Bullying 3.0…por Aída María Holguín
Nuevas formas de violencia extienden sus redes implacables. La ley del más fuerte no conoce obstáculos ni limitaciones; sin embargo, en fechas recientes lastima que sean niños y jóvenes quienes sean sujeto/objeto de una práctica de consecuencias funestas e irremediables.
No hace poco tiempo que -a través de los medios de comunicación y redes sociales- nos hemos estado enterado que el acoso y tormento que sufren niños y jóvenes en el ambiente escolar, va en aumento; no solo en “numero”, sino también en “técnicas”.
Este acoso consistente en el maltrato físico, verbal y/o psicológico -mejor conocido como “bullying”-, ha llegado hasta el extremo de provocar la muerte de quienes lo sufren (esto, sin contar el daño físico y/o psicológico que pueden marcar de por vida a las víctimas).
El hecho de que la Real Academia Española (RAE) no reconozca el término “bullying” como parte de nuestra lengua, demuestra que aunque hay cosas que aparentemente no existen, éstas forman parte de la vida cotidiana.
En términos gramaticales, la expresión “bullying” estaría catalogada como uno de los tantos vicios de nuestro lenguaje denominado “extranjerismo” (o anglicismo); lo cual –según la RAE, no es rechazable; sin embargo, su incorporación al lenguaje debe responder a nuevas necesidades expresivas.
El caso es, que “extranjerismo” o no, el bullying va más allá de ser un vicio del lenguaje (que es cosa menor); lo grave, radica en que es una práctica cada vez más común y violenta que infortunadamente ha tenido que ser incluida en nuestro vocabulario.
Aunque duela reconocerlo, el bullying ha evolucionado y sus víctimas mortales han incrementado de manera preocupante. Tal es el caso del niño Héctor Alejandro Méndez, quien murió seis días después de ser maltratado físicamente por un grupo de compañeros en una escuela secundaria del estado de Tamaulipas.
Posteriormente, se hizo del conocimiento público otro caso de fallecimiento por bullying: el niño Oswaldo Correa falleció luego de que sus compañeros, de una escuela primaria en el Estado de México, lo asfixiaran durante un ritual de “novatada”.
Si bien es cierto que el acoso -dentro y fuera de los centros escolares- no es cosa de hace poco tiempo, éste no pasaba de acciones “inocentes” que generalmente podían ser resueltas con otra inocentada como el clásico: “pero mi papá es más alto que el tuyo”. El problema, es que el acoso ya sobrepasó los límites de la inocencia, llegando a la violencia física y a la exposición pública a través del Internet, generando daños irreversibles en la sociedad.
Y es que no podemos pasar por alto que con la llegada de las redes sociales, también llegó el cyberbullying, el cual consiste en el acoso a través del Internet; situación que ha traído como resultado el consiguiente daño psicológico de sus víctimas, llegando muchas de ellas hasta el suicidio.
De ahí, que el “3.0” al que hace referencia este artículo, es en el sentido de que al igual que lo que sucede en el mundo de la tecnología, las técnicas usadas en el acoso escolar (bullying) han ido evolucionando; y así como en materia de tecnología se usa un número de versión para indicar el grado de evolución de un producto, en el acoso también ha sucedido de esa manera. (Es importante considerar que con la evolución y la llegada de nuevas tecnologías de la información -como lo son las redes sociales-, los resultados pueden ser exponencialmente negativos.
Lo peor de todo, es que las autoridades (familiares, escolares y/o gubernamentales) traten de “lavarse las manos” eludiendo sus responsabilidades en el ámbito que a cada uno corresponde; y además, haya quienes todavía traten de ocultar los hechos.
La magnitud de este problema se confirma con la información dada a conocer -en enero del presente año- por parte de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH), en la que señala que de acuerdo Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), México ocupa el primer lugar mundial con mayores casos de bullying en nivel secundaria.
Considerando todo lo anterior, es importante que las autoridades tomen conciencia del gran problema social que el bullying -en cualquiera de sus “modalidades”- representa, y que se incluya en la elaboración de las políticas públicas correspondientes, a fin de que se aborde el problema y sus soluciones con la urgencia que el caso amerita.
Sea bullying, acoso, o cualquier otro término, es prioritario que se legisle en materia de violencia escolar. El acoso es real y cada vez es peor; por lo que no basta con que cada vez que se dé a conocer de manera pública, los actores políticos se pronuncien en contra de esta práctica y luego se olviden del tema.
De igual manera, es imprescindible que en el seno familiar se restablezca la enseñanza de valores y principios, porque es justo ahí -en la vida familiar-, donde se define el modo en que actuamos frente a la sociedad.
En esta ocasión, concluyo con una atinada reflexión de autor desconocido: “Los chicos que cometen actos violencia en las escuelas, tienen más problemas que las personas a las que molestan. Están condenados a vivir una vida llena de soledad, falsas amistades y decisiones que les perjudicarán en la vida. Ellos también necesitan ayuda.”
Aída María Holguín Baeza
Correo: laecita@gmail.com
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