había llevado a su mujer  y a sus hijos a dar un paseo por el centro, a comer elotes, algún “cubierto”, o las golosinas que tanto les gustaban a los muchachos.

Compraban en los puestos instalados alrededor de la plaza, o en los carritos que ese día se hacían presentes en la zona, para acomodarse luego en alguna banca -si es que encontraban una desocupada- o en el borde de las jardineras a comer, platicar y ver a la gente que salía de misa o simplemente, como ellos, había ido a cumplir con el ritual del paseo dominical.

Saludaban a los conocidos que pasaban cerca y con algunos platicaban brevemente, dejando correr con placidez el tiempo.

José Manuel tenía un taller de reparación de televisiones, grabadoras, radios y artículos por el estilo. Por ello, conocía a bastante gente, ya que sólo él y otro radiotécnico daban este servicio en el pueblo, así que su clientela era amplia.

Tenía dos empleados; uno de ellos era Oscar García, el técnico que generalmente hacía la mayor parte de las reparaciones mientras él, José Manuel, iba a Delicias a buscar las piezas necesarias para atender los trabajos que le encargaban. El otro, un voluntarioso muchacho, casi un niño, que se acercó alguna vez a curiosear y se quedó como “milusos” en el taller, de nombre Alfonso Jiménez, pero a quien todo el mundo conocía por el sobrenombre de “Clavija”.

No les iba mal. Tampoco nadaban en la abundancia, pero el trabajo no les faltaba y conseguían lo necesario para vivir decorosamente, aunque al día.

José Manuel y Sandra se declaraban creyentes, pero no asistían con frecuencia a misa. Sin embargo, habían bautizado a sus hijos y los habían acercado a “hacer la Primera Comunión”. Y hasta ahí llegaba su práctica religiosa. En privado, Sandra acudía a la devoción a San Judas Tadeo cuando sentía necesidad de manifestar su espiritualidad, y José Manuel tenía en el taller una estampa de San Martín Caballero, obsequio de su maestra de primaria, estampa a cuyos pies diariamente se veía una veladora encendida.

Ese domingo de mediados de febrero, lo recordaba muy bien, vieron acercarse a un grupo de señores. Inconfundibles. Los eternos luchadores sociales, abogados de las causas perdidas. El profe Roberto Alveláis, maestro jubilado, fundador del Partido Comunista en el pueblo y líder de los “rojillos” de la comunidad, encabezaba la comitiva. Porque era una comitiva. Venía acompañado de su inseparable compadre, otro maestro jubilado, también izquierdista recalcitrante, el profe Chepo Ledezma. Y otros tres señores que debían vestirse en la misma tienda de ropa de segunda, a juzgar por su aspecto. Los conocía de vista, pero no los identificaba. Todos ellos eran miembros ahora del Partido Alternativa Socialdemócrata y Campesina, al haber desaparecido el Partido Comunista.

Al profe Roberto y al profe Chepo los conocía bien -¡y quién no en el pueblo!-. Además de ser personajes célebres de la comunidad, habían sido los compañeros de las tardeadas de dominó de su papá, en la desvencijada mesa de hojalata de la tienda de Don Pancho. Muchas veces habían costeado sus antojos:

­—¡A ver, Panchito! Una coquita y unos cacahuates pa’l Chenel; si no, no va a dejar jugar a su papá. ¡Pero te los echas afuera, en la banqueta!

Y ahí esperaba a que terminara la jugada del día, él mismo jugando al “cuatro” con los macheteros que hacían estación en la tienda.

Cuando llegaron hasta donde estaban José Manuel y su familia, el profe Roberto se descubrió -siempre había usado sombrero. Decía que él había iniciado la moda chola en el pueblo- y saludó con cortesía:

—¡Buenas tardes! ¿Cómo está, señora?

Tendió su huesuda mano y estrechó la del matrimonio. Con una inclinación de cabeza, saludó también a los dos muchachos que se disputaban el bebedero.

—¡Buenas tardes, profe! ¿Qué dice esa buena vida? -respondió José Manuel.

—Pues aquí, mira. Arrastrando los huesos mientras se nos llega la hora.

—¡No, profe! A mí se me hace que usted nos entierra a todos y se va a fundar otro pueblo nuevo -lo embromó José Manuel.

—Profe, usted es el mismo desde que lo conozco. Los años no pasan por usted -le elogió Sandra, quien también lo conocía bien, pues había sido su alumna.

—No, Sandrita, no pasan. Se me quedan todos encima. ¡Y ya pesan! -se burló de sí mismo Alveláis-. José Manuel, ¿podemos hablar contigo un momento?

—¡Claro que sí, profe! ¿Pa’ qué soy bueno? -se levantó José Manuel, buscando alejarse un poco de su familia para que pudieran hablarle en privado.

—No, no te levantes, muchacho. De hecho, queremos hablar con los dos. Lo que venimos a decirles necesita ser atendido por ambos.

—¡Ah, carambas! No me asuste, profe. ¿De qué se trata?

—¿Podemos sentarnos aquí junto a ustedes? -solicitó el profe Roberto.

—¡Disculpe, profe! ¡Claro que sí! Acomódense y cuenten, que ya me picaron la curiosidad -dijo José Manuel.

En la banca se sentaron los profes Roberto y Chepo. Al borde del macetero lo hicieron los tres personajes que los acompañaban.

—Mira, creo que ya conocen a los señores. Beto Rodríguez, el secretario de Actas del Partido -gruñó un saludo el aludido-; Pepe Flores, de la Cartera de Doctrina Social, y Armando Holguín, de Promoción Política.

—Qué tal.

—Buenas tardes.

—Tanto gusto —contestó José Manuel, dirigiéndoles una mirada curiosa.

—Pues miren, muchachos. Como ya sabrán, este año tendremos elecciones locales para renovar el Ayuntamiento -comenzó el profe Roberto, dando vueltas a su sombrero entre las manos-. El PRI ya trae la gallera bien alborotada. Como siempre, son muchos los que quieren ser candidatos porque, según ellos, “la tienen segura”. Hasta ahorita, sé que hay cuando menos cuatro precandidatos trabajando. En el PAN ya se sabe quién va a ser el gallo. Nomás están esperando que la Asamblea Municipal Electoral abra los registros para inscribirlo y comenzar la campaña. A lo mejor, mientras, se pelean por las Regidurías. Pero ya sabemos entre quiénes van a quedar. No salen de los mismos. Finalmente, esa no es nuestra preocupación. Allá ellos. Pero nosotros queremos comenzar a organizarnos y trabajar en la campaña desde ahorita. No tenemos dinero, ni vamos a tenerlo, así que lo único que podemos hacer es empezar a platicar con la gente, a volantear nuestra propaganda de a poquito y a concientizar al pueblo.

—Profe -le interrumpió José Manuel-, todo eso está muy bien. Pero yo, ¿qué pitos toco ahí? Usted sabe que a mí no me gusta eso de la política. No soy de ningún Partido. El día de las elecciones voy a votar, eso sí, pero no participo con nadie.

—Para allá voy, muchacho. Para allá voy -dijo parsimoniosamente el viejo maestro.

Como muchos en el pueblo, José Manuel estaba asqueado del circo de la política.

Nunca se había comprometido con ningún partido, aunque su padre sí militaba en las filas del PRI, sin llegar a ser un activista. Quizá la actitud un tanto indiferente de su viejo había hecho de él mismo un desilusionado.

Ver siempre ganar al partidazo, aún y cuando presentara a solemnes desconocidos o a reconocidos pillos como candidatos, le había ido desencantando de esa faceta social. Ver que la gente, “la raza”, no salía de donde estaba a pesar de su participación incondicional en las campañas; ver que el pastel se repartía siempre entre los grupos que controlaban el poder en los partidos, ver que nada más rotaban los puestos entre la misma camarilla, había terminado por confirmarle su convicción de que la política era “un batidero”.

Nunca le había atraído la idea de colgarse del presupuesto. La incertidumbre trienal por el puesto, por el trabajo, que veía en la clase política de la comunidad; las tragedias de quienes caían de la gracia de los dueños del poder de cada tres años, al ser “congelados” y tener que dejar el hueso, le hacían sonreír mientras él seguía recibiendo a moros y cristianos en su tallercito, reparando los trebejos que le llevaban.

Jamás se acercó a ninguna reunión de partido de ningún color. Y en las campañas recibía en su taller o en su casa a todos los candidatos, y democráticamente permitía a todos pegar sus engomados donde mejor les parecía. Algunos lo hacían encima de los del candidato opositor que había visitado antes el lugar, para que luego, en otra pasada de candidatos o brigadas, a su vez fueran cubiertos por otro, y así.

Por eso lo tenía desconcertado la plática del profe Roberto.

—Mira, muchacho. Al grano. La idea es ésta: queremos proponerte la candidatura por el Partido. Por la Coalición, de hecho, ya que vamos a presentarnos unidos todos los partidos de izquierda con presencia en el municipio. Espérate y déjame terminar. Ya está protocolizada la Alianza que integra la Coalición de Izquierda. Y hemos estado analizando prospectos para la candidatura a Presidente Municipal. De hecho, tenemos tres probables. Pero tú eres el primero. Todos coincidimos en que eres una persona honesta, trabajadora, sin vicios y que no estás maleado en el ambiente de la política. Puedes decirme que no tienes ninguna experiencia, pero precisamente por eso es que hemos pensado en ti. Todos. Eso es lo que necesitamos, alguien del pueblo; alguien que conozca de primera mano los problemas de la gente: que si no pasa la basura, que si la policía está como el arcoíris y no se aparece hasta que pasa la tormenta, que si el mercado se está cayendo, que si tus hijos juegan en la calle porque no tienen espacios para hacerlo, que si nunca encuentras la biblioteca abierta, que si los “júniors” ya se adueñaron de la calle y ya no puede uno sacar a la familia con tranquilidad, ¡en fin! Todas esas cosas que le preocupan al ciudadano de a pie. Nosotros ya estamos viejos y muy llenos de mañas. Sobre todo eso. Necesitamos a alguien del pueblo, para que oiga al pueblo y lo atienda. No a uno de esos que creen que lo saben todo porque tienen un título universitario, o porque toda su vida han estado metidos en esto de la política. Esos no sirven. Una vez que se sientan en la Presidencia -lo hemos visto muchas veces- creen que la gente no tiene capacidad para organizarse, que no puede pensar, y le imponen su santa voluntad. Y ya ves lo que resulta. El pueblo no avanza. Por eso te estamos ofreciendo la candidatura de la Coalición de Izquierda.

—Oiga, profe, pero yo no… -comenzó a refutarlo José Manuel.

—Espérate, muchacho. Nada más esto te digo, y lo dejamos en paz. Mira, piénsalo esta semana. No digas que no, nada más porque te asustas. Piensa en lo que puedes hacer por el pueblo. Piensa que lo que la gente quiere es a alguien de los suyos en la Presidencia. No pienses en la campaña, ni en las elecciones, ni en nada de eso. Eso es trabajo del Partido, de la Coalición. Imagínate que ya estás sentado en la oficina del Presidente Municipal, con el poder para hacer algo por todos nosotros, por Sandrita y los muchachos. ¿Qué harías? Piensa en ello. Si quieres platicar, ya sabes dónde está tu casa; o me buscas en el Partido. Date esta semana para reflexionar. Platica con tu mujer. ¡Aconséjalo, Sandrita! Dense tiempo para analizarlo con calma. Y el próximo domingo volvemos a verte para platicar, aquí mismo. Ya sabemos que siempre vienes. No hay otra cosa qué hacer el fin de semana en este pueblo rabón. ¿Qué te parece?

Sandra miraba perpleja al profe, al resto de la comitiva, a su marido. José Manuel se rascaba la cabeza, inclinando el cuerpo hacia adelante hasta apoyar los codos en las rodillas.

—Oiga, profe, ¡yo no sé!, pero se me hace que le andan errando…

—Piénsalo esta semana. Medítenlo. Discútanlo. No nos respondas ahorita. El domingo nos platicas qué decidieron.

—Pues porque es usted el que lo pide, profe, pero yo le diría que vayan viendo a los otros que dice que tienen pensados…

—El domingo platicamos, Chenel.

—Está bueno, profe. ¡Ya me fastidió la semana! Pero bueno…

—En eso quedamos entonces. Que pasen buenas tardes.

Se levantó y enseguida lo hicieron los demás. En fila fueron dando la mano a José Manuel y Sandra. El profe se caló el sombrero y se retiraron, mientras las miradas del matrimonio los seguían atónitas hasta que los perdieron de vista al dar vuelta en la esquina.

La próxima semana el capítulo 2: “El Padre Chente”.

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